El cuento después de Walsh
Presentación de Algo se mueve, el nuevo libro de I. Acevedo
Gabriela Borrelli Azara

Voy a empezar por el medio, por la mitad, por el medio de la cosa. Me gustaría empezar no por el principio sino por el medio, el medio-libro, que a veces es un pasaje, una comunicación, un transporte, un cifrado. El lugar del medio también en un avión o en un auto. Voy al medio, a ese espacio: empezar in media res, con la cosa ya andando como empiezan algunos poemas o cuentos, como empieza la vida, con el mundo ya funcionando, pero no como empiezan los libros, que siempre empiezan por un principio.

Mi maestro Tom Lupo, solía repetir, que uno viene al mundo y la milanesa de la cultura ya está cocinada, con eso quería decir creo que no era posible ninguna novedad, que una ya no podía aportar nada o que todo estaba cocinado y que solo podíamos hacer novedosas combinaciones con lo dado. Es decir, combinar pasado y futuro. Tom Lupo murió en una pandemia en Buenos Aires, estaba enfermo y la memoria ya no le funcionaba y sus últimas palabras fueron pura combinación de pasado y futuro: Quiero volver a ser el que fui. Y se puso en un combinado un disco de Piazzolla que a su vez también combinó algo ¿no?, algo del tango, algo de la ciudad, algo del mar. Una combinación como esta mesa, este diálogo, una combinación o un código para abrir por ejemplo una valija o un cofre, pero no sé si lo notaron que desde hace un tiempo la palabra código fue reemplazada por la palabra clave y hay claves por todas partes: para abrir casi cualquier cosa, cajeros, cuentas, libros encriptados, correos. Claves que son palabras, alias. Claves por códigos, combinaciones por creación, un intercambio de palabras que señalan un momento de la lengua y ¿dónde lo señalan? en los libros, en la escucha de los libros, en el susurro de cada lengua tejida en cada frase. Porque los libros están hechos de frases que a su vez están hechas de voces, y las voces están llenas de otres.
Pero me voy por las ramas porque estoy en el medio, en el antes y el después que se combinan ahora, en algo que I. Acevedo llama literatura: “La literatura nos conecta con un mundo desconocido, con algo nuevo e inimaginable hasta el momento (futuro) a través de una mediación con la lengua (construida en el pasado) que, por ser compartida, muy posiblemente contenga algo que podamos asimilar a nuestra propia experiencia. Nombrar o impropio como propio sin caer en la trampa de la representación”.
(Me gustaría después hablar más de la representación en literatura, en los textos actuales, una representación que no puede sino estar mediada por una de las lenguas que nos atraviesan que es la de las redes y la relación que redes y literatura tensionan, más en la figura de les autores y en la incidencia de una forma de escribir y representar que como difusión lectora).

I sea tal vez el escritor que más está pensando la literatura en la actualidad, el que propone más debates, el que arma esta mesa con una pregunta y no para que le celebremos el libro que por otra parte merece celebraciones.
I busca en su lengua la lengua de los demás, en sus frases a un otre, por eso vuelve al pasado (a Walsh) pero mirá al futuro (micro alianzas) y todo es posible porque lee y es el que más escucha. Escucha a Roberta Iannamico cuando dice que un verso devela un conocimiento sobre lo poético, escucha y charla y con Paula Peyseré que es casi un personaje interlocutor en todos estos textos, escucha y lee a Malena Nijensohn y su Razón Feminista, escucha y escribe. Se nombra también, pero nunca solo, se nombra junto a Salomé y a Incardona los únicos tres cuentistas de la Argentina después de la muerte de Hebe, y afirma que el género ya no necesita defensa como si lo necesitaba en la época de Walsh. Yo no coincido, creo que este es un momento para defender al cuento. Y traigo una anécdota: cuando lanzamos el año pasado el premio Storni de poesía, otra gran cuentista, Alejandra Zina, expresó: bueno, ya hay varios premios para la poesía, pero no tanto para el cuento, ¿no? Y es verdad, hay muchos premios municipales o regionales de cuento pero uno bien grande, suculento que premie por ejemplo, imagino, a Salomé, no hay. Y no es que crea en los premios per se, solo creo que la literatura y la política necesitan de un poco de barullo, como también, ambas, necesitan del secreto y lo subrepticio, pero en la misma medida. Yo por ejemplo practicaba el barullo en los medios de comunicación: me la pasé afirmando que Chile era el país de la poesía, Argentina el del cuento, en esto coincidimos, Uruguay el de las poetas mujeres y Paraguay el de la novela, una ficción para pensar a ciertos autores, una imaginaría sentenciosa cuando la incertidumbre se esquiva. Y tu libro no hace más que confirmar mi imaginería: nuestra expresión, la de la tradición argentina es el cuento: Walsh no escribió una novela, también. Es tan genial la frase que me haría una remera.

Porque la literatura se exhibe y dijo se exhibe dudosa, no animándome del todo a decir se comparte: se exhibe ¿fue un libro leído si no fue comentado? ¿existe acaso el lector que nunca le comentó a nadie lo que leyó? Y acá dejo mi maldad a un lado (volveré a ella en instantes), algunos podrán quejarse de que la gente postea las portadas de los libros y anda a saber si se leen, pero eso es inherente con o sin redes al acto lector, cambian los soportes, la práctica va variando, pero conserva a través del tiempo unas constantes: se comparte o se exhibe, que sé yo, no es lo mismo pero ahora es parecido. Lo leído ya sea por vanidad o altruismo se comparte. Y ahí una clave, perdón un código, una combinación entre el presente y el futuro: una práctica, la literaria, que va variando con algunas características: si en Walsh como dice lúcidamente I la entrega, de un documento, de un testimonio, de la vida, la entrega a una causa era un hilo invisible que unía práctica literaria y textos, creo que esta época es una época definida más que por la entrega por el arrojo literario. Miles y miles de personas se arrojan a escribir a publicar, cuentan sus historias, sus vivencias, el objeto libro no pierde su valor de dar legitimidad, publicar un libro es un valor, todavía y en todas las clases sociales. Esto no siempre fue así, la primera mitad del siglo XX fue un momento de creación de un tipo de lector más popular si se quiere que era rechazado por la alcurnia literaria, es decir, antes que el peronismo les sacara a los chetos Mar del Plata para que veraneen les trabajadores, agrupaciones, más de corte anarco socialista, hacían eso con los libros: colecciones baratas, impulso a escritores trabajadores, etc., la editorial Claridad, por ejemplo. Ahí se jugó una disputa, ¿quién lee y qué lee? ¿Para quién es la literatura? como creo que avanzamos, un siglo después tenemos en las escuelas más humildes a pibites armando batallas de rimas y pura poesía oral. Tirar de ahí, celebrar ese arrojo, el de miles de malos escritores que publican y tal vez, en menos medida son leídos. Arrojo literario y arrojo político también, nos arrojamos a las luchas, las encarnamos en diálogo con las calles, en ferias, en festivales, en lecturas. Quiero hablar de un ejemplo de arrojo de los últimos tiempos, un arrojo que los medios canónicos de circulación lectora titulaban como el boom de las escritoras mujeres, ¿lo recuerdan? Sin dudas la carátula de “literatura escrita por mujeres” fue el motor de una activación literaria que visibilizó novelas, cuentos, y poemas que quedaron fuera del mercado y del canon durante muchos años; sin embargo, ya estamos en otros debates, debates que no contradicen los movimientos reivindicatorios de muchos libros sino que los ponen en circulación: ¿puede un texto literario ser una herramienta transformadora de lo social?, ¿la literatura tiene un rol?, ¿cumple una función?, ¿hay textos que dialogan con los movimientos de liberación más allá de la biografía de sus autores o autoras?

La relación entre arte y política implica siempre una lectura desajustada, no cómoda; es poner en tensión el objeto literario para que sea vehículo de otras preguntas. Pero en ocasiones también es música vana, música porque sí, sin intención, sin función.
¿Es la literatura no canónica, no prestigiosa, el resultado de qué tipo de expulsión? Aquí valen algunas aclaraciones. Muchos textos literarios permanecieron escondidos, apartados, excluidos de lo literario por la desconfianza que mercado y canon mantenían con respecto a las feminidades. El imaginario que sostenía estas acciones estaba basado en algunos prejuicios: que las mujeres no podían ni sabían escribir; que si lo hacían era solo para exponer sus sentimientos; que la ficción, el policial o el surrealismo no eran temas que les competieran. Entonces, en un movimiento emancipatorio de liberación y búsqueda de derechos es necesario y casi lógico esgrimir la biografía para visibilizar obras, ya que fue ese factor el que las excluyó. Sino sería deshonesta la lucha. Este es un punto creo interesante para empezar a desandar el camino de los lemas vacíos que condenan a ciertas literaturas solo al rescate o a una categoría especial dentro de lo literario. O como dice I no hace falta que un texto hable explícitamente sobre peronismo o feminismo para que lo sea, y escribe ese texto maravilloso sobre la novela de Hebe Uhart: Señorita. Eso vive en la lectura, que siempre es entrega, aunque presione la vanidad de mostrarlo, pero como voy por la tercera página y ya aparece la maldad, un último punto que trae I a colación pensando en Walsh, en la entrega y en el testimonio, es la mal llamada literatura del yo y dos posturas contrapuestas: la de Aira y la Tamara Kamenszain, una de rechazo un poco estético y otro poco ideológico, la otra de mirada crítica y social de emergencia de esa literatura, yo por supuesto estoy más del lado de Kamenszain, sin dejar de señalar lo que siento: de esa discusión se salió con un poco de vanidad. Hay textos vanidosos, más que testimoniales, donde lo privado no constituye un diálogo sino exhibición literaria, es verdad que tal vez hablo más de poesía que de cuento, pero cuando lo personal se vuelve político entra sin lugar a dudas la tensión con lo narcisista y complaciente: temas, lenguas, etc. No quiero dejar de decirlo, sobre todo porque hace poco me dijeron que siempre digo lo que otres quieren escuchar, y tal vez esto sea de otro orden. La vanidad es un mal de época en los textos, más que entrega de la propia intimidad para reunirse en complicidad. Las razones pueden ser muchas, y la vanidad copó más la escritura que la lectura, que insisto sigue siendo la entrega total, el encuentro más perfecto. Y en ese sentido, la literatura sirve, para todo y para nada, o en realidad, aunque parezca tautológico para que lo único que sirve es para crear más lectores, para que la práctica no se acabe nunca. La literatura solo debe crear lectores, sembrarlos por todas partes, y porque no se paga la vida con la vida, los lectores nunca deben, son como dice I en el ensayo “El pirata es el texto”, el tesoro. Son clave y combinación en el medio de la cosa, en el medio de la vida.