Crítica de la obra completa
En estos apuntes, Francisco Bitar problematiza la cuestión de reunir toda la obra de un autor en un solo volumen y el aparato crítico que la rodea.
FRANCISCO BITAR

Sobre los voluminosos ejemplares de las obras completas, debo decir que ocupan la parte baja de mi biblioteca por dos motivos: en primer lugar, porque su peso afirma la base por encima de la cual irán los libros buenos; en segundo lugar, porque es hasta ahí adonde llega el gato con su meada. No sé qué tanto sabe mi gato de literatura, pero puede decirse que tenemos un criterio parecido a este respecto: estamos de acuerdo en que son, salvo por vía urinaria, impracticables.
El problema inmediato tiene que ver menos con su lectura que con su practicidad: tratándose de libros de literatura, no es posible llevarlos a la cama, que es el lugar natural adonde leer libros de esta clase (el lugar de los pies hacia arriba, como decía Calvino). Y es que, si nos dormimos con uno delante, corremos el riesgo de morir aplastados si cae sobre nosotros. Se diría que son libros insoportables, pero es al revés: son en extremo soporíferos, al punto que, con sólo verlos, nos provocan ya un cansancio invencible. Lo mejor es ponerlos sobre la mesa de trabajo, adonde seremos nosotros los que caeremos dormidos sobre él, sin tener que lamentar víctimas.

Entonces, el lugar de lectura de estos libros interminables es la mesa, lo mismo que los apuntes de estudio. De hecho, es esa la sensación que prevalece al leerlos, si es que seguimos despiertos: no la de evadirnos en la lectura sino la de estar cumpliendo con una obligación. Y es que la idea de completud está atravesada por un mandato que tiene que ver menos con los libros por fin recuperados del olvido que con la falta de los libros no leídos hasta ahora, lo que confiere a la lectura el estatuto de lo que debimos hacer y nunca se hizo.
Como si esto fuera poco, ahora que los tenemos en frente, nos damos cuenta de que aquellos libros antiguos del autor por algo permanecían inconseguibles: constituyen verdaderos extravíos, amagues prematuros e inconclusos, que si no terminaron en la basura fue por el puro afán coleccionista del autor. En suma, no son ni remotamente parecidos al libro que nos gustó, por más que los artículos que acompañan al libro digan lo contrario. Mejor hubiera sido que siguieran ocultos, de modo de cubrir la otra mitad de su existencia con nuestra ilusión: la de una joya extraña e inalcanzable.

Luego está la otra parte de lo que nos falta leer, el “aparato crítico”. Porque a los editores no les alcanza con dar a conocer los libros malos, desdibujando a nuestro autor, sino que además se ven en la necesidad de aventurar una idea respecto del conjunto. Y el problema aquí es que la obra, completa como está, no ayuda a los lectores a leerla como un todo, tomando por todo aquel signo que se cifra en el nombre del autor; los críticos se dedican al análisis de una pequeña porción, a un libro, a un capítulo, a una palabra, postergando para siempre la pasión de la vida, como si se tratara de una ingenuidad. Quizá lo sea, pero esa ingenuidad (el enigma del autor) es la que alimenta la fantasía final de los lectores.
En suma, por más completa que sea, no hay ninguna parte de este bodoque, que parecía contener hasta la última palabra, que devuelva una imagen del todo que es el autor. Los editores nos dirán que podemos leer sólo una parte, obviando lo demás, pero por algo estas obras son completas: si no se las trata como un libro igual a cualquier otro, que se lee de corrido y hasta el final, ¿qué cosa extraña, ajena a la lectura, representa este mamotreto? Si era un apósito del libro que en verdad nos gustó, lo único que consiguieron fue engordarlo. Por lo demás, a esta altura cada libro bueno que conocíamos del autor se ha mareado en lo demás: hasta aquí el libro era cosa de una vez y así resonaba en nosotros. Pero en estas obras completas, cuya ambición consiste en mostrar la importancia de un nombre, repitiéndolo hasta el cansancio, no se hace otra cosa que abolir todo halo de excepcionalidad. Y no sólo la del libro sino también la de nosotros, lectores, al leerlo.