¿Quién fue Juan L. Ortíz? Mario Nosotti construye una biografía fragmentaria del gran poeta de Gualeguay.
DIEGO ERLAN

A fines de los años setenta y principios de los ochenta, los escritores argentinos a quienes se les había sido revelado el secreto viajaban hasta Gualeguay para visitar a Juan L. Ortíz: era una suerte de peregrinación, una iniciación místico-poética con el vate que había encontrado en ese entorno su “prueba de la soledad en el paisaje”. Viajar hasta Entre Ríos para encontrarse con el maestro se asemejaba a la experiencia que tuvieron los escritores chilenos o latinoamericanos cada vez que viajaban hasta Las Cruces para hablar con Nicanor Parra. Ortíz, como Machado, entendía que era un desafío muy importante para ciertos escritores –o para ciertos intelectuales o para ciertos espíritus– vivir con la naturaleza, fuera de la ciudad, porque si bien es muy humano y necesario contrastar lo que uno hace, someter a la opinión de los colegas lo que uno está creando, contrastarlo sólo con las cosas que no responden, quizá sea determinante o más profundo en un sentido distinto. Ese sentido misterioso construye un mito alrededor de Juanele que resulta fascinante. Escribir la biografía de un hombre solo frente a la naturaleza era, sin duda, un desafío. Y más aún desarticular el mito construido para tratar de entenderlo, para aportar un nuevo sentido a su lectura. El poeta Mario Nosotti se enfrentó a su fascinación por la obra de Juanele y se propuso “desarmar cierta ‘metáfora biográfica’ tejida en torno a él, poniendo de relieve aristas de su vida apenas estudiadas, que pueda dialogar con el sujeto múltiple, siempre cambiante que construye su poesía, como un delta abriéndose sin fin.”

Nosotti fue consciente de la dificultad de la escritura biográfica en un país donde la cultura del archivo es inexistente y por eso reconoce el trabajo de las últimas dos grandes biografías de escritores producidas en la Argentina: la monumental Osvaldo Lamborghini, una biografía, de Ricardo Strafacce y la singularísima Sobre Sánchez, de Osvaldo Baigorria. En esa línea invisible que se traza entre ambos proyectos extremos, Nosotti opta por una tercera vía: la de una investigación fragmentaria, construida con retazos.

Porque La casa de los pájaros se estructura a partir de anotaciones, apuntes, viajes y análisis realizados durante años y al leerlo uno se pregunta si acaso no es así la única manera de poder escribir una biografía: que las lagunas de una vida sean parte del paisaje. En ese sentido, el libro de Nosotti podría relacionarse más con clásicos como el de A.J.A Symons: En busca del barón Corvo. Sabemos, como dice André Maurois, que el biógrafo siempre está en tensión: “entre hacer del hombre un sistema claro y falso, o renunciar a hacer del sujeto un sistema y a comprenderlo”. Lo más difícil que puede tener escribir una biografía es aceptar que no todas las decisiones de una vida son lógicas ni están dentro de un proyecto de vida que tenga sentido como sistema. Hacía tiempo que Mario Nossoti venía estudiando la obra poética de Juanele. De hecho supo analizar que su poesía aspira, sobre todo, a alivianar la frase, hacerla sugerente y musical, para poder dar cuenta de procesos sutiles, evanescentes para la percepción. Mediante una suma de recursos que se van complejizando a medida que su obra avanza (desde la diminuta tipografía hasta el desplazamiento del sentido mediante las subordinadas y la interrogación), su forma de nombrar dubitativa busca quitarle peso al enunciado, como si pretendiera asumirse en la voz del entorno para así hacerlo hablar. Nosotti se pregunta quién fue Ortiz a partir de su poesía. Qué nos dice con el poema “La casa de los pájaros” y qué confluye hacia él desde la poesía. Ese movimiento es su gran acierto.