“El arte de los ruidos”, de Luigi Russolo, fue tanto manifiesto como teoría y desarrolló las ideas del Futurismo en el universo de la música.

MARINA WARSCHAVER

Todo sonido –música o ruido– imparte información sobre estados y procesos del mundo material: la capacidad de reconocer esos estados y procesos puede requerir destrezas auditivas que imponen sus propios criterios de satisfacción. Así lo entiende el crítico y compositor neocelandés Robin Maconie en La música como concepto: “La experiencia nos muestra que cuanto mayor sea la destreza de un oído para analizar un sonido, tanto más capaz será la mente de obtener satisfacción de sonidos de carácter complejo o ruidoso”. El fetichismo de las máquinas que hizo el Futurismo con la poesía de Marinetti encontró en el manifiesto de Luigi Russolo, conocido como “El arte de los ruidos”, su banda sonora. 

El ruido tiene historia. Paul Hegarty la investigó hasta entender que “el ruido no se produce de forma aislada sino en una relación diferencial con la sociedad, el sonido y la música. Con el telón de fondo de las nociones de la música de la Ilustración, y luego del Romanticismo, y su lugar, el pensamiento modernista sobre la música intenta diversificarse para abordar el mundo del sonido y la interacción humana a partir de la construcción de ese mundo.” El director Mel Gordon también entendió que la cacofonía de sonidos en la calle, las fábricas y las tiendas del siglo XIX, al parecer aleatoria y sin sentido, no podría aislarse e identificarse fácilmente. Así que en lugar de considerar el silencio como un estado premoderno, se lo debería entender como un mundo sonoro basado en el reconocimiento y la incorporación. De hecho fue John Cage quien “descubrió” que no existe el silencio, ni siquiera cuando todo sonido parece haberse eliminado. La pieza 4’ 33” es clave en este sentido y podría considerarse como otro hito en la historia del ruido. Pero volvamos al maestro Luigi Russolo.

Su manifiesto comienza con la escena de la “mafia futurista” (Marinetti, Boccioni, Balla, y por supuesto Russolo) en el teatro Costanzi atestado de público mientras admiraban a la orquesta de Francesco Balilla Pratella ejecutar su “revolucionaria MÚSICA FUTURISTA”. Entonces Russolo –dice– concibió este nuevo arte: el arte de los ruidos. “La vida antigua transcurría en completo silencio En el siglo XIX, con la invención de las máquinas, nació el ruido. Hoy, el ruido triunfa y reina soberano sobre la sensibilidad de los hombres”, escribe con ese tono de redoblante marcial que prefigura la Gran Guerra Mundial. El futurismo fue el preámbulo de ese mundo industrializado que abogó por una estética tecnológica. En lugar de representar o ilustrar el vértigo urbano naciente apuntaban a trasladar ese vértigo a su arte. No por nada, en el Manifiesto futurista, Marinetti proclamaba la gloria de la guerra y la belleza de la velocidad y de la industrialización. 

Como muchos futuristas, las ideas de Russolo estaban muy por delante del verdadero arte que produjo: después de varios capítulos conmovedores sobre nuestras nuevas formas de ver y oír, y el mundo brillante pero áspero del ruido moderno, todavía aborda la cuestión de encontrar los tonos adecuados para los ruidos y dando forma y moldeando de manera cuidadosa los nuevos instrumentos de ruido que había ideado. La importancia de su libro, El arte de los ruidos, radica en sus ideas sobre lo que el ruido es y cómo puede constituirse en arte. Para Russolo, la sociedad moderna está inmersa en un universo ya ruidoso, y atrae nuestra atención a través de su intensidad sonora a ese mismo ruido. En lugar de un continuo de ruido en el que aparecen los humanos, el ruido se complementa con mundos sonoros industriales de la urbe y, a partir de ese momento, reconocemos el ruido de la naturaleza. Su conclusión es que ahora existen oyentes modernos que están listos para la música de los ruidos, y que al hablar de esto, “nuestra sensibilidad multiplicada, habiendo sido conquistada por ojos futuristas, al fin tendrá oídos futuristas”.