El rock se hizo eco de la Guerra de Malvinas. Aquí, unos apuntes sobre el tema a partir de la obra “Campo minado”, de Lola Arias.
DIEGO ERLAN

Hace unas semanas, en el reestreno de la obra Campo minado, advertí un detalle: la intensidad del sonido. No satura, pero está al borde de lo tolerable, y justamente es en ese borde donde radica la búsqueda estética y emocional de Lola Arias. Es en el nivel de intensidad del sonido, en los sonidos de la batería martillando sobre el escenario y en las presentaciones que hace la banda que conforman los ex combatientes de Malvinas (tanto argentinos como ingleses) en las que confluyen ambos bandos, donde se expresa el odio y la locura alrededor de un conflicto absurdo. Alguna vez, Elvis Costello dijo que Malvinas fue “un espectáculo patético de dos gobiernos llamando a la guerra para salvar su decadencia”. La obra lo expresa en cada detalle del extraordinario dispositivo escénico. La música es un hilo conductor de la obra y así fue también en la realidad. En un recurrente estribillo del último disco de Pink Floyd, The Final Cut, Roger Waters cantaba: “Oh, Maggie, Maggie, what have we done?” (“Oh, Maggie, Maggie, ¿qué hemos hecho?”), en clara referencia a Margaret Thatcher. A partir del conflicto, el rock que se hacía en la Argentina no volvió a ser el mismo. De hecho comenzó a llamarse “rock nacional” en este período de su historia. Como apunta Sergio Pujol en su libro Rock y dictadura, la medida de erradicar la música en inglés de la radio había sido exigida, primero, por los propios oyentes. Entonces los programadores empezaron a revolver discotecas y cajones. Buscaban casetes –aunque estuvieran mal grabados–, viejas grabaciones, discos del grupo español Barón Rojo o bandas italianas, alemanas y música instrumenal. La conductora Elizabeth Vernacci recordaba que los militares de entonces sugerían pasar temas como “Sólo le pido a Dios”, o también “Muchacha ojos de papel”, de Luis Alberto Spinetta. Hasta la guerra, a las radios no les interesaban los intérpretes del rock argentino, de algún modo persistía el clima de censura desatado en 1976 y “se desconfiaba de todo lo que oliera a rock porque se lo asociaba con lo contestatario, con la rebeldía juvenil”. De pronto, músicas que hasta ese momento eran denostadas y artistas censurados (dentro del rock se puede mencionar a Gieco o a Miguel Cantilo, mientras que en el folclore, Mercedes Sosa no era un nombre recomendable) se convirtieron en himnos y autores que representaban el sentir de la patria. De manera inesperada, el rock acaparó el éter. Entre algunas de los temas más difundidos figuraban “Va por vos”, de Zas; “Era en abril”, de Baglietto; “Ayer te vi”, de Rubén Rada y también el primer larga duración de Sandra Mihanovich o las canciones de Alejandro Lerner. A partir de entonces, los músicos de rock adquirirían la difusión que hasta ese momento nadie (ni ellos) esperaban.
Los artistas también se subieron al escenario para apoyar a los soldados argentinos. El 16 de mayo se organizó el Festival de la Solidaridad en una de las canchas de Obras Sanitarias. Apoyados por el gobierno, los productores del evento (Alberto Ohanian, Daniel Grinbank y Pity Yñurigarro) convocaron a Charly García, León Gieco, David Lebón, Raúl Porchetto, Pappo (con Dulces 16) y Nito Mestre, entre otros. Pujol concluye que el rock quedó comprometido en una situación contradictoria que sin duda lo superaba. En 1993, Daniel Grinbank le decía a la revista La Maga: “Fue un festival pacifista. Ningún músico habló de soberanía ni de imperialismo. Yo sabía que ellos (los militares) me querían utilizar, y sabía lo que podía ganar y lo que podía perder. Pero acceder a la cadena nacional diciendo un mensaje de paz en plena euforia belicista me parecía algo muy valioso”.La poética del rock abordó el tema de la guerra en algunas canciones grabadas al año siguiente del conflicto: “La isla de la buena memoria”, de Lerner o “Reina Madre”, de Raúl Porchetto. El tema “No bombardeen Buenos Aires”, de Charly García se compone cuando él se entera del desembarco argentino en las Islas, y lo incluye en su primer disco solista Pubis angelical-Yendo de la camina al living(DG Discos, 1982). Allí dice: “No bombardeen Buenos Aires/ No nos podemos defender./ Los pibes de mi barrio se escondieron en los caños/ espían al cielo/ usan cascos, curten mambos/ escuchando a Clash”. Por el lado del rock británico, la repercusión del conflicto no se hace esperar. En octubre de 1982, la banda británica The Clash, en un recital en el Shea Stadium de Nueva York (From Here to Eternity, Epic, 1999) cambia la letra de su tema “Career Opportunities” y canta: “I don’t wanna die, fighting in the Falkland Strait” (“No quiero morir luchando en el conflicto de Malvinas”).Roger Waters se sintió profundamente afectado por esta guerra. Le había costado casi cinco años terminar The Wall, un disco (que se gestó en simultáneo con el filme de Alan Parker y la presentación en vivo) que hablaba sobre la alienación producida a partir de la muerte de su padre, Eric Fletcher Waters –como el primer “ladrillo en la pared”– durante la Segunda Guerra Mundial. En el siguiente disco, The Final Cut, Waters profundizó sus ideas convirtiendo a este “Réquiem for the Post-War Dream” (“Réquiem para el sueño de la posguerra”), tal el subtítulo de la obra, casi en un “anexo” del anterior. En el libro Saucerful of secrets. The Pink Floyd Odyssey (traducido al español como La odisea Pink Floyd), Nicholas Schaffner escribe que este trabajo era al mismo tiempo un grito de dolor por el sacrificio de su padre y un alarido de furia contra los generales y políticos que mandaban a los chicos a la muerte. En la canción “Get your filthy hands off my desert”, Waters menciona a Galtieri que tomó “the union jack”, refiriéndose a la bandera inglesa. “Mientras la bandera Argentina era levantada en South Georgia, yo me embarqué febrilmente en el estudio de una colección de poemas de Dylan Thomas”. Así escribe el compositor galés John Cale (ex Velvet Underground) en junio de 1989, sobre su trabajo “The Falkland Suite” que se incluye en el disco Words for the dying (Warner, 1989), producido por Brian Eno.Sin duda, uno de los temas más emotivos compuestos a partir de la guerra fue el de Elvis Costello: “Shipbuilding”, que editó en su disco Punch the Clock (Rhino Records, 1983). La letra cuenta la historia de un padre que trabaja horas extras en el astillero del reino para fabricar el barco en el que, sin saberlo, su propio hijo terminará yendo a la guerra. Una síntesis notable de una idea recurrente en cada una de estas piezas y que Campo minado expone, a partir de la dirección musical de Ulises Conti, con brutalidad y emoción.
