Una narrativa sobre drogas para entender la relación de las sustancias con la formación del mundo moderno.

GUADALUPE FERNÁNDEZ MORSS

Hace algunos años, un fotógrafo que había sido operado de la cabeza me habló de la sensación de placer y angustia de consumir morfina luego de que su recuperación se basara en un tratamiento de gotas homeopáticas de la sustancia. Algún tiempo atrás leí un texto poco conocido de Mijail Bulgákov, el autor de El maestro y Margarita, que se llama Morfina y entró derecho en el estante de mi colección de volúmenes dedicados a sustancias. Bulgákov narra con crudeza el proceso de degradación moral y física que aqueja a un médico ruso perdido en las estepas nevadas. Las descripciones del ansia tóxica que consigue son tremendas. Transcribo aquí alguno de mis subrayados: “No es un ‘estado de angustia’ sino una muerte lenta la que se apodera de un morfinómano si lo privan tan solo una o dos horas de su morfina. El aire ralea, es imposible inhalarlo… en el cuerpo no hay una célula que no ansíe… ¿Qué? Eso no se puede definir ni explicar. En una palabra, la persona deja de existir. Está desconectada. Es un cadáver que se mueve, añora, sufre. No desea nada, no piensa en nada más que en morfina”. Eso mismo me contaba el fotógrafo del principio. 

Y sabemos que en el principio fue la palabra y la prohibición.  
En las primeras páginas del Génesis, luego de la creación del mundo y luego también de la creación del hombre, Dios tomó a ese ser que había creado con arcilla del suelo y lo puso en el jardín de Edén para que lo cultivara y lo cuidara. Y le dio esta orden: “Puedes comer de todos los árboles que hay en el jardín, exceptuando únicamente el árbol del conocimiento del bien y del mal. De él no deberás comer, porque el día que lo hagas quedarás sujeto a la muerte”. El desenlace de esta prohibición es conocido: el hombre fue, buscó, se interesó y comió el fruto del árbol.  
Sobre el tema de la prohibición Baruch Spinoza entendió y lo analiza en su heterodoxia Guido Ceronetti en La linterna del filósofo, que “toda ley que pueda ser violada sin causar daño alguno a nadie, será burlada. Más aún, está tan lejos de conseguir controlar los deseos y pasiones de los hombres, que al contrario les incita dirigiendo sus pensamientos hacia esos mismos objetos, ya que siempre nos encaminamos hacia lo prohibido y deseamos las cosas que no nos está permitido tener”. Sin embargo, en algunas circunstancias, el hombre es tentado a conocer qué hay más allá de los límites de la ley o de la moral o de las reglas que inundan toda sociedad. Más allá de jugar con la muerte, esa manzana (que sería el conocimiento en la concepción cristiana) siempre está latente en el hombre.  

Las preguntas sobre por qué algunas drogas se han convertido en legales o ilegales en la historia humana son las que se plantea David Courtwright en su libro Las drogas y la formación del mundo moderno al encontrarse en un duty free de un aeropuerto rodeado de sustancias psicoactivas como cartones de tabaco o botellas alcohol.  

Courtwright denomina revolución psicoactiva al proceso de desarrollo de la sociedad con el uso y abuso de las denominadas drogas. Su comercialización a gran escala llevó a que en la actualidad “en todo el mundo el ser humano haya adquirido medios cada vez más potentes para alterar su estado consciente habitual” y continúa al decir que los orígenes de este significativo acontecimiento de la historia universal se remontan al comercio transoceánico y la formación de los grandes imperios al comienzo de la Edad Moderna, esto es, de 1500 hasta 1789. En su libro, Courtwright describe cómo los comerciantes, colonos y otras “élites imperiales” lograron la confluencia de los recursos psicoactivos mundiales e investiga por qué los responsables de ese desarrollo (es decir los Estados) cambiaron de actitud y restringieron o prohibieron muchas drogas, aunque no todas.  Arriesga además que el término “droga” tiene una virtud: es breve. Y ese sería uno de los motivos, al parecer, por el cual todavía persiste a pesar de las objeciones de los farmacéuticos ofendidos. Quizás el hecho de que el término “droga” sea breve es la razón: para que el periodismo pueda mencionar en sus titulares “droga” en vez de su correcta acepción “drogas narcóticas” ya que “droga” designa una larga serie de sustancias psicoactivas, legales e ilegales, blandas o duras, utilizadas o no para fines médicos. Y en este sentido, las bebidas alcohólicas o las que llevan cafeína, el cannabis, la coca, el opio, la morfina y el tabaco son drogas, al igual que la heroína, la metanfetamina y muchas otras sustancias sintéticas o semisintéticas. “Ninguna es inherentemente nociva; de todas ellas puede abusarse; todas son fuente de beneficios económicos; todas han convertido –o al menos tienen la capacidad potencial de convertirse– en artículos de consumo globales”.

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