“La montaña y el hombre”, de Georges Sonnier, es un recorrido cultural, erudito y caprichoso de la relación que Occidente estableció con las montañas. Un libro para entender esta práctica que es, a la vez, vocación y técnica.
FERNANDO KRAPP

Nacido en el pueblo de Anger, en 1918, Georges Sonnier no tiene un lugar reservado en lo más alto de la literatura francesa. Tampoco en lo más bajo. Es lo que podríamos decir, “un don nadie” con buenas credenciales. Escritor, viajero y crítico teatral, cultivó una pasión secreta que fue la que, paradójicamente, le dio más gratificaciones: amaba las montañas. En 1950 obtuvo el gran premio de Literatura de Montaña por su relato “Meijie”. Y en 1970 publicó la que sería su obra más recordada y que la editorial española Lince reedita en una edición a todo color, con fotografías y tapa dura, La Montaña y el Hombre.

El libro de Sonnier no es una enciclopedia, tampoco es un ensayo; es más bien un paseo literario, un recorrido cultural, erudito y caprichoso de la relación que Occidente estableció con las montañas. Hoy, sesenta años después, podríamos acusar a su estudio de eurocentrista, y tendríamos toda la razón; el libro establece que el primer ascenso al Mont Blanc, la cumbre más alta de los Alpes, en 1700 marca el nacimiento del montañismo moderno; un punto de quiebre entre la contemplación de las alturas desde el nivel del mar y la puesta en acción del hombre con la intención secreta y espiritual de alcanzar la cima. La necesidad de alcanzar una cumbre contrapuesta a la especulación fantasiosa y enigmática, poblada de seres fabulosos y mitologías demoníacas. Hacia atrás, según Sonnier, en la edad media europea, no hay más que oscuridad. Esa misma oscuridad que reinó en los mares, también oscureció la ladera de las montañas.
El ascenso al Mont Blanc patea el tablero, y nace lo que se conoce como Alpinismo. ¿Por qué los mares y los océanos han tenido mejores narradores y han creado una enorme tradición literaria mucho más profusa que las montañas? Según Sonnier, la práctica del ascenso a las montañas no supone un trabajo sino una vocación y una técnica. Quienes suben a una montaña lo hacen motivados por un llamado espiritual que no siempre logran descifrar; la pasión por escalar montañas responde a un llamado primitivo. “Expulsado por otros hombres, que pertenecían a tribus más numerosas o belicosas, allá arriba el hombre buscaba seguridad; y eso era libertad. Pero la montaña, solicitada de esa manera, daba y negaba al mismo tiempo: imponía la dificultad, pero al mismo tiempo prometía la vida”.

En su búsqueda de libertad, Sonnier hace un recuento de montañistas famosos y otros no tan ilustres; desde las caminatas de Leonardo Da Vinci (cuándo no) por los Alpes Apeninos, y las caminatas de Montaigne por las montañas piamontesas, hasta la pasión de Ferdinand de Saussure por las montañas y las excursiones de Goethe y Arthur Schopenhauer por las montañas de la selva de Turingia. El Siglo XVIII es para Sonnier el punto de quiebre en la relación entre la montaña y el hombre. El deseo de conocimiento del mundo es lo que abre la puerta a los exploradores; el temor por lo desconocido, por las fuerzas de la naturaleza y por las alturas, dan paso a una búsqueda por el conocimiento, por la aventura y el descubrimiento; por la creación de mapas y de nuevos caminos, la ambición por cartografiar. Es el auge de la literatura de viajes, los relatos de expedición. El análisis del Ponnier sobre el hombre y la montaña es en verdad un análisis sobre el humanismo en relación a la naturaleza. Su eurocentrismo no le permite ver que la relación sagrada entre las montañas y el hombre existía desde mucho tiempo atrás, sobre todo en la cultura incaica y algunas culturas de lo que hoy conocemos como Nepal. Pero su eurocentrismo se debe al auge del alpinismo como práctica y como cultura en el tiempo en que el libro fue publicado. En los años setenta se dio un verdadero boom de la práctica. La aparición de equipamientos modernos y la televisación de lugares inhóspitos, hizo que el alpinismo fuese muy popular en Europa. Figuras como Reinhold Messner intentaron récords de ascensos en los picos más altos del mundo para luego lanzarse a candidaturas políticas. Werner Herzog filmaba en los picos más altos de Latinoamérica y el berg film (cine de montaña) demostraba que aún había lugares en la tierra que no habían sido pisados por el hombre o las mujeres. En ese contexto, el libro de Sonnier aportaba un marco teórico; un recuento sobre la relación espiritual del hombre europeo con su lado más salvaje. Las motivaciones espirituales que empujaban a un hombre para conseguir la libertad más ansiada. Esa que lo esperaba, por unos breves minutos, en la cima de una montaña.
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