El antelado
En este nuevo libro, Raúl Antelo pone el foco de observación crítica en lo transvisual y la arqueología de lo moderno.
Eduardo Jorge de Oliveira

La obra crítico-ensayística de Raúl Antelo es tan excéntrica como estimulante. Libros como Transgressão & modernidade, Crítica acáfala, María con Marcel y el recentísimo A máquina afilológica dan cuenta de ello. En estos días, el sello editorial 17grises acaba de publicar Azulejos. Lo transvisual y la arqueología de lo moderno, una serie de trabajos que tuvieron como punto de partida un ciclo de conferencias dictadas por el crítico en la Universidad de Zúrich en 2018. A modo de presentación y en excluiva, adelantamos el prólogo de Eduardo Jorge de Oliveira.
Los textos aquí reunidos bajo el título Azulejos. Lo transvisual y la arqueología de lo moderno tuvieron como punto de partida tres conferencias que Raúl Antelo dio en la Universidad de Zúrich en 2018. Antelo pasa de la perspectiva de las letras hispánicas latinoamericanas a los fenómenos de los museos y las literaturas en Brasil y Latinoamérica. De hecho, este recorrido forma parte de su itinerario intelectual, en el que no hay separación que esté condicionada por las disciplinas donde, por un lado, estaría lo continental y lo calculado, sus geografías estables y sus identidades tangibles y, por otro, el espacio permanentemente otro, América Latina con sus paisajes variables, con sus límites y márgenes desde la Amazonia hasta la Patagonia (Ausências, 2009). La modernidad se fue convirtiendo en una de las preocupaciones fundamentales de su trayectoria crítica. Como él mismo escribió: “A modernidade está atravessada por uma hiância, por um vazio que lhe é inerente”. Por esa proliferación de huecos, el presens y el absens componen una dinámica que pone en marcha la ficción que se mueve entre los más distintos saberes y disciplinas. No por nada es que Ausências presenta una de sus formulaciones más precisas: “A ficção extrai o sentido do presens, a partir do absens das imagens que ela mesma coordena, monta e dispõe para nosso uso”.
A diferencia del gesto de segmentación del conocimiento, Antelo establece vasos comunicantes entre presens y absens, que a veces se abren y a veces se cierran en su dinámica de lectura, estableciendo nuevos encuentros y choques de los más distintos objetos culturales. Así lo señaló en 2005 en el volumen colectivo titulado Crítica e ficção:
É imperioso, portanto, no tocante à divisão disciplinar, encarar que o estudo de literatura latino-americana não pode prescindir da literatura brasileira e que isto, certamente, obrigará os latinoamericanistas brasileiros a uma colaboração mais estreita com os especialistas em literatura brasileira, cuja disponibili-dade a se abrir à problemática supra-nacional, con-quanto ainda limitada, é já um fato, a meu ver, irre-versível… Não se trata, entretanto, de adotar a pecu-liar resignação que Borges atribuia aos filólogos e aos historiadores da literatura, “admiten y clasifican todos los libros como la astronomía clasifica todos los astros, y la paciente y generosa dermatología todos los males de la piel”. A saída, evidentemente, solicita recorte e montagem.
Corte y montaje son, en este orden, un modo de producir geografías sensibles, es decir, desplazamientos de sentido que cambian al depositarse en lugares incomunes y un “yntento de ydioma” con sus cruces metodológicos entre el portugués y el español. Por un lado, tenemos la lección de los ready-made y de lo infraleve de Marcel Duchamp, más que bien absorbida por su Maria con Marcel. Duchamp en los trópicos (2006). En ese texto, la tarea en sí misma hace que actúe “el principio activo del ready-made, que al fin señala el triunfo de la lógica indiciaria, en detrimento del arte retiniano”. Lo infraleve es “transvisual” por excelencia. Por otro lado, de ahí mismo emerge el tránsito permanente —a través del prefijo “trans”—, presente incluso entre la ruinología (2016) y las archifilologías (2015), que prácticamente coinciden en el entramado del análisis de textos. En este tránsito, el crítico promueve la abolición del objeto dado, en la medida en que el poema y la obra de arte asumen una posición de sujetos de investigación y no tan solo de objetos, como revindican las más diversas metodologías científicas. No por nada Manoel Ricardo de Lima va a decir que en las lecturas de Antelo “a poesia [ainda] não pensa”, demostrando que existe una tensión permanente en el pensamiento de lo moderno en Latinoamérica y que la poesía con sus gestos débiles ejerce una especie de fuerza para el campo de tensiones de la modernidad.

Si el poema y la obra de arte se activan cuando son leídos, la crítica y la teoría los ponen en juego, abriendo los espacios sobre los cuales ellos se contraen y se expanden. Sin embargo, y sin negar la disposición puesta en la dicotomía epistemológica entre objeto y sujeto, la crítica de Antelo trae al espacio del texto tanto el “objuego” (objeu) como lo abyecto, es decir, las formas no incluidas en la relación sujeto-objeto, ya que estas se basan en la dinámica fenomenológica del ver y ser visto. Un ejemplo de esa operación crítica se encuentra justamente en sus archifilologías latinoamericanas: “El objeu de la archifilología no es la representación sino la idea. No se repite lo pasado, sino lo que de él va al futuro. La filología repite ese proceso y busca del futuro lo que falta del pasado. Por eso tomar la lectura no como algo natural o dado sino como un artificio o una escena que dispone los elementos sobre nuestra mesa de montaje nos plantea básicamente dos cosas, el arreglo de una escena y la violencia del encuentro”.
No hay modernidad sin juego ni violencia. Toda la obra de Walter Benjamin es el desarrollo de este enunciado, que está lleno de pliegues y de huellas, de repeticiones, de vueltas y, con ellos, revueltas. Lo “trans” se subleva a la actividad de ver, actuando más allá y más acá de la visión y de su legibilidad. La unión entre el prefijo “trans” y lo “visual” es capaz de considerar que la poesía, los museos, los archivos y los estudios literarios son modos de intensificar un sentimiento de crisis y síntomas que los críticos sitúan en las obras literarias. Aquí, situar no es más que leer in situ. Antelo intensifica lo que Werner Hamacher lee en el propio “movimiento del hablar mismo de la filología”, de modo que ella “siempre encuentra algo más para añadir tanto a lo particular como a lo general. La filología es, sobre todo, aquello que ella es. Además, es la que expande, la que añade, la que agrega y a la que no le basta nada de lo dicho o sucedido. Va más allá de todo lo que se presenta como declaración o como texto y va detrás de ello para mostrarlo en su movimiento a partir del origen y el futuro”. En los textos literarios hay una carga de pasado que solo será leída en un porvenir que emana de las chispas del presente. Se trata de un “más allá” cerrado en el sentido mismo de las palabras en el plan microscópico y de los textos de modo general y que, además del sentido de “al otro lado de”, o “a través de”, el “trans” planteado por Raúl Antelo es de una claridad opaca —un “claro enigma”, en la expresión liminar de Carlos Drummond de Andrade—, pues no se esconde en el significado que lleva de un lado a otro y, al mismo tiempo, revela los procedimientos de la escritura, los huecos entre las imágenes, los gestos inacabados en los archivos y la mesa de montaje de los estudios y sus actos interpretativos.

Fotografía: Sebastián Freire
El movimiento transvisual se produce de tal manera que la propia crítica literaria, en medio de los saberes y los no saberes, adquiere nuevamente el estatus de una “ciencia sin nombre”, como lo planteó Giorgio Agamben a propósito de Aby Warburg. Esta vez, la diferencia está en la propia filología, que implica un retorno a nombres como los de Ernst Robert Curtius, Erich Auerbach y Leo Spitzer, de modo que la fisonomía de las palabras cambia según el lugar, las redes intelectuales y sensibles, así como su coyuntura política. Hay una disposición antropológica, seguramente, y por eso Clifford Geertz es un punto de partida que toca el corazón de la interpretación en los estudios literarios. Poner y disponer estos nombres en la mesa de montaje no implica solamente mencionarlos, sino también buscar detalles leídos a partir de Giorgio Agamben, Walter Benjamin, Michel Foucault, Georges Didi-Huberman y Jacques Rancière, por mencionar solo algunos nombres, a los cuales se suman Marie-José Mondzain, Josefina Ludmer, Furio Jesi o Noé Jitrik. Los nombres aquí son también índices, lugares y motivos en movimiento. Movimiento que tiende al agotamiento. Es mismo en su propio agotamiento donde el movimiento archifilológico de lo transvisual se bifurca en transiciones y transgresiones. Para la primera, Antelo desarrolló la “ficción crítica” y para la segunda, la “crítica acéfala”. Con “ficción crítica” entendió imágenes compactas e imágenes ausentes, que articulan pedagogía y detrito. En la noción de “crítica acéfala” hay una propuesta de encabalgamientos informes, debido a la polarización lacaniana de Kant y Sade, pero también de Sarmiento y Euclides da Cunha, Arlt y Mário de Andrade, Clarice Lispector y Felisberto Hernández, formando así un “guion de extimidad”. Son dos modos de situar la crítica por el montaje en objeu y abyección. Finalmente, lo transvisual articula esas dos nociones que son las variantes de la archifilología y la ruinología. Es en Transgressão & modernidade que Antelo cita un fragmento de La pesquisa, de Saer, emblemático para su tarea:
Ser adulto significa justamente haber llegado a entender que no es en la tierra natal donde se ha nacido, sino en un lugar más grande, más neutro, ni amigo ni enemigo, desconocido, al que nadie podría llamar suyo y que no estimula el afecto sino la extrañeza, un hogar que no es ni espacial ni geográfico, ni siquiera verbal, sino más bien, y hasta donde esas palabras puedan seguir significando algo, físico, químico, biológico, cósmico, y del que lo invisible y lo visible, desde las yemas de los dedos hasta el universo estrellado, o lo que puede llegar a saberse sobre lo invisible y lo visible, forman parte, y que ese conjunto que incluye hasta los bordes mismos de lo inconcebible, no es en realidad su patria sino su prisión, abandonada y cerrada ella misma desde el exterior – la oscuridad desmesurada que errabundea, ígnea y gélida a la vez, al abrigo no únicamente de los sentidos, sino también de la emoción, de la nostalgia y del pensamiento.
Hay un salto de significantes que vienen de Saer: orfandades o desamparos, desafiliación y reafiliación, o simplemente el punto “neutro” donde emerge una comunidad en el sentido de Blanchot y de Nancy, organizada a partir de sus “filias” nómadas. Es por esos trazos que el crítico antelado produce pequeñas diferencias entre mímicas y mimesis, instalando ahí una aisthesis, es decir, un movimiento singular de sentidos, una arqueología de la teoría y de la crítica por desvíos, hiatos, huellas, agotamientos con los cuales se rompe con la idea de una historicidad sin fallas. A los lectores les cabe una alegría grande como aquella de algunas páginas de El entenado, donde asoma la diversidad en las orillas desconocidas.