Tracción a sangre

El libro más representativo de Octavia E. Butler

Luján Stasevicius
Octavia Butler

It is not more necessary to focus on a character’s
blackness than it is to focus on a woman’s femininity
Octavia E. Butler, “Lost races of Science Fiction”, 1980

Octavia Estelle Butler es un claro exponente del adagio que reza que a escribir se aprende escribiendo. Parece una perogrullada, pero no todos los “escritores” lo entienden. Existe una mayoría que prefiere haber escrito que escribir. Butler sólo se hallaba a sí misma en el gerundio y en inscribirse en una tradición genérica —la ciencia ficción— que no la incluía ni la representaba. Sin embargo, su urgencia y su oficio la llevaron a establecer una obra en la que la literatura testimonial no tiene cabida. Lejos está Butler de hacer de sus escritos un lamento o panfleto. Nada la aburre más, aunque sea referencia obligada en lo que se ha dado en llamar la corriente afro-futurista. En su libro Flame wars: The Discourse of Cyberculture, Mark Dery entrevista a Greg Tate a propósito de esta particular veta. Dice Tate que “black people live the estrangement that science fiction writers imagine”, algo que también pasa con ciertas escritoras blancas de ciencia ficción, y que en Butler alcanza su mejor y más sofisticada actualización. No se trata aquí de la experiencia negra como punto de partida y llegada, sino de la perspectiva que añade capas de complejidad a la ficción especulativa. No leemos a Butler por su melanina, sino por su talento.

La antología Bloodchild se publicó originalmente en 1995, cuando la autora ya alcanzaba un justo reconocimiento, tras haber estado escribiendo desde su infancia y tratando de publicar con despareja fortuna desde 1976. El aval vino además de la mano de la beca Mc Arthur, conocida popularmente como “la beca de los genios”, cosa que irritaba de sobremanera a Butler, negándose siempre a referirse a ella en esos términos. Fue no sólo la primera mujer negra en obtenerla sino también la primera exponente de la ciencia ficción. La segunda edición de Bloodchild, expandida con dos cuentos nuevos y dos ensayos, llegaría recién en el año 2005 (mismo año de la publicación de Fledging, su última novela antes de su muerte en 2006) y esta es la edición que la editorial Consonni publica en español en traducción de Arrate Hidalgo y bajo el título de Hija de sangre y otros relatos.
Urge preguntarse si, para una escritora que entre 1976 y 2005 escribió una docena de novelas que conforman dos trilogías, nueve narraciones e infinidad de ensayos y entrevistas, la antología presentada en este volumen es justa y representativa de su obra. Sorprendentemente, lo es. Estos relatos funcionan a modo de catálogo de los temas que la obsesionaron; enfermedades congénitas, filiación genética y emocional, incesto, deformaciones e incluso relaciones interespecies o parentescos á la Donna Haraway. La referencia no es para nada ociosa; la misma Haraway la declara explícitamente como influencia para su Cyborg Manifesto del año 1985, y cualquiera que haya intentado leer Seguir con el problema encontrará aquí sus vertientes ficcionales. Pareciera, sin embargo, que en esta lista se ausentan los temas “clásicos” de la ciencia ficción. Nada que temer; hay aquí extraterrestres, viajes en el tiempo, futurismo y especulación filosófica. El acierto de Butler no es ignorar el género, usándolo como excusa para una empecinada literatura testimonial, en la que la identidad del escribiente se intenta hacer pasar como garantía de autenticidad y calidad, sino enaltecerlo al sofisticarlo desde una perspectiva no femenina ni negra, sino butleriana.

No de otra manera se puede leer el texto que da nombre a la antología, al que, harta frente a la insistente pregunta sobre el racismo y la esclavitud como tema central, Butler definió como “un cuento sobre pagar el alquiler”. O “Sonidos de habla” que tiene lugar en un mundo post-apocalíptico, en el cual, luego de una pandemia en la que la gente “apenas tuvo tiempo de culpar a los rusos”, queda privada de su capacidad para el lenguaje. En “Amnistía”, se encarga incluso de hacer realidad quizás la mayor pesadilla del ego humano; llegan los seres de otro planeta, se establecen en nuestros desiertos, adquiriendo incluso personería jurídica, pero les resultamos poco más interesantes que un cobayo. Las codas a cada relato, donde la escritora de alguna manera “explica” cuándo cómo y por qué pensó cada cuento son quizás las partes más débiles del libro, de un interés similar a aquellos comentarios de director que venían antiguamente en los dvds.
El libro contiene, además, dos ensayos sobre el oficio de escribir; “Obsesión positiva”, una suerte de biografía literaria y de la cual declara que, si bien fue reconfortante escribir, la padeció cada minuto; y “Furor Scribendi”, un decálogo de la perfecta sobreviviente que, aún escrito en 1993, mantiene su demanda intacta. La colección termina con dos textos de los 2000; “Amnistía” y “El libro de Martha”, de 2005, un fino y ameno ejercicio socrático entre la protagonista y dios, que la convoca para una tarea para la que jamás estará a la altura.
Circula una frase muy popular en Estados Unidos que, como todo lo que se populariza o hace masivo, es equívoca. Los defensores de los valores conservadores, de familia, patria y propiedad, la esgrimen ante la más mínima provocación, para justificar o demandar lealtad: “la sangre es más espesa que el agua”. La frase, parece, se remonta a la época medieval, e incluso sus primeros registros están en alemán y no en inglés. Sin embargo, como casi todo en esta —y en cualquier— época, el cercenar el contexto invierte el signo, y este adagio no es la excepción. En su ocurrencia original, la sangre que une no es la de la genética compartida, sino la derramada en batalla; es decir, la sangre que hace familia es la que se le saca a un otro en conjunto. Por supuesto, dentro de la inagotable narrativa bélica de Estados Unidos, también tiene sentido, y es incluso más conservadora que su hermanastra deforme; la versión “familiera” es, si se quiere, más naif, por más que se pueda utilizar para justificar mandatos abusivos.
De la sangre compartida que no te hace familia se trata, justamente, Bloodchild, y gran parte de la obra de Octavia Butler. El equívoco de suscribir su legado a una narrativa de la esclavitud es paralelo aquellos que sonríen al decir “la sangre es más espesa…” en un almuerzo de domingo frente a comensales que se odian. Los parentescos que Butler establece son siempre más espesos que el agua, y poco tienen que ver con una genealogía sostenida por un discurso ya agusanado de corrección política y buenas intenciones. Nadie le pide a Alien que se pronuncie sobre los derechos de los inquilinos o los polizones, o lisa y llanamente sobre la maternidad. La mejor manera de honrar a Octavia Butler es leerla, dejar que nos cuente su versión.