Además de ser uno de los pioneros del psicoanálisis en la Argentina, Oscar Masotta fue un ensayista afilado que supo ubicar al cómic en un lugar fundamental para entender la cultura. Su clásico “La historieta en el mundo moderno”, publicado en los años setenta y rescatado en una nueva edición, es muestra cabal de ello.

Oscar Masotta plantea en La historieta en el mundo moderno que el año 1929 señala la aparición de tres títulos que anticipaban y condensaban una gran parte de la riqueza de posibilidades e invenciones que, durante los años treinta, constituirían definitiva y prácticamente la imagen moderna de la historieta. Es decir, lo mejor de la historieta norteamericana aparece en esta década, como si el optimismo de los años del New Deal hubiera permitido incorporar todas las presiones —vinieran del cine, de laliteratura, de la publicidad, de la guerra o de la política—para transformarlas en estilo: las posibilidades estéticas del medio parecieron quedar prácticamente exploradas. Tarzan, Popeye y Buck Rogers, desde la cresta de los años de la depresión, indicaban ya tres líneas maestras, para obtener completo el panorama que casi cubre el presente. La década del treinta es una de las edades de oro de la historieta norteamericana, pero en ninguna otra los descubrimientos tuvieron mayor profundidad, fueron más definitorios. Esta explosión —en términos de calidad— alcanza las historietas dibujadas y pensadas expresamente para los grandes cotidianos masivos; pero durante la misma época se preparan y se definen las experiencias que culminarían con la aparición del “comic–book”.

Tarzán
Edgar Rice Burroughs creó el personaje de Tarzán en 1912 pero su edad de oro llegó al filo de los años treinta cuando empezó a ser dibujado por Harold Foster. La primera plancha de esta versión apareció el 7 de enero de 1929; Harold Foster (quien algunos consideran todavía como su mejor dibujante) supo prestar al héroe la capacidad de deslizarse y moverse libremente, a la vez que introduce esa coordinación entre acción y composición que harían las virtudes básicas de otro cómic como Príncipe Valiente.

Brick Bradford
Precediendo en algunos meses a Flash Gordon, creada por William Ritt y dibujada por Clarence Grey, en agosto de 1933 aparece Brick Bradford. Verdadero compromiso al principio entre la aventura policial y la ciencia–ficción, se inclina progresivamente hacia la utopía; el dibujo, sencillo pero elegante, combina ciudades imaginarias con paisajes de vegetación exótica, y gana una atmósfera especial que la distingue tanto de Flash Gordon como de Buck Rogers.


Secret Agent X-9
La tira Secret Agent X–9 pudo reunir, en su comienzo, a Alex Raymond con Dashiell Hammett, el famoso autor de El Halcón Maltes (que fuera filmada por Houston) y de Cosecha Sangrienta, los dos clásicos mayores de la literatura policial negra. Hammett escribe el guión de este cómic desde el comienzo de la publicación de la historieta en el Evening Journal, un cotidiano de la cadena de Hearst, hasta febrero de 1935. Secret Agent X–9 había sido la respuesta de King Features a DickTracy. El personaje central, rodeado de una atmósfera de misterio, lucha contra bandoleros sin escrúpulos; Raymond supo entonces vestir a los bandidos con un toque de exageración que daba al lector la impresión de estar “al centro del ruggenti anni 30”. Un error de Raymond: invadir el campo del argumentista y mostrar al héroe colaborando con la policía.


Terry and Pirates
Milton Caniff y Harold Foster completan el panorama de los grandes ilustradores de los años treinta. Caniff, que desdeñaría el uso de la pluma, aunque no la aban-dona definitivamente (una punta muy fina para evitar el “screening”), para convertirse en el maestro del pincel, dibuja en 1932 una excelente tira de aventuras, Dickie Dare, de vida efímera. En 1934 aparece Terry and Pirates, la tira que lo haría famoso y que revelaría por completo su personalidad, su gusto por el detalle y por la documentación, su cuidado en el dibujo de insignias, su conocimiento del diseño de aviones, el corte y el detalle de los uniformes. La historia se inicia con el viaje de Terry, que es un chico todavía, y de su compañero, el simpático aventurero Pat Ryan: llegan entonces a China donde, guiados por Connie, un intérprete oriental de aspecto divertido se lanzan a la búsqueda del tesoro que figuraba en el mapa dejado por el abuelo de Terry. Pero si encuentran el tesoro, en un antiguo templo escondido, nunca se apoderan de la riqueza ni se hacen ricos; comienzan en cambio los encuentros con piratas y bandidos y con exóticas y extrañas mujeres.


Prince Valiant
Prince Valiant, que había aparecido como tira cotidiana para devenir sólo después en plancha dominical, cuenta desde 1937 y semanalmente las aventuras del héroe, que en el presente del relato es un hombre de alrededor de los 30 años, con mujer y con hijos, que ha conocido al Rey Arturo y entrado en la orden de los Caballeros de la Mesa Redonda, en la incierta ciudad de Camelot. Por momentos, leyendo Príncipe Valiente se tiene la sensación de revivir en una historieta y en la Edad Media el mismo tiempo de las películas de John Ford o de Houston. Otra virtud (de la que carecía Flash Gordon): en Foster el trabajo existe. Esto es, que cuando un objeto aparece, no lo hace desde la nada o repentinamente, como esos cohetes que surgen en el cuadro siguiente al que Zarcov anuncia su construcción. Los personajes de Valiant viven sobre piso real, hablan sobre los acontecimientos del día, envejecen y conocen la resistencia de las cosas y el trabajo artesanal.