Los bibliófilos suelen fascinarse con ese tipo de elementos que aportan sofisticación y sutileza a un libro.

VICTORIA D’ARC

Reconozco que tengo una obsesión con los marcapáginas de tela. De tela. Rojos. Cada vez que encuentro un libro (por lo general tapa dura, por lo general voluminoso) y tiene ese elemento encastrado en la encuadernación entonces entiendo que es un clásico y que ese libro al menos para mí es fundamental. Ocurre siempre. Los atesoro como si fuera un libro sagrado. Imprescindible. El maestro Salvador Gargiulo supo trazar en estas páginas una breve historia del señalador. Sabemos por Massimo Gatta, por ejemplo, que en 1924, entre las ruinas del monasterio egipcio de Apa Jeremias, cerca de Saqqara, se encontró un antiguo objeto que podría considerarse un precursor del marcapáginas: se trataba de un objeto de cuero adornado con pergamino, que se remonta al siglo vi d. C. y aún está pegado a la cubierta de un códice copto. También tenemos otro antiguo señalador indio que podeos fechar en el siglo xvi cuyo cuerpo es de marfil con motivos geométricos y se utilizó probablemente en los Coranes miniados y que pertenece al Museo Real de Brunéi. Como nota al pie deberíamos decir que al hablar de códices miniados se refiere a esos libros manuscritos e ilustrados que se elaboraban en los “Scriptorium” o talleres especializados de los monasterios por monjes de gran cualificación artística y doctrinal para los propios monasterios, las iglesias y los reyes. Pienso en lo que decía antes sobre mi idea del libro sagrado y tiene sentido.

Pero aquí quiero referirme no tanto al señalador, que puede ser cualquier objeto en medio de las páginas de un libro y que muchas personas coleccionan como si fueran flores de un jardín de páginas, pero aquí quiero trazar otro camino que es el del marcapáginas, esa cinta de tela, ese elemento de distinción en las ediciones de los libros clásicos. Según Arthur W. Coysh, historiador del marcapáginas citado por Massimo Albertini, el primer testimonio del uso del marcapáginas se remontaría a Christopher Barker, que fue distinguido en 1577 con el título de “Impresor de la Reina”. Parece ser que Barker, en una colección que encuadernó para la reina Isabel I –y que incluía la Biblia, un libro de oraciones y los estatutos del Reino– insertó una cinta de seda que cosió en la parte alta de la cabezada para facilitar la lectura a la soberana, permitiéndole encontrar sin demora la página que le interesase en cada momento.
Los especialistas ingleses suelen organizar la historia del marcapáginas en cuatro períodos: Ribbon (cinta), de 1850 a 1880; Victorian Advertising entre 1880 y 1901; Pre-World War, de 1901 a 1914 y, por último, Publicity and Greetings, desde 1914 hasta nuestros días. Las fechas que sugiere Coysh contrastan, no obstante, con una iconografía bastante precisa, vinculada a la producción de retratos, que tuvo lugar a principios del siglo xvi en Italia sobre todo, y en la que en una serie de “figuras con libro” de autores célebres aparecen bien visibles cintas o escapularios metidos entre las páginas de los libros iluminados.

“Retrato de hombre con libro” (1529), del Parmigianino

La fecha de estos cuadros sería muy anterior a la de 1584, considerada por Coysh fecha del primer testimonio material de la presencia de un marcapáginas en un libro. Esto puede verse, por ejemplo, en el “Retrato de un hombre con libro verde” (1502), de Giorgione, donde se advierte una larga cinta, un marcapáginas de tela, que sale de entre las páginas de un librito encuadernado en piel verde, quizás las Vidas de Plutarco. O quizás también en el “Retrato de hombre con libro” (1529), del Parmigianino, donde aparece un punto de libro de pergamino o papel, que sobresale entre las páginas por la parte superior del libro. Uno muy cargado de significado es el “Retrato de Giovanni Benedetto Caravaggi” (1521-1522), de Giovanni Cariani, en el que son bien visibles, en el interior del volumen en manos del retratado, una serie de marcadores que parecen de papel y una cinta que usa como marcapáginas.

En “La Virgen con el canciller Rolin”, de Jan van Eyck, se aprecia una especie de botón que puede ser el extremo de un rudimentario marcapáginas y que sobresale del volumen que tiene ante sí Felipe el Bueno, duque de Borgoña. Esta pintura situaría el comienzo de la presencia del marcapáginas mucho antes, en el año 1433, que es la fecha del retrato. O quizá en 1450, fecha del “San Jerónimo y el devoto Jerónimo Amadi”, de Piero della Francesca, en el que el santo sostiene sobre las rodillas un libro sagrado entre cuyas páginas se advierte la presencia de unas sutiles tiras de tela que emplea como señalador. No todas las referencias permanecen en esos años del siglo XIV, si llegamos hasta 1914 también encontramos un señalador en Giorgio De Chirico: en la pintura “El cerebro del niño”, expuesta en el Moderna Museet de Estocolmo, podemos ver a un hombre con bigote, desnudo, que parece meditar o soñar, con los ojos cerrados, sobre el libro que tiene delante y del que surge una cinta de tela roja.