Luis Felipe Noé, uno de los exponentes más lúcidos del arte argentino, rescata un libro escrito a principios de los setenta que se pregunta sobre la ruptura y la rebelión del artista.

DIEGO ERLAN

Meses atrás encontré, en el segundo número de la revista El cielo (noviembre / diciembre de 1968), un ensayo del artista Luis Felipe Noé que tenía como título “La cultura artística condenada a muerte”. Me interesó el dato que la efímera revista dirigida por César Aira y Arturo Carrera hubiera publicado el texto casi en el mismo momento de su escritura. Porque se trata de un esbozo del tercer capítulo del libro El arte entre la tecnología y la rebelión que Noé escribió entre 1967 y 1972. Según dice el autor, el libro lo empezó en Nueva York como “un análisis de lo que se venía enunciando allí en las artes visuales”. Noé estaba condicionado por dos motivos: la conciencia que se despertaba por el acelerado desarrollo tecnológico y el espíritu rebelde que comenzó en las universidades de Estados Unidos a raíz de la guerra de Vietnam. Y además, en ese momento, gravitaban dos grandes referentes ideológicos: Marshall McLuhan y Herbert Marcuse, que coincidían en algunas predicciones sobre la función del arte.

Mirada prospectiva. Exposición en el MNBA. Silvina Frydlewsky /Ministerio de Cultura de la Nación

Ubiquemos el contexto de Noé. Había pasado tres años en Estados Unidos luego de ganar la Beca Guggenheim. Si la vida fuera cronológica diríamos que el crítico de arte del diario El Mundo, que formó su mirada en la crítica del arte en los debates en torno al informalismo y la abstracción, irrumpió como artista en los sesenta e integró el grupo “Nueva Figuración” (Deira, De la Vega, Macció) para plantear una suerte de manifiesto estético en 1965 con la publicación de Antiestética, quizás su obra capital, trabajo donde surge el concepto que lo obsesionará por el resto de su vida: el caos como estructura. El curador Roberto Amigo entiende que uno de los posibles ejes interpretativos del arte argentino se encuentra en el pasaje de la corrección de los tempranos años cincuenta a la incorrección de los años sesenta. Luis Felipe Noé es un buen ejemplo de ese pasaje.Mientras a los 88 años Yuyo Noé todavía está obsesionado con el caos (de hecho en estos momentos sigue escribiendo sobre el tema), en El arte entre la tecnología y la rebelión advertimos cómo empieza a desarrollar esos cimientos.

A fines de los sesenta, cuando compone este libro que publica ahora porque considera que si bien existe una mayor explotación del arte como mercancía es incuestionable que sigue desarrollándose lo que él llama el “pensamiento militante del cambio”. La emergencia de la revolución feminista, la conciencia ecológica y la valoración de la libre elección sexual son manifestaciones de una revolución cultural. Y la base de todo eso, Noé lo encuentra en varios de los manifiestos artísticos que lo sacudieron en los sesentas. Allí plantea que la rebelión no sólo cuestiona al arte sino que busca concretar nuevos mecanismos en el proceso artístico. En la línea de Julien Blaine, Noé también impulsa la idea de crear anomalías: transformar el medio ambiente, utilizar los medios de opresión y comunicación al servicio del Poder pero contra el Poder y crear situaciones que choquen con los hábitos de la gente. Escribo situaciones y el ismo viene solo con la sombra de Guy Debord. Se impone, entonces, la idea del caos como motor para la creación. Noé entiende que la estética vanguardista es una antiestética que trata de revelar una imagen del caos: o sea algo que supera al individuo y escapa a lo consciente y por eso se llama caos. “La conciencia del caos agudizó las contradicciones internas de la sociedad. Pero es allí donde reside justamente su valor”. Admitir el caos del arte contemporáneo no es abrir un juicio condenatorio, se escuda. Al contrario, Noé entiende que delata la conciencia real del caos que existe en el seno de la “superestructura” y esa conciencia no es otra cosa más que la conciencia de que el orden establecido y los valores sobre los que se apoya están cuestionados, a su vez, por una realidad en proceso de cambio que tiende a otros valores. Se entiende, entonces, aquello que Noé valoraba de su amigo Jorge de la Vega: que su compañero de la “Nueva Figuración” supo dar vuelta la pintura y mostrar una libertad que muy pocos tuvieron. Y así “pintó un mundo de personas retorcidas y dadas vuelta. La de la aparente sociedad de consumo”.  Hace unos días tomé un café con Noé y me contó de su libro sobre el caos, dice que empezará con un análisis de la palabra pero no se meterá con la idea de los físicos sobre el caos. Quise saber por qué si justamente una idea de la física cuántica podía sostener toda su idea: algunos creen que el universo tenía una simetría perfecta antes del Big Bang. Desde entonces, se dice, el universo se ha enfriado y ha envejecido y, por tanto, las cuatro fuerzas fundamentales y sus simetrías se han deteriorado y hoy en día el universo está roto, con todas las fuerzas separadas unas de otras. Esa sensación es potente y aunque la física la ve desde una perspetiva negativa se la puede leer también desde su reverso: en definitiva el artista crea porque se encuentra frente a un abismo, porque el universo está roto y dado vuelta.

Caos S.A., 2003.

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