Después del desastre
Rebecca Solnit aborda en “Un paraíso en el infierno” una serie de grandes desastres naturales y así entiende la capacidad del ser humano para crear comunidad.
VICTORIA D’ARC

El día que terminé de leer De vidas ajenas de Emmanuel Carrère, justo en el instante del punto final, sentada en la butaca de un avión, desaté un llanto incontenible. No podía ser de otra manera: era una historia desgarradora que conecta la pérdida de dos personajes que se llaman Juliette: la hija de un matrimonio, perdida en el Tsunami de Ceilán, y la cuñada del autor, víctima de un cáncer. No había golpes bajos pero sí historias de vida con las que el lector empatizaba desde el inicio. Hace unos meses tuve el mismo sentimiento al ver una película como The impossible. La historia no era diferente a la primera de las historias del libro de Carrère, esa tragedia de una familia separada por la inmensa y destructora ola de un Tsunami. A diferencia del libro de Carrère, la película dirigida por J. A. Bayona y protagonizada por Naomi Watts y Ewan McGregor, era durísima pero tenía un final reparador donde el mundo volvía al menos a ordernarse. Advertí una cosa: no sé si hubiera podido soportar una tragedia donde no se atisbara al menos un poco de luz al final. (Aclaro: la vi el año pasado, en una noche de soledad asediada por la pandemia). Está claro que vivimos en una época donde los desastres naturales tienen la habitual recurrencia de la costumbre. Naturales, digo, y digo también sociales o políticos: si acaso un ataque terrorista puede ser considerado como tal. Entre ambos tipos de desastres se encuentra una coincidencia y es la de los efectos del capitalismo.

Cabe pensar en ese tipo de historias al leer un trabajo como el de Rebecca Solnit. Un paraíso en el infierno (Capitán Swing) aborda las consecuencias sociales de cinco de los mayores desastres en la historia: los terremotos de San Francisco y Ciudad de México (1906 y 1985, respectivamente), la destrucción provocada por el Huracán Katrina en Nueva Orleans, los efectos en Manhattan luego de los ataques terroristas del 11 de Septiembre y lo que se conoce como la “Explosión de Halifax”, el 6 de diciembre de 1917, en Nueva Escocia, Canadá, cuando chocaron el buque de carga francés SS Mont-Blanc (cargado de explosivos de guerra) y el barco de vapor noruego SS Imo, incidente en el que murieron cerca de dos mil personas, y nueve mil quedaron heridas.
Si bien se trata de un libro publicado originalmente en 2010, la nueva introducción al libro en el contexto de la pandemia pone en relieve el valor de las investigaciones de Solnit.”Los desastres )término que etimológicamente significa desventura, estar bao un mal signo) transforman a la vez el mundo y la manera en que lo percibimos. La perspectiva cambia, cambia lo relevante. Lo débil se rompe bajo una presión inédita, lo que era fuerte resiste, lo que estaba escondido se hace visible. El cambio no es solo posible, es inevitable: nos arrolla y arrastra consigo”. Las imágenes de los desastres como metáforas de lo que nos ocurrió en 2020 (y sigue ocurriendo, con más o menos esperanza, con más o menos vacunas, con más o menos problemas económicos), tanto física como mentalmente. Solnit atraviesa las ruinas con una mirada esperanzadora porque, según dice, en los momentos de los grandes cambios es cuando podemos observar, con renovada lucidez los sistemas –tanto políticos como económicos, sociales y ecológicos– en los que estamos insertos y cómo se transforma a nuestro alrededor todo aquello: lo que es fuerte, lo que es débil, los elementos corruptos, lo que importa y lo que no importa para nada.
Con un trabajo anfibio que se acerca a la crónica, la entrevista, la historiografía y el ensayo de ideas, Solnit consigue dar cuenta del contexto de cada desastre, las consecuencias de los mismos y además de una detallada descripción de lo que los propios sobrevivientes entendieron como una sociedad utópica temporal que surgió, en forma espontánea, en medio de víctimas, desorientación, falta de vivienda y grandes pérdidas en todo sentido.

En cada uno de sus libros, Rebecca Solnit muestra una versatilidad fascinante con la que puede escribir con soltura y gracia sobre temas tan dispares como la fotografía de Eadweard Muybridge, los paisajes urbanos de San Francisco, las relaciones entre los géneros, la filosofía y el sentido de las caminatas y la naturaleza de la disidencia política, siempre acechando a su presa mental desde ángulos oblicuos.

Un paraíso en el infierno es una investigación que pasa de Charles Fritz a Piotr Kropotkin y además de una variada red de pensamiento agita por recuperar una emoción y la idea de que ante el desastre puede haber un cambio. ¿Puede existir esperanza luego de sufrir huracanes, terremotos e incluso ataques terroristas? Está claro que estos no son eventos para desear –escribe Solnit– sin embargo sacan lo mejor de nosotros y brindan un propósito común. Las preocupaciones cotidianas y las restricciones sociales se desvanecen. Un extraño tipo de liberación se expande en el aire. Y entonces entendemos que las personas están a la altura de las circunstancias y la alienación social parece desaparecer. “¿Cuál es este sentimiento que surge durante tantos desastres?”, se pregunta Solnit. Ella lo describe como “una emoción más grave que la felicidad pero profundamente positiva”, que vale la pena estudiar porque proporciona “una ventana extraordinaria al deseo y la posibilidad social”. Nuestra respuesta al desastre nos brinda nada menos que un mirada sobre quiénes más podemos ser nosotros mismos y en qué más podría llegar a ser nuestra sociedad. Su propuesta principal quizás pueda resumirse en esta frase: “En el infierno está la puerta a los paraísos posibles de nuestro tiempo”.