Entre comillas
Antoine Compagnon, Walter Benjamin y el arte de la cita
Maximiliano Crespi

“Donde ha caído una voz, donde el aliento ha faltado,
se encuentra, en lo alto, un pequeño signo.
Sólo sobre este, vacilante, se aventura el pensamiento”.
Giorgio Agamben
Entre todos los signos de puntuación, las comillas gozan de un poder singular. Su empleo pone a disposición del escritor la posibilidad de realizar un pliegue al interior de su “propio” discurso. Con ellas, recuerda Agamben, “quien escribe toma distancia del lenguaje”. El entrecomillado es un llamado hacia un afuera de sentido regularizado. Convierte al texto en una explícita composición, en un montaje.

Nadie como Walter Benjamin fue tan consciente de ello. El montaje era, para él, el principio compositivo de la narración histórica: “la primera etapa de este camino sería retomar para la historia el principio del montaje”, dice en El truco preferido de Satán, cuestión que lleva adelante en todo el proyecto del Libro de los Pasajes —y en especial en Parque Central donde plantea un el ensamble de pequeños fragmentos, de citas dispares que, yuxtapuestas, permiten la emergencia de sentidos nuevos.
Ese recurso al montaje encarado por Benjamin no es en absoluto lúdico. Al contrario: es una operación deliberada y con fines políticos, que busca desestabilizar el sentido naturalizado del pasado en el presente.
Si las citas actualizan un pasado que no pudo realizarse y que, por ello mismo, contiene su verdad histórica como un grito amordazado, la tarea del historiador materialista no pasa por repetirlas sino por dejarlas hablar en presente. Pero la cita, en tanto palabra recuperada, es un “salto” que da testimonio de la existencia de otras palabras perdidas. “¿Acaso no nos roza también un aliento del mismo aire que respiraron las generaciones pasadas? ¿No resuena en las voces a las que prestamos oído un eco de las que enmudecieron?”, se pregunta en sus Tesis sobre el concepto de historia (1940). En tanto “saltos”, las citas rompen el precepto de la narración lineal que, en continuum, crea una cadena imaginaria de causas y efectos sólo porque consigue borrar una determinada cantidad de voces.

El trabajo de la cita tiene en efecto una función destructiva y una función productiva con relación al curso de la tradición. En 1979, cuando todavía era un joven ingeniero civil atraído por la literatura, Antoine Compagnon dedicó un importante tratado a este fenómeno cultural ambiguo y decisivo, pero desde una perspectiva radicalmente distinta. Se trataba de un estudio formal sobre los mecanismos de la repetición literaria y su título —hallazgo de François Wahl— fue La segunda mano o el trabajo de la cita. En él, presenta un minucioso estudio de las diversas maneras de repetir lo que ha sido dicho en el pasado. La cita entrecomillada es un punto de partida para la indagación de otras formas de la repetición y la referencia de segunda mano como hechos de lenguaje, como práctica institucional y política cultural. La hipótesis central del trabajo sostiene que “la repetición es el mecanismo literario fundamental, constitutivo tanto de la prosodia como de la hermenéutica, pasando por todos los niveles de la organización del sentido y la creación de valor”.
En el origen del trabajo de Compagnon no están Benjamin y Agamben sino Montaigne, Borges y Pierce. El estudio de la cita como dispositivo muestra a la lectura y la escritura como dos caras de una misma “endiablada moneda”. Toda escritura comienza por la lectura y toda palabra por la escucha. Allí nace el deseo de la cita, que se resuelve luego en las operaciones de ablación e injerto. A lo largo de su análisis, Compagnon llega a la conclusión de que en toda cita conviven pues dos valores: un “valor significado” o “valor de uso” (vinculado al sentido de la frase citada) y otro, más performativo, que es el “valor de repetición” o “valor de mención” (vinculado al hecho mismo de citar, como en el caso de una referencia de autoridad). La conclusión a la que llega no es distinta de la que se puede inferir de las apreciaciones de Benjamin: la cita siempre más cargada de sentido que el texto en el que se encuentra inmersa; pero esa sobrecarga debe menos al significado de lo citado entre comillas que al conjunto de cuestiones políticas implicadas al propio ritual de la citación.

©Hannah ASSOULINE/Opale