El periplo de la lectura

Tres libros para la primera infancia pensados desde Walter Benjamin y Hans Christian Andersen

Maximiliano Crespi

A Walter Benjamin le gustaba recordar un relato de Hans Christian Andersen donde se narra la historia de un maravilloso libro ilustrado que había costado “medio reino” y dentro del cual “todo estaba vivo”. “Los pájaros cantaban en su interior y las personas salían del libro y hablaban con los de afuera”. Sólo el paso de las páginas de la princesa hacía que esa vida volviera a su sitio devolviendo la realidad a su orden. Como otros relatos suyos (muchos de los cuales han llegado a convertirse en clásicos inmortales como El patito feo, La sirenita, La reina de las nieves, etc), la historia cuenta su fantasía sin sobreexplicar el periplo de la lectura como un juego sincopado de entradas y salidas. La vida, resume Benjamin, no sale de las páginas hacia la princesa, sino que, al contemplarlas, la princesa es la que entra en ellas. Sólo en el parendizaje del niño ese relato de Andersen alegoriza la experiencia inmersiva y emersiva de la lectura; sólo con su imaginación “supera la engañosa superficie y atraviesa tejidos y tabiques de distintos colores para entrar en el escenario en el que vive el cuento”.

Hans Christian Andersen (1805-1875)

El primer paso en el despliegue imaginario de inmersión se pone en juego en lo cromático. El salto de los colores del libro a los colores del mundo y viceversa. En el poroso mundo del libro, la realidad está siempre sobrecoloreada (recubierta de una pátina cromática que la armoniza) y entre ellos la imaginación del niño se desplaza suave y cálidamente en el mismo ademán en que incorpora la tecnología del libro y la técnica de la lectura. Los colores son la primera dimensión de ese otro mundo que luego incorporará formas, relatos y montajes. Pero en el segundo momento, de emersión, se produce cuando la tecnología del libro se incorpora y armoniza con la técnica de la lectura. Como dice el cuento de Andersen, “cuando la princesa gira las páginas”.
Los llamados libros para la primera infancia (de 0 a 3 años) acompañan ese doble aprendizaje inicial. Un ejemplo claro de ello son los libros de la colección “Los Chiquitines” del sello editorial Periplo. Son libros pequeños, livianos, acartonados, laminados y de puntas redondeadas (condiciones ideales para que sean manipulados libremente por las manos de los niños). Y concentran su atención en la elegancia cromática de las láminas, la configuración sintética de las imágenes, la armonía sonora de sus textos y el concepto general del libro y la colección.

¿Y tu pañal?, con textos de María Luz Malamud e ilustraciones de Lucía Paul, acompaña el proceso de comprensión de la condición temporal del uso del pañal. Está diseñado en una gama cromática que atrapa la atención del niño en planos de dos páginas acompañados de un texto simple de dos versos en rima consonante. Esos factores apuntan, al comienzo, a fortalecer los vínculos emocionales en la familiaridad de las voces y, luego, a estimular y desarrollar la facultad nemotécnica del niño. La historia narrada es progresiva y, presentada en cuadros con diferentes animales, cierra con el anuncio del eventual abandono de los pañales por parte del niño que ve reflejado su propio aprendizaje en las diferentes instancias narradas. Pero incluye además en cada lámina “detalles” que abren o amplían el relato y completan el proceso gradual en que el niño incorpora, por ejemplo, las rutinas del juego, del baño y el descanso.

Tic tac en la cocina, escrito por Sandra Siemens y bellamente ilustrado por Marina Haller (en una calidad paleta de colores de la que sólo se despegan en blanco y negro los personajes de la historia), se centra en la cotidianeidad de la cocina hogareña y acompaña al niño en lo que es el aprendizaje y la transición de la lactancia a la primera alimentación. El relato está organizado cronológicamente (la mañanita, la media mañana, el mediodía, la media tarde, la tardecita, la nochecita y la noche) y acompaña al niño en los diferentes momentos que armonizan el juego, la alimentación y el descanso siguiendo siempre a los dos personajes protagonistas del relato. En tal sentido, el de Siemens y Haller es un libro que se explica y justifica por la idea de que, como quería Benjamin, “los niños se inventan la historia como directores de teatro”: sacando provecho de los hiatos y las discontinuidades en las secuencias narrativas.

Algo parecido plantea Eso que rueda, el libro de Luciana de Luca ilustrado por Florencia Rodríguez, que acompaña el ejercicio de comprensión del invento-descubrimiento que cambió la vida de la humanidad. La rueda en sus diferentes usos es la protagonista. No sólo como tema contenido en las narraciones presentadas, sino también como procedimiento de constitución de la lectura. La diferencia central respecto de los dos libros anteriores radica en que la idea de ciclo está presentada con ilustraciones en colores primarios y secundarios plenos sobre un fondo blanco y con contornos plenos en negro; lo que facilita la concentración de la mirada aislando las formas sobre las que se explica el funcionamiento de los diferentes vehículos y de la propia idea de flujo y circulación de la lectura.  

Los tres libros tienen en efecto la virtud de alimentar la imaginación de los niños que escriben y reescriben —con sus padres al comienzo y luego de manera independiente— el hilo del relato. Están en ese sentido destinados a enseñar a leer, más que a enseñar contenidos. Alimentan un juego que la imaginación completa y complejiza gradualmente. Los niños conocen con ellos los colores, las formas de las figuras y la relación de estos con el texto; pero también con lo que ni el texto ni las ilustraciones cierran por completo. Por esa razón, se hace posible leerlos a los tres en la línea de un proceso de aprendizaje gradual que se deja leer en la apuesta formal de cada uno.
¿Y tu pañal? trabaja sobre escenas particulares y Tic tan en la cocina se proyecta a través de las escenas como un relato único; ambos trabajan en lo que Benjamin llamaba “el grabado de colores en que la fantasía del niño se sumerge como en sus propios sueños”. Pero en Eso que rueda priman ya el blanco, el negro y los colores plenos que derivan “una ilustración sobria y prosaica que saca al niño de sí” (de su propio espacio-tiempo) y lo lleva a esa forma del despertar que es la experiencia de la palabra en el mundo, esto es, al encuentro con la alteridad en el espacio y el tiempo de la cultura y la historia: enseñando que el discurso es siempre discurso en movimiento y el sentido siempre sentido en circulación.
El proceso general busca de ese modo alimentar en el niño el interés por la lectura en el paso de las imágenes a las palabras, al punto que se impulse a leer y a escribir incluso por encima de ellas.