El yo recóndito del escritor

Una entrevista con Mariano Vespa, autor de Inmersión. Una imagen proyectada sobre Rafael Pinedo

Paula Puebla
Mariano Vespa
(Fotografía: Caro Lagos)

“Biógrafo y protagonista”. Así define Martín Felipe Castagnet en la contratapa de Inmersión. Una imagen proyectada sobre Rafael Pinero a Mariano Vespa. En esa combinación tensa, en ese par lacónico, está el corazón de la novela ganadora del premio María Elena Walsh novela en 2019. ¿Cómo convive el género biográfico cuando se vuelca sobre otro al tiempo que sobre uno mismo? ¿Es contar al otro contarse a uno mismo? Ochenta y pico de páginas le bastan a Vespa para articular y hacer tocar, en instantes, dos vidas distintas en dos momentos distintos. Pero lo hace a través de fragmentos que no están cortados a tijera sino ajados con las manos. Quizás por esos bordes irregulares, esas zonas pantanosas que se atraen y rechazan, Selva Almada habla de Inmersión como “un libro corrido” y “un libro extrañado” mientra el autor ensaya: “Las biografías, como las coníferas, también son triangulares, un vértice de autoconocimiento, otro de búsqueda, y otro de encuentro. Lo más difícil del camino es entender que en muchas ocasiones los vértices flaquean, como phosphenos”.
Pantalla mediante, un mediodía de otoño entrevisté a Mariano Vespa sobre la elección de un objeto-autor como Rafael Pinedo.

¿De dónde viene tu interés por el género biográfico?
—Es difícil precisar un momento, pero sí me pareció que un poco me interesé después de empezar a leer el Borges. Fue un antes y un después. Si bien no es una biografía, como se entiende clásicamente, por supuesto que lo es también. Al menos es la biografía de un vínculo, de sus encuentros. Creo que el interés viene de ahí y también de no leerlo completo, sino de tenerlo como material de consulta. Cuando uno busca algún autor o alguna autora de la época, contemporáneas a ellos, se dice “A ver si aparece algo en el Borges“, entonces vas al índice. Ahora tengo una versión pdf y me es más fácil y más rápido buscar ahí.
No soy un especialista en el género, pero hice una vez taller de lectura con Luis Chitarroni y después otro con Matías Rivas, que es el editor de UDP de Chile, y son dos locos del género. A partir de vincularme con ellos también y de leer distintos tipos de biografías, con Matías un poco más contemporáneas, en el sentido de que lee en forma biográfica a Catherine Millet o Annie Ernaux. Me ayudó a entender la versatilidad del género, en el sentido en que históricamente se entendió y cómo se está reescribiendo. Algo de eso venimos hablando con Diego Erlan, de que hoy el género te exige otra cosa me parece.

¿En qué sentido otra cosa?
—No sé si por una narrativa de época o qué, pero sí te exige un poco la presencia de la figura que va en busca, ¿no? Hay un caso muy clave de Geoff Dyer que escribe una biografía sobre DH Lawrence pero a partir de lo que no puede, de la imposibilidad. Es el retrato de una imposibilidad muy extrema, es la figura de un yo que emerge.

Hablando de contemporáneos y de personas que están vivas, y con respecto a la preponderancia de la figura autoral de esta época, me pregunto cómo será la biografía para la siguiente generación, en cincuenta años, no sé, cuando nosotros estemos muertos. Porque hoy los propios autores están autobiografiándose de manera permanente. Quizás exhumando tweets ya alcance.
—Eso lo pensaba en referencia a Carlos Busqued, ¿no? Hay una especie de reconstrucción a partir de esos retweets que aparecen cada tanto. Ponele que pasa algo con la policía, y entonces vas y buscas a ver qué puso Busqued.

¿Por qué Rafael Pinedo? ¿Qué te atrajo de él?
—Hay muchas respuestas. Me sentía o me siento como a la espera de un momento, de una lectura que me desestabilice. A vos te debe pasar, cuando vas a comprar algo o llegás a una novela por intuición, que estás esperando que te mueva un poco el asunto. Y con Plop me pasó eso básicamente. Si bien la trama es super importante, lo más valioso fue el lenguaje. Y la sensación que me generó, que me movilizó. Fue la relectura la que me movilizó más todavía, la hice en otro momento personal también, en una situación de viaje, de desamparo. Son pocos los libros que me movieron tanto. Y de hacer periodismo, uno quiere completar y averiguar por qué se genera esto, por qué pasó esto otro, por qué murió joven. Y ahí me metí.

Habiendo escrito sobre Pinedo, ¿dirías que hay una distancia entre la obra y quien la produce? ¿Sentís que hay una relación ahí?
—En lo que menos distancia hay y, a la vez, lo más difícil que concibió —porque en las novelas posteriores a Plop que salieron posmortem, hay un clima igual pero el lenguaje no es tan preciso— se ve en el lenguaje. Ahí se advierte un poco su formación y su trabajo, se ve cómo se filtra incluso cierta matemática del lenguaje. Después, no sé hasta qué punto él vivía en ese mundo caótico. ¿Viste que Plop fue leída mucho en relación al 2001? Bueno, yo llegué a reponer que los hermanos la habían pasado mal, como muchos, pero no sé hasta qué instancia para ellos era el fin del mundo como lo fue para muchos. La trama de Plop me parece que viene más de su formación lectora. El lenguaje sí, es indudable que es de alguien que viene medio de costado al campo literario, y usa el que tiene más a mano. Que en el caso de él era algo muy preciso.

Martín Felipe Castagnet consigna algo en la contratapa de la novela que me interesó y me llamó la atención. Dice que sos, a la vez, “biógrafo y protagonista”. ¿Cuáles son los problemas que te presentó este tipo de escritura bifocal? ¿Cuáles las ventajas?
—Las ventajas fueron que me sirvió para hacer una especie de montaje. En un momento tenía mucho acopio de escenas que parecían medio dispersas, y me sirvió para encabalgarlas. Por otro lado, en ese proceso, una dificultad era ver cómo no hacer evidente el montaje, ¿no? Que no se notara que yo ponía una escena personal que hablara de la subsiguiente, y así. Después, obviamente, a mí no me gusta mucho escribir en primera persona, no estoy acostumbrado. Fue un laburazo desactivar prejuicios propios, desactivar un poco incluso la timidez. Si bien era una construcción, había cosas que las estaba narrando porque habían sucedido o algo similar. Otra dificultad, en general y dentro de esa bifocalidad, fue encontrar un tono. Un tono que diferencie autobiográfico de biográfico pero que no sean como dos islas distintas. Traté de aunar esas dos cosas.

¿Cómo dirías que es el proceso previo a la escritura? Contás, de modo fragmentario, ciertos episodios, pero ¿cómo es esa inmersión hacia la vida de alguien a quien solo se conoce a través de su obra?
—Lo que me pasó, y fue como un corte, es que iba conociendo escritores y escritoras, conocidos y no tanto, del ambiente de la ciencia ficción, gente re piola, abierta, pero no recordaban más que una escena con Pinedo. Entonces, en un momento, había acumulado, por decirte, treinta entrevistas y no tenía mucho tampoco. Seguía con preguntas y a la espera de algo que no cerraba. Más allá de que uno recopila un párrafo, capaz es de una entrevista que dura dos horas; y, por decirte, eran cien horas que yo había usado. En un momento estaba copiando, copiando, y me pregunté “¿Hasta dónde me lleva esto?”. Ahí entendí que había algo de lo fragmentario que yo tenía que referir, representar, o esto de llamarla “escritura fragmentaria de Pinedo”, “entrevistas fragmentarias”. Tuvo una vida medio corta. Murió a los 52 años, era un tipo joven.
Por supuesto que la previa me llevó mucho tiempo. Mucho. Y el acto de escritura, el sentarse, fue bastante corto digamos. Pero tenía cajas y encontraba un cuento en un archivo. Cuando ya había terminado todo, apareció un relato en Ñ que se me había pasado, de muy poco antes de la muerte de Pinedo, y era un cuento sobre la ciudad, nada que ver con la trama de él. Parecía no escrito por Pinedo. Mucho acopio, muchas entrevistas sobre todo y reescritura a partir de las entrevistas. Muy poco archivo sobre el que uno diga “bueno, esto me va a ayudar a contribuir a una imagen”. Las fotos familiares en el libro les dimos otro vuelco. Fue más minucioso el acopio y la pre producción.

Después del acopio, me imagino, por más que sea poco material y fragmentario, también hay descarte.
—Hay bastante descarte. En general. Y en Pinedo también porque en la biografía, además de lo que hablábamos de que la figura del autor ahora está visible, está la idea de que también ya no se respeta una cronología hecha y derecha, que va del nacimiento a la muerte, sino que se toma algo, un momento. Como en el libro de Andrés Hax, por ejemplo. El de María Gainza, La luz negra, que a mí no me cierra tanto como libro pero toma un momento de un personaje medio mítico.

Cito: “Evocar, aún en solitario o verbalmente frente a otro, implica recrudecer vivencias, jerarquizar instantáneas, olvidar nimiedades. Reescribir, en todo caso”. Me gustaría que te explayes un poco más sobre esta analogía.
—No voy al psicoanalista pero aprendí de la verbalización, a ver qué pasa en el pasaje de un pensamiento a la verbalización. Me gusta mucho eso que dice Rita Segato sobre el “pensar en conversación”. Ahí mismo uno se está reescribiendo. Me interesa que, cuando uno conversa, en la verbalización misma de un pensamiento, hay algo que se mueve desde incluso lo que se estabiliza. No te lo digo como una cosa más freudiana, del fallido, sino desde la idea del compartir y movilizar y desestabilizar algo. Me parece que eso también es la escritura, lo que a mí me gusta de la escritura, de la reescritura y de Pinedo. Mover, cuestionar un status quo que aparece en Plop, sobre todo, y que en ese momento no fue tan leído. Plop, a diferencia de las clásicas novelas de género, tiene algo más de la búsqueda de comunidad, de reflexionar acerca de una idea de comunidad. También va por ese lado.

¿Crees que exista alguna posibilidad que aparezca, este año, el próximo, una novela con las características de Plop?
—Sí. A diferencia de la época de Pinedo, digamos, está bastante más contemplado “lo raro”, en el sentido de que hay más circulación de libros, entonces es más fácil, en algún punto, encontrar un libro del género. En ese momento era más difícil que saliera a la luz o circule mucho un libro como Plop que, de hecho, se publicó por el Premio Casa de las Américas. Lo veo fácil, digamos, desde lo temático, desde la matriz distópica. Hay muchas escritoras que están en esa, como Mónica Ojeda, que no escribe como Pinedo pero sí tiene un estilo súper particular. Es interesante pensar que las máximas exponentes de género —que en su momento era lo raro, el terror—, en Latinoamérica, son mujeres. Ampuero, Schweblin, Enriquez, Lucila Grossman, Fernanda Melchor. Las que siguen ese legado son ellas. Hay algo interesante.

—Pero con nombres como Schweblin o Enriquez, aparece una vía rápida. Ya no es literatura de márgen como Plop.
—No. Y me imagino que tiene que ver con que hay una demanda del mercado. Demanda en el sentido de atención. Y también, lo hablaba con algunos editores, es que es mucho más interesante lo que se produce en este momento en Latinoamérica que en España.

¿Qué es un libro para vos?
—Me gusta la idea de cápsula, de paréntesis. Es un tiempo y un espacio en sí mismo. Es un viaje, por supuesto. Son muchas definiciones. Pero sí es algo que, en este momento, me sostiene. Con todo lo que significa.