Memoria de las estrellas
Petr Ginz y su extraordinario Diario de Praga (1941-1942).
Luis Gusmán

A los catorce años Petr Ginz había escrito cinco novelas: De Praga a China, El sabio de Alatai, El viaje al centro de la tierra, La vuelta al mundo en un segundo y El visitante de la época de las cavernas. A esta última, el narrador la presenta como un manuscrito encontrado en un altillo de la casa donde vivía Jules Verne y que él, Petr Ginz, se limita a “hacerlo público”.

“Para que se sepa”, pienso. Y enseguida se me viene una pregunta: ¿cómo el peso de la infancia puede ser capaz de producir un lirismo inaudito ante el horror del holocausto? El Diario de Praga (1941-1942) de Petr Ginz es eso: el registro de percepción de ese chico de catorce años que un viernes (el 19 de septiembre de 1941) anota en su cuaderno, comentando el distintivo que han impuesto a los judíos: “Camino del colegio conté 69 sherifs; mamá más tarde contó más de cien. A la avenida Dloulha ahora la llaman la Via Lactea”.
Ginz había empezado a escribir desde muy chico y había publicado Panorama (la revista de su curso escolar). En una de sus notas se explaya sobre “Cómo resolver una adivinanza y escribir un cuento sobre la solución”.
Para sus apuntes diarios Ginz utilizaba cuadernos hechos a mano. Con ellos bajo el brazo o en el morral heredado de uno de sus tíos, “se veía —cuenta su hermana— como librero, escritor, editor, reportero o investigador”.
Empezó a escribir este Diario cuando tenía trece años y dejo de hacerlo un año después, poco antes de que lo deportasen a Terezin. En ese breve lapso, llenó los dos cuadernos que su hermana describe como relatos de “una materialidad casera”, la de la vida cotidiana de un niño judío en la Praga tomada por el nazismo: “No eran más que dos pequeños cuadernos: uno con tapas negras blandas recortadas de un antiguo cuaderno escolar; el otro, con tapas más duras a rayas negras y amarillas provenía de una libreta que nuestros padres habían utilizado para anotar los gastos diarios de la casa”.

Allí el joven Ginz lleva una lista de los nombres que cada mañana, por abecedario, informan de los judíos transportados al campo de concentración. La contratapa de la edición publicada por Acantilado elige una frase perfecta escrita en su diario, el primer día del año 1942: “Lo que resulta ahora totalmente corriente, hubiera sido motivo de escándalo en una época normal”. La última anotación del diario de ese mismo año: “Por la mañana en casa”. Dos meses más tarde, el 22 de octubre, es traslado a Terezin.
Ya prisionero en el Campo de concentración de Theresienstadt, en junio de 1944 organiza una pequeña biblioteca con los libros que les secuestraban a los judíos que iban trayendo al lugar. Cuenta que trabaja en una litografía y que hace un mapa físico de Asia y que proyecta empezar un mapamundi. Para ello empleará libros de geografía de Arabia y de la luna.
Leer y dibujar le permiten sobrevivir en Terezin. Lee Eugenia Grandet y Ferragus de Balzac, los cuentos de Jack London, El discurso del método de Descartes, “algo” de H. G. Wells, Canción de Navidad de Dickens, De profundis de Oscar Wilde (está perfeccionado su inglés) y Mario y el Mago de Thomas Mann.
Dibuja la cervecería y diversos edificios de Terezin.
Funda y dirige una revista bajo el sugestivo título de Vedem (Ver) “un semanario escrito por el grupo de muchachos encerrados en el edificio número 1 del sector 417 del guetto de Terezin”. Consigue los artículos y, cuando no los consigue, los escribe él mismo bajo distintos seudónimos. Según relatos de sobrevivientes fueron cientos los niños que participaron y colaboraron con dibujos o textos en Vedem. De todos ellos sólo quince sobrevivieron a la pesadilla. Todos los que estaban en la barraca L417 (donde estaba Ginz) fueron deportados a Auschwitz. No puedo evitar recordar las palabras de mi amigo Silvio Kazimierski:

Ellos estaban reunidos alrededor de una mesa, a veces eran seis, a veces diez; en ocasiones, quince. Todos tenían un pasado común...
Los recuerdo conversando en casa, riendo, debatiendo ideas mientras jugaban cartas como cualquier otro grupo de amigos. Casi todos tenían un tatuaje…
Allí estaban mis padrinos Suliche y Bluma, casada ella por segunda vez, después de no encontrar jamás a sus tres hijos. Estaban Pablo, su hermano y su esposa Bela, que llegó a esconderse como muchos niños en los pozos de los excusados para sobrevivir. También estaban Schmil y Jana, cuyos dos hijos… fueron cenizas al viento. Todos ellos tenían un tatuaje…
Recuerdo a Binem y su cuñada, que pasó a ser su compañera, cuando la hermana sucumbió de tifus; a Abraham que comía raíces en el bosque con 10° bajo cero y a Arshele, el del tic, por estar años encerrado en un placard. Aunque los tatuajes no estaban de moda ni eran motoqueros robustos, casi todos tenían uno…
Eran gente común de “Carne y hueso”, aunque el tatuaje les recordara que durante años, fueron solo “Piel y huesos”. Y por supuesto, entre todos ellos, también estaba él.
Lo conocí a los cinco años; no es que no lo hubiera visto antes, pero un día le pregunté de dónde venía, donde estaba su mamá, si tenía hermanos?
Me empezó a contar… no mucho. Cuando le pedí que me cantara alguna canción desconocida, entonó una vieja melodía polaca. Ahí recién empecé a conocerlo.
Muchos años después recorrimos Polonia. Mi mente estallaba de recuerdos. Al llegar a Auschwitz y ver el nefasto cartel de entrada, le pedí a Ruth que me tomara una foto. ¡Pero de espaldas! ¡Qué cara se puede poner en un lugar así!
Corría el año 2004, nuestra cámara era de rollo y la moda de sacarse fotos de espaldas no existía. Nunca jamás me había sacado una foto de espaldas. Ni jamás lo volví a hacer…
Muchos hijos y nietos de emigrantes europeos viajan para sentir y conocer sus raíces, ver el pueblo donde nacieron, desde donde vivieron y qué vivencias tuvieron… Siguen sus pasos.
Mi recorrido desde el pueblo donde él nació, solo incluyó Campos de Exterminio… Fui a Auschwitz en memoria de aquellos que conocí, pero más aún, lo hice por aquellos que No conocí.

En 1942 Ana Ginz, hermana de Petr, también es trasladada al guetto de Terezin. Hoy sabemos que fue una de las pocas sobrevivientes, si es que se puede hablar de una sobrevida al horror. En el diario de Eva, la anotación del 28 de septiembre de 1944 es simplemente estremecedora: “El tren ya llegó y los dos chicos están adentro. Petr tiene el número 2392 y Pavel el 2626. Están el mismo vagón”.
En la estación, no se oyen los ruidos de las locomotoras sino los llantos que inundan el lugar por todas partes: “Yo me colé entre la gente, pasé por debajo del cordel que separaba del cuartel a la multitud y le di a Petr las rebanadas de pan por la ventana. Aun tuve tiempo de darle la mano a través de la reja antes de que el guardia del gueto me echara”.

Era la última vez que Petr Giz vería Praga. Dos años más tarde, Petr Ginz fue trasladado al campo de exterminio. Murió en Auschwitz, en octubre de 1944.
Su poema Recuerdo de Praga toma ahora una nueva dimensón:
Cuánto tiempo hace ya
que vi por última vez
ponerse el sol sobre Petrin
Una mirada llorosa besa a Praga entonces
mientras se ocultaba en las sombras de la noche.
En el trasbordador espacial Columbia que en el año 2003 se desintegró entre Texas y Luisiana iba entre los tripulantes, Ilan Ramon, el primer tripulante espacial israelí. Obviamente, ninguno de los astronautas sobrevivió al hecho. Ilan llevaba consigo al espacio uno de los tantos dibujos ensoñados por Petr Ginz.
Que ese original se haya perdido para siempre en el cosmos, como memoria y advertencia de un mundo de horror es casi un acto de justicia poética. Como si velara para que no olvidemos que el horror siempre está presto a volver.
En una de las páginas de su Diario, Ginz asegura haber leído con entusiasmo el libro ¿Están habitadas las estrellas? del astrónomo y divulgador francés Camille Flammarion. No hace falta evocar la escena de la insignia de las mangas cocidas en las callejuelas del guetto para responder que Sí, que están, estuvieron y estarán siempre habitadas para que se sepa. Como bien recuerda Imre Kertész, nunca hay que olvidar que “del holocausto no se puede hablar en tiempo pasado”.
