Lógica del sinsentido
John Lennon entre James Joyce, Lewis Carroll y Edward Lear
MAXIMILIANO CRESPI

En la astuta “Inadvertencia preliminar” a su traducción “al lenguaje popular de Buenos Aires” de John Lennon in his own write (editada por Bocarte en 1967), Jaime Rest hace una advertencia paradójica con relación a su lectura: hay que tomarse en serio este libro que abomina de toda seriedad. No sólo porque asume que “el colmo de la hilaridad es tomar las cosas con compostura y circunspección”, según proceden los “asnos pomposos”; sino también porque él mismo, como traductor, no puede negar la certeza de estar presentando un texto que está en lugar de otro que, a su vez, parece estar en lugar de “nada”.

El absurdo tiene sentido. Rest inscribe la poética lenonniana en una de las corrientes “más auténticas y elementales” de la literatura inglesa: la “que cultiva el absurdo y que ha llegado a constituir un género propio denominado nonsense”. Grava su linaje con antecedentes literarios ilustres, que en un desfile de célebres excéntricos se remonta sin duda a los hieroglyphs de James Joyce, las portmanteau words de Lewis Carroll y los limericks de Edward Lear que tanto entusiasman al César Aira ensayista. En cierta medida, y sobre todo en su trabajada insularidad, las “ininteligibilidades deliberadamente significativas” presentes en estos escritos de John Lennon se ligan a una corriente poética subversiva (durante mucho tiempo tenida por “un área menor y disparatada de la actividad artística”) y afirman su valor específico en su potencia para romper con la naturalización lingüística de “experiencias cuyo reconocimiento explícito habitualmente fue reprimido o disimulado de manera deliberada o inadvertida”.
La inscripción no es para nada caprichosa. La humorada literaria de Lennon se vuelve entonces crítica cuando busca la caricaturización y parodia del lenguaje de kis betters, de los snobs, de los locutores de la BBC, de los oxonienses, del queen’s English, de personajes de la política británica o de las composiciones poéticas de la “alta” literatura. Pero también suele caer en la trivialidad, cuando el predominio del tono lúdico relativiza la “intensidad agresiva” de los textos, que sólo se reivindican en la mera anécdota y la gentil indulgencia de un desaprensivo lector.
