A partir del libro de Dorian Astor, unos apuntes sobre la cuestión de la moral y el elogio del mal en la obra de Friedrich Nietzsche.
GUADALUPE FERNÁNDEZ MORSS

Si hablamos del mal, empecemos por ahí: mal que les pese a muchos, Nietzsche es uno de los filósofos que aún más nos interpela con vehemencia. Como plantea Dorian Astor en su libro Nietzsche, la zozobra del presente, la lectura de este pensador plantea una doble exigencia: la de un arte de leer, ligado indefectiblemente a un arte de conocerse a sí mismo. Sabemos que uno de los grandes temas que recorre la obra de Nietzsche es la moral. En ese libro póstumo titulado La voluntad de poder puede encontrarse la exposición más elaborada, detallada y completa de la filosofía de Nietzsche. En las primeras páginas de esta obra, el autor explica que sería un error señalar como consecuencias del nihilismo las crisis sociales, la degeneración fisiológica o incluso la corrupción: “La miseria espiritual, corporal e intelectual no tiene en sí toda la capacidad necesaria para producir el nihilismo”.

Nietzsche dice que lo decisivo es el escepticismo ante la moral. Es decir que la decadencia de la interpretación moral del mundo, que ya no tiene sanción alguna, acaba en nihilismo; pero este –explica– como consecuencia de la forma en que se han interpretado hasta ahora los valores de la existencia.
En sus argumentos, Nietzsche declara que el triunfo del ideal moral suele alcanzarse, como todo triunfo, por medios fatalmente inmorales como la violencia, la mentira, la calumnia y la injusticia. “La moral es casi tan inmoral como las cosas de la tierra; la moralidad, por otra parte, es una forma de la inmoralidad. Creo en la liberación de esta idea. La oposición se aleja de las cosas, la unidad se salva en todo acto.”
Para el filósofo y sociólogo francés Henri Lefebvre, Nietzsche identifica el ser con la vida, y la vida con el querer (la voluntad) y el actuar. Y es en el actuar donde se basa la esencia de la vida: “al tomarla como un término ontológico, [Nietzsche] determina la vida en oposición a las ciencias biológicas de su tiempo. Spencer había definido la vida como adaptación y Darwin como conservación”. En oposición a las determinaciones de Darwin y Spencer, Nietzsche respondería que la vida es un querer crecer. Sobre esto, Lefebvre explica que en la filosofía del autor de Ecce homo, la vida no tiende a adaptarse ni a conservarse en el estadio alcanzado en su movimiento, sino que es actividad ofensiva y creadora que pugna siempre por ir más allá de sí misma y por ser cada vez más vida. “La vida es, por tanto, querer, voluntad; pero un querer aumentar su poder: la vida es voluntad de poder”, como dice Nietzsche en Así habló Zaratrusta: donde hay vida, allí hay voluntad de poder.

En La voluntad de poder, Nietzsche considera a los hombres buenos como hombres débiles y dice que “son todos buenos porque no son lo bastante fuertes para ser malos”.
Will Durant relata que a Nietzsche, en su niñez lo llamaban “Il Santo”, por su forma de ser piadosa y puritana, y quizás por haber tenido como padres a un pastor protestante y una madre que tras de sí tenía una larga línea de sacerdotes. El mismo Nietzsche fue un predicador cuando, de pequeño, su mayor placer era encerrarse y leer La Biblia o también leérsela a los otros, el mismo pequeño pastor que al final de su obra escribiría: “Modesto, aplicado, benévolo, moderado. ¿Es así como quieren al hombre, al hombre bueno? A mí esto sólo me parece el ideal del esclavo, del esclavo del porvenir”.
El filósofo italiano Gianni Váttimo, en su ensayo El sujeto y la máscara plantea que en el libro Humano, demasiado humano, la doctrina de Nietzsche, sobre todo en base a la tesis de la conciencia como interiorización del instinto del rebaño, es clara: la moral se identifica totalmente con las exigencias impuestas por la sociedad, que a través de la costumbre y de la herencia se han interiorizado como imperativos condicionados. “El mal es solamente la excepción y la desviación de la norma social, por eso es fuerza positiva y ennoblecedora” , concluye Vattimo. Muchos años antes, Nietzsche declarará una guerra contra el ideal cristiano y contra todo lo que de él se deriva o depende, no con el deseo de destruirlo, sino para terminar con la tiranía y permitir la liberación hacia el campo de nuevos ideales.
“[los hombres] se asustan ante su inmoralidad, tienen que negar sus más fuertes instintos, en vista de que los utiliza de mala manera”
Una y otra vez Nietzsche se pregunta por qué la vida o la perfección fisiológica quedan debajo de la moral en todas partes. Cuestiona el por qué de la no existencia de alguna filosofía del sí o tal vez una religión del sí. Reniega de la moral y dice que la intolerancia de ésta es una expresión de la debilidad del hombre: “[los hombres] se asustan ante su inmoralidad, tienen que negar sus más fuertes instintos, en vista de que los utiliza de mala manera”. Y advierte sobre el problema de superar las pasiones, si eso significa su debilitamiento y destrucción.

El problema consistiría en servirse de ellas y que de esta manera la comunidad las tiranice. “Dentro de la concepción de la jerarquía de las pasiones, lo recto y lo normal supone el dominio de la pasión, mientras que las pasiones suelen ser consideradas como lo anormal, lo peligroso y lo semibestial”, entiende Nietzsche y propone una crítica absoluta de las valoraciones morales que tienen los hombres, y plantea también la pregunta: ¿por qué sumisión? Ya que el impulso del sentimiento moral es partidario de la sumisión más que de la crítica. “Los medios de los débiles para mantenerse arriba son: instinto, humanidad, instituciones.” Para Nietzsche los instintos decadentes han predominado sobre los instintos de progreso, la voluntad de la nada ha predominado sobre la voluntad de vivir. Ante lo expuesto, propone su primera solución: la sabiduría dionisíaca, ya que considera a la moral como un error útil, construido por los débiles; señala que dionisíaco es la identificación temporal con el principio de la vida. Al explicar sus innovaciones dice que se debe desarrollar el pesimismo del intelecto, la crítica moral, la disolución del último consuelo y conocer los signos de la decadencia. Enumera sus combates sobre la decadencia, la búsqueda de un centro nuevo, el reconocimiento de este esfuerzo y es allí, en el recorrido de esta disolución, donde encuentra para los individuos la nueva fuerza. “¡Debemos ser destructores!”, agita, porque considera que en este estado de disolución es donde los seres individuales podrán perfeccionarse. Leer a Nietzsche es doloroso, acierta Dorian Astor. Y de eso no quedan dudas.