Villa Luro
Luis Gusmán y una semblanza de un mapa literario.
Luis Gusmán

Coincidencias
por Graciela Pernas
Cuando me mudé a Villa Luro desconocía el mapa de sus calles. Un azar quiso que promediando los 80 recalara en la calle Moliere junto a las vías del ferrocarril, cuando aún la autopista, casi muda, hacía soñar con rutas lejanas y dejaba su privilegio al sonar del tren en su partida.
Me contaron que en otros tiempos para las fiestas el maquinista detenía su marcha y brindaba con los vecinos que le acercaban una copa.
De a poco fui descubriendo los nombres de las calles.
Calderón de la Barca cobijó los sueños infantiles y quijotescos de mis hijos que fueron a la escuela situada entre ella y Cervantes.
Vino el tiempo de las meriendas con amigos y ante la pregunta dónde vivís, escuchaba entre sorprendida y emocionada: “vivo en Dante”, “vivo en Virgilio”, “vivo en Víctor Hugo”, “vivo en Byron”, vivo. . . vivo. . .
El proyecto, la utopía de embellecer el mundo y el tiempo, “la conquista de Bs. As. para la Belleza y el Misterio”, tarea que Macedonio Fernández propuso para los personajes de su libro Museo de la Novela de la Eterna, toma forma y se realiza en estas mágicas calles. De una especie de Aleph atemporal y simultáneo (quizás escondido en algún durmiente de la estación Villa Luro), emergen y coinciden el mundo antiguo, medieval y moderno conjugándose en un presente eterno que ilumina mi barrio.
Hace poco le conté al escritor Luis Gusmán la curiosidad de mi villa Esta vez, él, que vivió en el oeste, bajó a la estación de Villa Luro para poblarla de los personajes que salen de los libros e invitarlos a pasear por el barrio.
Al terminar su relato, Gusmán convoca a la ilustradora Noemí Spadaro para embellecerlo con un dibujo, ignorando que Noemí ha vivido en su infancia y adolescencia entre las calles Virgilio y Víctor Hugo, en Villa Real, una villa vecina donde algunos escritores continúan su estancia.
Moliere no lo hubiera imaginado y nadie del barrio sabe que “Las preciosas ridículas”, en esta ocasión duplicadas, han tomado café en un bar de Villa Luro. Así nos nombramos un grupo de cuatro amigas desde que, viajando por el mundo, un día por las calles de Berlín, protagonizamos una escena desopilante.
Entre encuentros asombrosos y sublimes, nadie puede sentirse solo en las calles de Villa Luro..
Villa Luro
Luis Gusmán

Dos veces viví en el Oeste. La primera vez en los años cincuenta en Villa Luzuriaga, Ramos Mejía. La segunda, en los setenta, en Morón.
Viajaba en el tren en que aprendí a leer. Desde Upa a los cinco años, a todos libros que leía hasta los veintiséis. Las estaciones pasaban como una exhalación. Leía parado y, a veces, terminaba en Castelar; me pasaba de estación.
Me sabía de memoria los nombres de las estaciones de ida y de vuelta. Podía cerrar los ojos y nombrarlas. De ida, desde plaza Miserere, como le gusta decir a María Moreno, Caballito, Flores, Floresta, Villa Luro, Liniers, Ciudadela, Ramos. De vuelta igual, solo que al revés.
Muchas veces bajé en Liniers, otras en Flores, alguna vez en Caballito. Nunca en Villa Luro. Debería haberlo hecho.
Me contaron que ahí hay unas cuadras del barrio que son un mapa literario, una biblioteca de autores que se juntan en el barrio, ya que cada calle tiene el nombre de un escritor.
En Calderón de la Barca ni siquiera es necesario cerrar los ojos porque la vida es sueño. En la calle Cervantes, cuando un hombre alto y delgado y otro más bajo y gordo van caminado por la vereda el vecino que los ve, piensa que son Quijote y Sancho que se han bajado del caballo y del asno.
Si uno sigue caminando por el barrio se encuentra con los nombres de Homero y Virgilio: dos topografías del averno. El Dante en el tercer canto del primer círculo de La divina comedia, a poco de comenzar el viaje acompañado por Virgilio y después de atravesar el Aqueronte, ya en El Limbo, se encuentra con Homero “el poeta soberano”. De un lado de Rivadavia, la calle es Virgilio; del otro, es Dante. Nada más preciso que un pasaje para la descripción del cruce de un infierno a otro.
En 1893 cuando se estableció la ordenanza municipal que autorizó esa nomenclatura. Tengo la impresión de que el relevamiento topográfico del barrio solo es verosímil en manos de un lector urbanista.
Viendo el mapa, es posible que uno no quiera perderse en esas calles con esos tres nombres sin pensar que está caminando en círculos como si el sueño se transformara en una pesadilla. En una de ellas, el nombre de Milton se ilumina para recordar que no hay verdadero infierno sin paraíso perdido.
La biblioteca sigue y el lector caminante puede tomar por la calle Lord Byron, donde ya casi es un dandy baudeleriano.
Sí, no podían faltar, se encuentran en cualquier barrio de Buenos Aires, Los miserables. En este caso, son los de Víctor Hugo.
Es posible que en la calle Leopardi, algún muchacho del barrio se haya cruzado con su primer amor, haya leído o no, el opúsculo de ese autor, titulado: El primer amor. Teniendo como música de fondo la ópera: Los elixires del amor de Donizetti, dueño tambien de una calle.
Y caminando a la deriva por Lope de Vega, dando vueltas y vueltas en la misma calle, seguramente deambula: El perro del hortelano.
Finalmente, la calle Moliere. Es posible que, en algún momento de la historia del barrio, en esa calle Las preciosas ridículas hayan conversado mientras caía la tarde en Villa Luro. O que algún Avaro o algún Enfermo imaginario haya buscado, incrédulo, a un Médico a palos. Basta pasar de la Divina Comedia a un paso de comedia.
Hasta puedo imaginar al Don Juan de Lope encontrándose en algún cruce con el Don juan de Byron. Se miran mientras los dos se preguntan por qué, llevando el mismo nombre, son en realidad tan distintos.
En los círculos de la inmigración italiana que son los del Dante, ya están considerados Homero y Virgilio; en la española, el Quijote es de carne y hueso más que un personaje, y tambien podemos reconocer a Segismundo soñando que el mundo es un sueño. Quizás Victor Hugo ya fuese un patrimonio universal.
Pero Milton y Byron ¿pertenecen al capricho, al sueño de un ferroviario loco? Es posible que no lo vayamos a saber nunca.
Como dije, no lo conozco personalmente, pero contaron un relato y me regalaron un mapa. Un día de estos volveré a tomar el tren en Once para bajarme también en Villa Luro.