Las formas peregrinas
Escrito hace más de diez años, en el libro de poemas “Un imperio por otro” se encuentra el universo personal de María Gainza.
PABLO DÍAZ MARENGHI

Llamadas telefónicas. Parecen algo de otra época y, sin embargo, se exhiben como imperecederas. Resisten el paso del tiempo. Alcanza con ver cualquier película o serie para comprobarlo: los personajes casi no mandan mensajes ni tuitean pero nunca dejaron de hablar por teléfono. En la literatura ocurre algo similar. Desde aquel libro de Bolaño pasando por el inconfundible cuento de Salinger “Un día perfecto para el pez banana” que se hilvana a través de una conversación por teléfono entre Muriel Glass y su madre. Y según cuenta María Gainza (1975) en la nota que da comienzo a su último libro (Un imperio por otro, Mansalva) fue, también, una charla telefónica con un amigo lo que la envalentonó a escribir lo que ella llama “textos encolumnados” y que casi cualquier persona describiría como poesía. Ella, que trabajó como crítica de arte durante una década y publicó dos novelas (El nervio óptico, La luz negra) que la posicionaron como una de las escritoras argentinas más destacadas de los últimos tiempos, cuenta en una entrevista que le daba cierto pudor la escritura en verso. Pero, a la vez, revela que esta fue su “forma de espantar la oscuridad”.

Escritos hace diez años, en estos poemas puede encontrarse parte del universo personal de una escritora que se mueve por diversos mundos. Así pasó de ser la hija de una familia acaudalada de la aristocracia argentina (los Gainza Paz) a casarse con un músico, estudiar Artes en la UBA y ejercer la crítica con una pluma exquisita en la revista Artforum y en el suplemento Radar de Página 12. En su poesía hay naturaleza reflejada en imágenes bien visuales, potentes, construidas con palabras sencillas que escapan a cualquier grandilocuencia. Hay mariposas, colibríes, peces y perros. También se encuentra el germen de lo que sería El nervio óptico, su primera novela. De hecho, un poema lleva ese título. Allí escribe: “No es bueno/ vivir con fantasmas, / y el oculista pregunta: / ¿cuántas figuras ve? / Una, contesta ella/ (para qué mencionar a la otra)”.

Hay espacio para las reflexiones profundas sobre lo evanescente de la existencia; lo inexplicable. ”Las palabras se amontonan / en mi boca como una gárgara / que no puedo escupir”, escribe y la sensación parece querer escaparse de las páginas. El duelo, la tristeza, la enfermedad y la muerte parecerían reposar detrás de algunos versos translúcidos: “de las cosas tristes / siempre queda / un ruido de fondo”, sentencia. “Hacerse amiga de las cosas / sin nombre es indispensable / para la salud”, dice y construye un tono que parece estar hablándole al lector al oído y, al mismo tiempo, a ella misma.
Ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2019, su escritura, ya sea en verso o en prosa, es una de las más interesantes de leer hoy por hoy. Tal como lo demostró en sus novelas, escapa a las formas tradicionales y le rehuye a las etiquetas como “autoficción” o “hibridez literaria”. María Gainza es escribiendo y lo demuestra en estos poemas que ella misma tildó de piezas imperfectas pero vivas. Y eso se nota. Sobre el final de Una vida crítica (2020), el libro que recopila sus ensayos sobre arte, recuerda sus comienzos escribiendo artículos periodísticos: “Nervios a mi me sobraban y para bien o para mal, trabajé con ellos”. Esto parecería entrar en diálogo con otro verso de sus poemas inacabados: “era un golpeteo arrítmico/ como el de un telegrafista desesperado”. Quizá allí radique la potencia de su pluma. La verdadera contundencia de su escritura no está, justamente, en lo escrito sino, más bien, escondida entre las fisuras. Tal como sintetizó Luis Chitarroni en la contratapa de Un imperio por otro: “Hacer las cosas imperfectas y bien. Ah, la envidia, tan luego, esa espesura”.
