El tiempo de la peste
Luis Gusmán lee el nuevo libro de Natasha Zaiat
Luis Gusmán

No es la primera vez que la peste exige del género del diario. En Aventuras de Robinson Crusoe, Daniel Defoe lleva un calendario para no perder la noción del tiempo y a la vez escribe un diario. Defoe pasa de escribir aquellas vicisitudes del náufrago a escribir luego su Diario del Año de la Peste, recientemente reeditado por Mansalva. Más acá en el tiempo, como si lo relevara, García Márquez escribe Diario de un náufrago.

Quizás los días de la pandemia, unos iguales a otros, revelan una manera de transcurrir del tiempo que no pertenece ni a esa convención llamada calendario ni al tiempo “real”: el tiempo de la Peste. Quizá, paradójicamente, sólo una muerte cercana sea lo único capaz de romper esa ilusión serial y monótona del tiempo.
Lo que interesa del libro de Natasha Zaiat es que, si bien cada peste tiene su escritor, es la edad de aquella que lo ha escrito. Es joven. Es posible que, para la infancia, la juventud, la madurez, la vejez, este tiempo haya sido diferente.
El libro de Zaiat se titula Los días de la peste. Está ilustrado por Melina Faigerich y publicado por el sello editorial Piloto de tormenta. Como el lector puede advertir ya desde las primeras páginas, estamos en medio de una tormenta y el libro se propone como una suerte de mapa de ruta para atravesarla.
Comienza el 2 de abril del año 2020. El primer día anotado ya el tiempo la interpela: “Ahora resulta que tengo que aprovechar mi tiempo y ser útil, aun en este paréntesis”. Ya la peste ha inoculado los trabajos y los días. El asilamiento lleva como paradoja a compartir “una intimidad desesperada”. Es cierto, la pandemia no solo afectó el intercambio social sino la intimidad.
A la segunda semana, anota un estado predominante: el aburrimiento. Quizás, la mejor manera de describir este diario se resuma en una anotación en que su imagen se borra, se empaña, en el espejo: “Un haiku futuro sin sentido, un tiempo de recomposición de letras esquivas y estas palabras que no se hacia dónde van”.

Son tiempos en que la descomposición es una amenaza que late diariamente. Ni apocalipsis, ni fantasma de la pérdida de la libertad.
El diario concluye el 31 de diciembre del 2020, justo va a hacer un año. Día 284: “Ojalá este sea el capitulo final de este mal sueño. Un terror nocturno, una distopia dolorosa un mal chiste…”. El diario describe esta distopia. No se remite a una sociedad imaginaria sino real; el diario nombra cada tópico de ese totalitarismo enmascarado bajo el nombre del fantasma de la pérdida de libertad. A medida que se aprueban leyes, en este diario se dice de una manera poética en que la ideología y la letra fría de la ley son dichas, si dichas, como solo lo poético puede decirlo. Día 286: “Es ley. Hoy amanecimos bajo un cielo más justo”.
A esas palabras se les agrega la imagen. Día 271: “Este período es un revoltijo de espectros. Ayer tardé en dormirme. Me quedé revisando las fotos que inician en marzo. La cantidad de trajes que usamos. La cantidad de máscaras que velaron nuestras facciones, como si fuera un espectáculo de La Divina comedia”. Y prosigue el día 271: “No es verdad que existe lenguaje para todo”.
La contradigo. El libro se despliega como las cuatro Estaciones de Vivaldi. Comienza en otoño y termina 287 días después, en verano. Solo que la espera interminable decidió que se parezca más, por la forma en que está escrita, a una figura del Dante y a una “temporada en el infierno”.
La contradigo. Este diario me dice que el lenguaje es lo único que hace posible hacer una diferencia con ese todo. Es la prueba de ella. Lenguaje político, lenguaje poético y también lenguaje cotidiano: “Extraño subirme al colectivo”, o la pregunta ¿De qué me agarro cuando todo tira para abajo?”. Como decía Mallarme: “Lo que dice, lo produce”. Me aferro de eso que llamamos lenguaje. Seguro, que muchas lectoras y lectores, se aferrarán a los días de este diario que por sus efectos ya no es sólo de Natasha Zaiat.