Un lugar en el mundo
La segunda novela del guionista, músico y traductor, Martín Caamaño
Paula Puebla

Martin Caamaño se despacha esta vez con Oslo (Mansalva), una novela ágil que se desliza entre imágenes cargadas de vitalidad entre dos tiempos, entre dos lugares: mediados de los ochenta y una actualidad no del todo fechada, entre Río de Janeiro y la poderosa Mar del Plata. Son las historias de Anita, Manuela y Oso las que hacen su deriva en las páginas de esta historia para confluir, por razones que mixturan la fortuna y un destino calculado, en un encuentro tan fugaz como definitorio.

“En Oslo la L —de manera Lamborghiniana— es la distorsión que parece iniciar todo el relato. La L que separa los nombres de un lugar anhelado y el nombre del protagonista de esta novela, Oso”, anticipa Fabián Casas en la contratapa del título 188 de la colección Poesía y Ficción Latinoamericana de la ya mítica editorial de Villa Crespo. No hay errata, no hay equívoco, tampoco una contorsión argumental, sino que una única letra soporta sobre la piel de la verdad el disfraz de una obsesión por la capital noruega. Pero sobre todo, la L es para el autor pura intención y el signo que esconde aquello que no ha sido dicho, que resulta además de suma magnitud y danza sobre las esferas de lo identitario. ¿Cómo se cuenta lo que no se dice? ¿Cómo se narran las cosas que esconde una familia? Más aún, ¿cómo se accede a ese aljibe ensombrecido que son los secretos que guarda una mujer? Oslo aparece con un trabajo intenso sobre esos testimonios esquivos, resbaladizos y negados que hacen ruido “como una pieza suelta en el interior de un aparato que todavía funciona” y tensa la cuerda entre una madre y una hija que comparten algo más allá que la genética. “¿Para qué sirve un secreto si no es para ser revelado? La esencia de un secreto es su propia fragilidad, que en cualquier momento pierda su condición de secreto”, escribe el autor como si provocara ahí mismo la chispa que reclama la propia historia.
Lo que no se elabora, se repite. Martín Caamaño parece asirse de esa usanza del psicoanálisis para hacer aparecer entre los personajes una pregunta universal: “¿Un hijo podría darle sentido a todo?”. Es así que Anita y Manuela, sin confesiones de parte, atrapadas en la marea constrictora del silencio, pueden verse la una a la otra en reflejo, tanto en la llegada intempestiva del acontecimiento materno como en sus fugas programadas, de corte escapista y con ánimos desesperados. “Dos rayitas. Ve la pared del baño volverse tan irreal como su presente. Los azulejos blancos tiñéndose de amarillo, un amarillo acuoso, lavado, idéntico al líquido que está en el pote de plástico en el suelo”, cuenta el narrador sobre Manuela. “Estoy embarazada —le informa Anita, y agrega que no está segura de quién es el padre”, constata también.

En Oslo son las mujeres las dueñas de las historias y las dueñas de las vidas, no solo de las que llevan dentro sino también de las que permanecen fuera. Oso, Bruno, Milton, el esposo de Anita son actores de reparto, agentes amortiguadores —en muchas ocasiones tristemente circunstanciales— de las angustias, las necesidades y urgencias de ellas. Proveedores por todo concepto, los hombres de Oslo parecen confinados, paralizados, sujetos a esas estructuras de la que son parte incluso sin tener conciencia de ello; no saben que cargan con el peso de las porfías femeninas. “Y por mucho duelo que [Oso] haya hecho, todavía hay algo que permanece. Un duelo sin un muerto a quien velar porque Anita sigue viva, viviendo su vida lejos de él. Y eso es lo que más lo trastorna, que ella sea capaz de vivir una vida en la que él ya no está, de la que él ya no es ni podrá ser testigo”, asevera el narrador.
Las herramientas de Caamaño: playas, arias, casinos, cines antiguos, escolleras y accidentes; rulos ensortijados, un labio leporino, una silla de ruedas, un test de embarazo, redes sociales. El autor de Pálido reflejo (Lengua de trapo) logra una novela de impacto con un final que conjura la historia que labró con detalle y paciencia (Caamaño ha declarado que amas´ó por “casi doce años” esta novela), y parece plantearle al lector preguntas precisas y sumamente íntimas acerca de los silencios que guarda, las verdades mordidas y el canto de sirenas que son las mentiras fatales. Oslo es una novela sobre el corazón delator que existe en todas las familias.