De Max Stirner a Rafael Barrett, la construcción de una biblioteca ácrata.

DIEGO ERLAN

Hace días que leo con cierto fervor los libros de Pietro Citati. Esa manera desprejuiciada de trabajar sobre los materiales documentales para apropiárselos y hacer de ellos una narración hipnótica. Por ahí se consigue su biografía de Kafka. O ese retrato de una pareja en erupción como es La muerte de la mariposa, sobre Francis Scott Fitzgerald y Zelda. No es el narcisismo encantador de Emmanuel Carrère. Es un cruce. Algo más cercano a Carlo Ginzburg. Una vez leí un libro de Gregorio Morán, Asombro y búsqueda de Rafael Barrett, que empezaba el retrato de ese autor al que no conocía a partir del comentario de un amigo sobre un artículo de Barrett en una antología perdida publicada en Paraguay. Las últimas lineas del artículo decían: “¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí. Antes era un hombre. Ahora soy un propietario”. Ese cierre del artículo fascinó a Morán y lo llevó a escribir esa biografía que tiene más de Carrère que de Citati pero viene a cuento porque me acordé de las veces que recorría los puestos de libros usados como los recorría Christian Ferrer, con los ojos fijos puestos a encontrar ese libro agotado, ese ejemplar perdido de una obra maldita, y así conseguí la primera edición de esa biografía inclasificable de Barón Biza que publicó el mismo Ferrer en 2007. Empujo el recuerdo hacia ese libro porque fue allí donde leí un dato que no sabía de Stirner. Asumo mi ignorancia. Recuerdo la manera en que Ferrer introducía a ese autor del que hasta entonces sabía poco, y en particular una manera de presentarlo que subrayé con cuidado, con esa particular forma de subrayar cuando uno apunta a transcribir lo escrito: “En Max Stirner cuajaron tres imperfecciones: se divorció de su maestro Freidrich Hegel con toda la furia; carecía de red económica o relacional que amortiguara la caída; escribió un solo libro que nadie leyó”. Anotación al margen: también hay algo fascinante en esos libros únicos que pueden imponer ellos solos todo un movimiento, toda una estética, toda una filosofía de pensamiento. Imagino esos libros enfrentados a una tormenta. Y que al día siguiente, luego del diluvio, siguen ahí, todavía de pie, mojados y arruinados pero aún legibles. Ocurre con Carlo Michelstaedter, aquel joven estudiante de filosofía de 23 años que en octubre de 1910 enviaba por correo a la universidad de Florencia su tan ansiada tesis que acababa de terminar y luego de hacerlo, como si fuera un personaje de Salinger, agarró una pistola para pegarse un tiro. La escena es Salinger y es Chéjov y esa tesis enviada como último suspiro es La persuasión y la retórica, uno de los tratados filosóficos más enigmáticos del siglo xx. No sé cómo llegamos hasta acá. Quizás por esos libros únicos, quizás por ese profundo nihilismo que exudan cada una de esas obras y así, de un lado a otro, de un tiempo a otro, volvemos al libro de Ferrer.

Leyendo el libro sobre Barón Biza encuentro el siguiente dato: Johann Caspar Schmidt (nombre real de Stirner) escribió su libro mientras asistía a las reuniones de un grupo de jóvenes filósofos en la vinería de un tal Hippel. Ese grupo se hacía llamar “los libres” y estaba integrado por Bruno Bauer, Arnold Ruge, Karl Marx y Friedrich Engels, además de Stirner, que fue bautizado así, como frentón, por Engels, el mismo que mantenía a Marx y pensaba con Marx y le tapaba los quilombos maritales a Marx. Entre ellos discutieron. Se amigaron y volvieron a separarse. Incluso Marx y Engels le dedican varios tramos de La ideología alemana a Stirner. Resulta que a Stirner no lo había convencido la crítica al hegelianismo de Feuerbach que sugería que la filosofía idealista no era mucho mejor que la teología cristiana porque ambas exigían que el hombre adorase algo fuera de sí mismo, fuese el Geist hegeliano o el Dios cristiano. Feuerbach planteaba que la solución era adorar a la humanidad. Stirner no estaba de acuerdo y se despacha con El único y su propiedad, su único libro, donde defiende el egoísmo absoluto, libre de todos los efectos alienantes de la devoción a Dios, al hombre, al Espíritu o al Estado. Era una actitud atea, solipsista y, en última instancia, nihilista, en la que el egoísta “no se ve a sí mismo como herramienta de la idea o vehículo de Dios, no reconoce vocación, no imagina que existe para fomentar el desarrollo de la humanidad y que debe aportar su granito de arena; él sólo vive su vida sin preocuparse por lo bien o mal que con ello le vaya a la humanidad. Ni Marx ni Engels, como escribió Tristram Hunt, se interesaban por esa defensa de la rebelión personal ni por la naturaleza histórica de ese hombre individual, sus inclinaciones materialistas se vieron reforzadas por la crítica de Stirner a la filosofía humanista de Feuerbach a la que consideraba poco más que religión puesta al día. Pero si Stirner estaba encaprichado con esa moral del yo, ellos estaban resueltos a apartarse de esa filosofía, del individualismo y pasar a la política de la acción de masas. 

En una carta Engels le escribió Marx: “Debemos despedirnos del ego, del individuo empírico de carne y hueso, si no queremos, como Stirner, quedarnos estancados en este punto, si no elevamos al ‘hombre’. Debemos despedirnos del empirismo y del materialismo. Si nuestros conceptos y, en especial, nuestro hombre van a ser algo real: debemos deducir lo general de lo particular, no de sí mismo ni a la Hegel, del aire.” 

En El único y su propiedad (1844) Stirner critica todo lo que pueda coartar al yo, y así desarrolla una filosofía individualista que podemos calificar como libertaria. Engels y Pléjanov lo marcaron como el jefe principal del movimiento anarquista y ello para desacreditarlo y acentuar el abismo que lo separaba del marxismo, pero Proudhon, Bakunin y Kropotkin jamás hicieron referencia a él. 

Una escueta biografía de Stirner diría que estudió filosofía, filología y teología pero aterrado por la demencia de su madre, empieza a trabajar como profesor en una institución para señoritas en Berlín. En 1841 empieza a publicar artículos como “Arte y religión” o “Los falsos principios de nuestra educación”. El único y su propiedad es censurado ni bien se publica pero la censura es levantada enseguida porque la obra es considerada “demasiado absurda” para ser verdaderamente peligrosa. De todas maneras, Marx la critica con vehemencia en La ideología alemana. Engels mete cizaña en esa relación y ambos lo toman de punto. Stirner renuncia a su puesto de profesor, traduce dos libros: el Diccionario de economía política de Jean-Baptiste Say y otro de Adam Smith: Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones. En 1845, un año después de la aparición de su libro, abre una tienda de productos lácteos pero quiebra al poco tiempo. Su mujer lo abandona. Al borde de la miseria es perseguido por sus acreedores, razón por la cual cae preso durante dos días. Muere en 1856 en Berlín, infectado por la picadura de un insecto.

Cada quien atesora su propia biblioteca dedicada al anarquismo. Para quien no haya leído nada debería rastrear la colección Utopía libertaria, donde además de los clásicos de Bakunin (Dios y el estado, Crítica y acción) también pueden encontrarse La palabra como arma, de Emma Goldman, entre muchos otros textos ácratas. Una introducción posible sería el libro de Édouard Jourdain, que tiene prólogo de Christian Ferrer. Hay dos particularmente interesantes. Uno es Los entresijos del anarquismo, en el que un periodista belga que publicó este libro con el seudónimo de Flor O’Squarr retrata la organización anarquista desde sus creencias hasta los modos en los que actúa: el funcionamiento de la prensa, la utilización de los explosivos para sus atentados, la estructura del movimiento y hasta la moral. Aunque no esté del todo de acuerdo con su accionar, O’Squarr investiga, disecciona, reconstruye episodios a la sombra del caso del anarquista francés Ravachol y conjuga un libro bastante singular y absorbente.

Otro libro fundamental es Memorias de un anarquista en prisión de Alexander Berkman, el solitario artífice del atentado al magnate Henry Clay Frick en julio de 1892. Anotación: Berkman era la pareja de Emma Goldman. Pueden leerse ambos libros de esta biblioteca en simultáneo o al menos ubicarlos en el estante correspondiente, uno junto al otro para desobedecer el ordenamiento alfabético y seguir un orden emocional, pequeños gestos ácratas que construyan Zonas Temporalmente Autónomas. Incluso en nuestras bibliotecas.

A este estante de la biblioteca ácrata ahora podría sumarse Contra toda autoridad, una selección de literatura anarquista rioplatense realizada por Daniel Vidal y Armando Minguzzi, con prólogo de Horacio Tarcus. Si hay algo fascinante de este libro publicado por Tren en movimiento es que reúne los textos (en su mayoría relatos y poemas) de una manera temática y así podemos entender el pensamiento anarquista desde la literatura, una mezcla de géneros, escrituras y formas ue abordan las obsesiones que fundan el movimiento como son el amor libre, la revolución, la batalla contra la religión y el capitalismo y retratos sobre la ciudad, los obreros y el campo. Como cualquier relato el final siempre se conecta de alguna manera con el principio. Y en este caso la conexión es Barrett. Morán seguramente se hubiera fascinado con el relato que abre esta antología anarquista: “Sobre el césped” es una oda al amor y al desprejuicio de una pareja que, en una tarde campestre, empieza a tener sexo en el parque frente a su bebé de un año.