A partir de “Saer en la literatura argentina”, de Martín Prieto, donde se analiza de qué manera el escritor santafesino ganó el centro del canon literario, Diego Erlan revela un libro perdido en la biblioteca de Fogwill para entender sus ideas sobre esa “operación Saer”.

DIEGO ERLAN

En su dispersa biblioteca personal, Fogwill conservaba el primer libro crítico dedicado exclusivamente a la obra de Juan José Saer: el que había escrito Graciela Montaldo sobre El limonero real. Es un ejemplar de pequeño formato, con tapa fucsia, que formaba parte de la Biblioteca crítica Hachette, dirigida por Eva Tabakián, en la que se analizaban los grandes textos de la literatura latinoamericana. El ejemplar tiene colofón de 1986. Es decir que poco después de diez años de publicada en España, la novela empezaba a recubrirse con el aura de clásico. No hay demasiadas marcas en sus páginas que testimonien una lectura de ese ejemplar: ni subrayados, ni anotaciones. La única particularidad del objeto son algunas hojas abrochadas en la parte interna de la contratapa: páginas sueltas, arrancadas de distintos ejemplares de revistas publicadas años antes y que conforman, en conjunto, un corpus crítico sobre la obra de Saer, algo así como un cuadernillo que introdujera a la lectura y el análisis de su obra. Uno de esos artículos es “Narrar la percepción” de Beatriz Sarlo, publicado en el número 10 de Punto de Vista, en noviembre de 1980. En estas páginas sí hay marcas manuscritas hechas con lápiz: un círculo que rodea al nombre Layo, por ejemplo, y el subrayado de esa triple persistencia que señala Sarlo en la obra del escritor santafesino: la perfección de su escritura, la fidelidad a un núcleo de experiencias, percepciones, zonas básicas de su narrativa y de una poética que, desde El limonero real, pero en particular desde dos relatos de La mayor, se consolida en este último texto. Entre esas páginas hay dos artículos más referidos a Saer: uno es “La filosofía del relato”, de María Teresa Gramuglio, publicado en mayo de 1984 también en Punto de Vista y otro “Medi (t)aciones de lo real en El entenado”, escrito por Daniel Link en la sección “Bibliográficas” del número 3 de la revista Pie de página de aquel 1984.

Fogwill decía que Punto de Vista había producido lo que llamaba “el valor Saer” y estas páginas sueltas demuestran esta consideración, y es algo que también puede comprobarse en la construcción que traza Martín Prieto en su libro Saer en la literatura argentina (Ediciones UNL). De qué manera la crítica fue articulando ese territorio de la literatura argentina ante la irrupción de un autor como Juan José Saer. Es la “operación Saer”, como la llama Prieto, que llevaron a cabo Punto de Vista, el Centro Editor de América Latina y la Cátedra de Literatura argentina II de la Universidad de Buenos Aires que encuentra su base de sustentación no solo en su obra sino también “en el valor agregado de su insularidad, de su fuera de campo, sea la que logre sacar al autor de esa condición y convertirlo en una figura orincipal y por lo tanto central de la literatura argentina. Como señaló Gramuglio: “el canon de la literatura argentina post-Borges está encabezado por Saer”.

Saer en la literatura argentina de Martín Prieto

No sabemos exactamente cuándo conoció Fogwill a Saer. Sabemos, por Sarlo, que el día que lo conoció fue en La Paz y que un Fogwill desconocido se acercó, le agarró la mano a Saer y le dijo: ‘No sabés lo que te admiro, lo que me gustaría escribir como vos’… Fue un reconocimiento emocionante”, dijo Sarlo en una entrevista con Página/12.

Hay una carta de Saer a Fogwill fechada en febrero de 1984 –es decir antes de los artículos de Link y Gramuglio– donde Saer comienzo llamándolo “Fogy” y le recrimina que haya hablado mal de Beatriz Sarlo y de la gente de Punto de Vista porque no habían publicado a un poeta amigo de Fogwill en la revista. Al parecer esa dinámica muy lamborghiniana, Fogwill la implementaba con insistencia. En esa carta, después de empujarlo a que le pida a disculpas a Sarlo por las cosas que decía, Saer no deja de elogiar a Fogwill por el artículo sobre la política cultural del radicalismo (a la que consideraba sin duda como un disparate).

A patir de esa relación que conocemos que existía resulta interesante analizar las marcas manuscritas en los artículos de 1984. En el de Gramuglio, publicado de seguro antes de la reseña de Link, hay marcada una idea con una frase escrita por Fogwill en su indescifrable letra manuscrita en la que se llega a leer: “esto le pasé a Link”. Y Fogwill marca la idea de que los indios de El entenado utilizan el sonido Def-ghi para referirse al narrador: un sonido formado por la sucesión de algunas letras en el orden del alfabeto que, como la lengua de los indios, cada palabra puede tener un significado y también su contrario, por eso def-ghi quiere decir muchas cosas: puede ser el ausente pero también el que se queda de más, el que no se sabe retirar a tiempo, es el otro, el simulacro, el reflejo, el actor, el que se adelanta en las descubiertas para informar. Es decir: la cifra posible para el artista. En el orden interno del relato la función del personaje para los indios puede condensar todos esos sentidos ya que, como dice Saer, “querían que de su pasaje por ese espejismo material quedase un testigo y un sobreviviente que fuese, ante el mundo, su narrador”. Este entrecomillado, justamente, es lo que marca en lápiz porque quizás Fogwill lo relaciona con un párrafo que escribe Link casi al final de su artículo, donde plantea que “el narrador de El entenado propone hacer de la literatura un campo de reflexión (lingüística, filosófica, literaria). Esto es: una nueva flexión, otra mediación que haga que la realidad (chirle, espesa, casi al borde de la disolución) recupere su productividad estética”.

El limonero real, por Graciela Montaldo

Después de leer la revista, a fines de marzo de 1985, Fogwill le escribió a Link una carta sobre este artículo donde, por poco, lo insulta por haber escrito mal el apellido del matemático Gottlob Frege pero le reconoce la lucidez intelectual: por haber notado el detalle de las aceitunas en la alimentación del narrador y también por haber leído en las raíces de la novela de Saer un cuento de Borges: “El informe de Brodie”. “Lo primero que supo Saer sobre el entenado es que Fogwill cazó a Brodie desde la segund hoja. Lo que no sabés vos, y sabe saer porque pregunta a los que saben, es que el Brodie escocés significa Hermano del rito Escocés, cosa que no tiene nada que ver con el objeto de esta carta”, escribe Fogwill, que en esa misma carta le hace a Link otras dos observaciones. “1) Saer es un turro: El entenado no es una novela, sino un cuento. Habría que cagarlo a puteadas por la duplicación gratuita que oculta el carozo de la aceituna literaria: la teoría de las artes representativas que esboza el teatrito; la prueba de cómo una economía de producción recreativa (las viscicitudes del estúpido arte teatral) predomina volviendo REAL el delirio de un idiota que no entendió nada, entenado, entre los indios, pero que hizo entender a su público la verdad de los indios. La única verdad de los salvajes la vio el público del teatrito. No la vieron ni el boludo grumete ni el pelotudo de Saer. 2) Timbero, puto reprimido, europeizadoy en consecuencia respetuoso de la autoridad, es el día de hoy y sigue negándose a entender que la única verdad de su cuento extendido hasta el hastío son esas aceitunas (en las que vos, como buen urbano doméstico creés ver una dieta mal balanceada e hipoproteica). La dieta aceitunezca es la enseñanza de Brodie. Cíclica, ordenada, numerable, es una alimentación que cree (como los pobres indios del teatrito creían ab-usar de la vida) abusar del olivo, cuando en ‘realidad’ […] es el instrumento del olivo (oh teleología..!) que ordena y distribuye diariamente el plan genético de su carozo.” Y en ese punto Fogwill vuelve a arremeter contra Saer (“que anda por ahí distribuyendo el programa intelectual de su generación admirablemente pavota, post sartreana, pre post-capitalista y pre-laisequica”) y vuelve a elogiar la “extrema lucidez y elegante prosa” de Link pero considera una tontería que haya comparado y equiparado “la maravilla que hizo SAER con la teoría de la representación (llamala hache: ide-logía, semiótica del discurso narrativo, gramatología punk, etc) con la pelotudez de RESPIRACIÓN ARTIFICIAL. Es como comprar a Sócrates con Iglesias Rouco, a Wagner con Piazzola, a Guastavino con Piazzola, a Yankelevich con Divinsky, etc.”

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