El misterio de lo único

Stefan Zweig y los Momentos estelares de la humanidad.

Maximiliano Crespi

En El misterio de la creación artística (Sequitur), publicado originalmente en 1940, Stefan Zweig dice, en referencia a la singularidad de la creación artística, que cada vez que surge algo nuevo, algo que antes no había existido ni había sido previsto, se impone en nosotros «la sensación de que ha acontecido algo sobrenatural, de que ha estado obrando una fuerza sobrehumana, divina». Es entonces que nos embriaga algo así como un respeto casi religioso que nos rinde ante aquello que aparece de repente y cambia nuestra percepción del mundo. «Cuando no se desvanece como una flor, ni perece como el hombre, sino que tiene fuerza para sobrevivir a su propia época y a los tiempos por venir», agrega Zweig, «nos es dado asistir a ese milagro y nos es dado en una sola esfera: en la del arte».

Esa afirmación puede sin duda hacerse extensiva a las definitivas catorce miniaturas históricas que, desde 1940 (antes eran tan sólo cinco), integran Momentos estelares de la humanidad, editado por Acantilado. Porque este libro, en el cual su autor trabajó durante más de veinte años, en efecto —como reza la contratapa— es el libro más célebre de Stefan Zweig, pero también es el más logrado y el más encantador para los amantes de la Historia. En sus páginas lleva a su cima el arte de la narración de miniaturas históricas y literarias. Los episodios relatados parecen haber sido elegidos con un criterio ecléctico, pero con precisión admirable. Los personajes de la historia en que se inscriben estos momentos estelares son sin duda memorables: Marco Tulio Cicerón​ en la crisis de la República Romana, Mehmet Alí en el ocaso del imperio de Oriente y la caída de Constantinopla a manos de los turcos, Vasco Núñez de Balboa en el pacífico, el nacimiento de El Mesías de Georg Friedrich Händel​, Claude Joseph Rouget de Lisle el origen de La Marseillaise, Emmanuel de Grouchy y Napoleón en la Batalla de Waterloo, Johann Wolfgang von Goethe y la Elegía de Marienbad, Johann Augustus Sutter y el descubrimiento de El Dorado, Fiódor Mijáilovich Dostoyevski indultado momentos antes de su ejecución, Cyrus West Field y el cable que cruzó el océano, Lev Nikoláievich Tolstói en su momento más frágil, Robert Falcon Scott y la conquista del Polo Sur, el épico viaje en el tren con que Vladímir Lenin regresó a Rusia para liderar la Revolución, Thomas Woodrow Wilson y Plan de Paz que sentó las bases de lo que sería Tratado de Versalles pero que no pudo contener el conflicto en su propia patria. Cada uno de estos momentos y cada uno de esos personajes singulares marca, como bien apunta Zweig, un punto de inflexión y un rumbo: un cambio sensible en la historia posterior.

Luis Gusmán escribió hace poco que aun «antes que un escritor, Stefan Zweig fue un lector empedernido [porque] plasmó por escrito y con absoluta franqueza sus agudas observaciones como lector […] de obras de autores con los que no necesariamente congeniaba». Lo mismo puede decirse respecto de los sucesos y personajes históricos que muchas veces no le resultaban simpáticos. Lo hacía desde la convicción de que la Historia (a la que él admiraba como “la poetisa y la narradora más grande de todos los tiempos”) no siempre era capaz de construir escenas dramáticas y momentos estelares. En “el misterioso taller de Dios” (Goethe), casi todo lo que ocurre es indiferente y trivial. Pero a veces su narrativa roza lo sublime por paradójica o inverosímil. Pero esos excepcionales momentos donde lo sublime se constituye como fatalidad no pueden ser separados de la pluma que los relata. Pese a que, en un acto de genuina modestia, Zweig afirma que el cronista «se limita a hilvanar, indolente y tenaz, punto por punto, un hecho tras otro en esa inmensa cadena que se extiende a lo largo de miles de años, pues toda crisis necesita un periodo de preparación y todo auténtico acontecimiento, un desarrollo».
Con ese criterio, y sin perder nunca de vista su convicción en que, como el de los momentos estelares de la humanidad, los momentos estelares de la literatura son aislados, excepcionales y se producen tras largos periodos de intrascendencia y trivialidad, Zweig hizo una obra caudalosa. En ella, hay quizá un puñado de momentos estelares. Sin duda este libro es argumento y prueba de esa existencia.