Un viaje macabro que conecta las novelas de Sheridan Le Fanu, las pesadillas de Füssli y el arte conceptual de Roberto Jacoby.
MARINA WARSCHAVER

Algunos psiquiatras austríacos llaman karstein a la idea de una persona apoderada de una pesadilla cuya angustia permanece en la vigilia. El concepto proviene de Joseph Sheridan Le Fanu, un autor de libros de terror como el tenebroso La casa junto al camposanto y el clásico Carmilla. Una de las escenas de esta última novela podría remitir a una de las versiones pictóricas de Füssli de La pesadilla. “No puedo afirmar que fue una pesadilla, ya que me encontraba consciente y sabía que estaba acostada en mi cama”, reconoce la protagonista que, en medio de la oscuridad, conseguía reconocer los muebles de la habitación pero también advertía algo escurridizo moviéndose a los pies de la cama. Acostumbrarse a la oscuridad parece algo natural, sin embargo, ya el fraile español Bernardino de Sahagún advertía que ese territorio mental es el lugar del demonio. La protagonista de Sheridan Le Fanu logra distinguir en la oscuridad la silueta de un animal, una especie de gato monstruoso, de metro y medio de longitud y pelo negro como si estuviese cubierto de hollín. Un animal inquieto y despiadado. El terror se apodera de la mujer a tal punto que su voz se ahogaba en la garganta. Un luz inestable iluminaba la habitación y entonces el cuadro de Füssli se manifiesta con la potencia del temblor: de repente ese animal escurridizo salta sobre su cama y con ojos enormes la mira fijo. Ella siente un dolor que la empuja a gritar y ese grito es lo que al fin la despierta. ¿O no? En uno de los rincones la mujer descubre una silueta femenina, inmóvil, vestida de negro, con el pelo caído sobre sus hombros. La historia es de 1872 y aunque podría remitir a las leyendas japonesas de los yūrei tiene el caracter tenebroso de Füssli.

Cien años después de esa pintura, Sheridan Le Fanu fue la primera referencia que tuvo Roberto Jacoby para, en 1968, planear en colaboración con Javier Arroyuelo una colección de cinco libros objeto que saldrían con forma de caja por la editorial Jorge Álvarez. Algunos, en el Di Tella, bautizaron al proyecto como la caja de terror. Escrito en máquina de escribir y con un boceto de la caja dibujado en lapicera, el espíritu del proyecto mezclaba nombres y libros que, en conjunto, podían dar la idea de un poema y de una nube: “Carmilla Sheridan Le Fanu. Asedio a la casa roja. El extraño aire frío. El que susurra en las tinieblas. Lovecraft. La cosa en el umbral. El sabueso. Mr. George Stephen Grendon. Lapradera. Ray Bradbury. If I should die before I wake. William Irish.” La caja debía ser de cartón acanalado, atada con hilo sisal, lacre, y una etiqueta con el nombre del quien adquiriera el ejemplar. Además debía tener una mancha. De sangre. El contenido de la caja estaría compuesto por varios elementos: un disco donde se escucharan gritos, aullidos, puertas cerrarse, órgano, susurros, y además un texto leído por Borges y otro por la actriz Alba Mujica. Un cuadernillo con un texto de terror que se destruyera en un mes, y además un par de guantes de plástico granulado con las puntas de los dedos muy lisas; una jeringa de metal frío que llevara dentro unas gotas de mercurio; un frasco de sangre; un frasco de veneno; una bomba de luz de sodio, amarilla, para ceremonias; humo en pastillas; una mordaza; fotos terroríficas. Las indicaciones del papel quedan inconclusas sin explicar imágenes de qué ni de quién. El proyecto, por lo que tengo entendido, nunca se concretó.
