No se puede vivir del amor

Emmanuel Carrère y la novela que desató la ira de su ex, la periodista Hélène Devynck.

Luján Stasevicius

Hacer una lectura seria de Yoga, la última novela de Emmanuel Carrère, que llega a nosotros en la en este caso inestable traducción de Jaime Zulaika, implica salvar lo más rápido posible el inevitable escollo del escándalo de tintes farandulescos que acompañó sus primeras ediciones. Y es que su ex mujer, la periodista Hélène Devynck, acusó públicamente al escritor francés de romper con Yoga una de las cláusulas de su divorcio, según la cual se le impide escribir sobre ella o los hijos que tienen en común sin su previo consentimiento. A través de una nota para Vanity Fair, la periodista se dedicó, además, a deshilvanar rencorosamente cada una de las licencias ficcionales del autor en Yoga; que no estuvo dos meses en Leros sino un par de días, que no habla de los accesos megalómanos sino sólo de su depresión, y “podría seguir sumando ejemplos. La lista sería fastidiosa”. La virulenta reacción fue contemporánea, además, a la selección de Yoga entre las 8 finalistas al prestigiosísimo Goncourt. Finalmente, el galardón se lo quedó Hervè Le Tellier y su L’ Anomalie, pero por supuesto, hay quienes se regocijan en establecer una conexión indiscutible  y necesaria (aunque no probada) entre ambos hechos relamiéndose en una fantasía de cancelación que no es tal. Por toda respuesta, el acusado escribe en su libro –que su ex leyó antes de la publicación y del cual exigió varios recortes– que “hay que aguantar que los autores cuenten cosas de este tipo y que no las corten al releerlas, como sería sensato, porque son preciosas para ellos y porque también se escribe para rescatarlas”.

Que Carrère tiene un ego de cuidado no debería ser noticia para nadie, y ni siquiera lo es para él mismo. No pasan muchas páginas de Yoga antes de leer: “Soy un hombre narcisista, inestable, lastrado por la obsesión de ser un gran escritor”. Sus más logrados libros ocurren cuando se distrae de sí mismo, como en El Adversario, y, aunque menor eficacia, en la exquisita Limónov. En ésta última, es palpable la irritación creciente del cronista con la excepcionalidad de su sujeto, lo que lo lleva a injertar con suerte dudosa una narrativa sobre su madre que poco tiene que ver con el tema general. Sin embargo, esto no quiere decir que no posea pericia para retratar experiencias que lo tengan como testigo, sólo que los resultados son, como mínimo, ambivalentes. En De vidas ajenas, por ejemplo, la tragedia del tsunami que en 2004 arrasó Sri Lanka, al mismo tiempo del comienzo de su relación con Devynck se desarrollan magníficamente. Sin embargo, Bravura y El reino resultan insufribles, y él mismo se arrepiente del tratamiento que da a su madre y novia de entonces en Una novela rusa, mientras que El bigote sigue siendo una pequeña maravilla para leer y ver.
Yoga llega 6 años después de El Reino. La narración, escanciada en brevísimos capítulos –quizás una influencia de la narrativa zen– comienza en un retiro espiritual, sigue en un hospital psiquiátrico, continúa en la isla de Leros, Grecia, y termina en Mallorca. El género también va mutando y trascendiendo los espacios; según el autor la idea era escribir un “librito ligero y risueño” sobre la práctica de la meditación, de la que, por otra parte, esgrime 16 definiciones, siendo su preferida “meditación es mear y cagar cuando meas y cagas, nada más”. Antes que su “versión de esos libritos de desarrollo personal que se venden tan bien en las librerías”, Yoga es un cuaderno de duelo, de los propios y ajenos, atravesados por un estilo conversacional que simula ligereza de la misma manera en que las parábolas budistas pretenden simplicidad.

Uno sus grandes aciertos son, por un lado, la intensa diferenciación del yoga de la práctica cool de la clase media blanca, que se hace patente ni bien observa a sus camaradas de retiro “manadas de falsos sadhus occidentales, demacrados, aturdidos, mugrientos, que exudaban tanto pretensión como sufrimiento”. Frente al optimismo bobalicón de los new age, su visión sobre los ciclos de la vida es reconfortante: “Cuando la vida te sonríe es útil saber que va a propinarte una tunda, y que la luz volverá cuando andes a tientas en las tinieblas”. El otro acierto, quizás más sutil, es la probada ineficacia de la meditación y el yoga frente a un trastorno bipolar. Luego de que el atentado a Charlie Hebdo de 2015 lo fuerce a abandonar forzosamente el retiro espiritual en el que se encuentra, y en el que es asesinado su amigo Bernard Maris, nuestro protagonista cae en una invencible depresión. De su estado catatónico lo rescata su hermana, quien lo interna en un neuropsiquiátrico, donde es sujeto a terapias de electroshock –experiencia que también cuenta Carrie Fisher en Shockaholic– y drogas varias. Más adelante, pasará dos meses en la isla de Leros dictando junto a una amiga un taller literario para refugiados, y lo encontraremos sobre el final del libro en Mallorca, animándose o rindiéndose a amar nuevamente, justo él, quien se había prohibido el amor por sus efectos secundarios. El libro es, a la vez, lejano, cómplice, discordante pero también conmovedor. Como los componentes de su diagnóstico psiquiátrico, el texto repta por momentos por la abulia, la anhedonia y la astenia, para llegar, sobre el final, a una módica esperanza.
Los personajes femeninos abundan en la novela, y enmarcan cada uno de sus espacios geográfico-temporales. Desde la amante sin nombre, la hermana que le salva la vida internándolo, la compañera de psiquiátrico que le endilga lecturas que no ha hecho, pasando por su compañera de casa y taller en Grecia, quien a su partida le “regala” un video de Marta Argerich tocando la polonesa heroica de Chopin –que se ha vuelto tendencia en YouTube, basta ver las referencias al libro en los comentarios– y terminando con la renovada esperanza de la senderista en Mallorca, todas son abordadas con fascinación, cautela y respeto. Para referirse a Hélène, y quizás echando mano a una estratagema legal, Carrère cita una reflexión sobre la muerte y el amor proveniente de De vidas ajenas, disculpándose luego haberse extendido tanto. Así, se refugia en un texto pasado para poder comunicar lo que no le dejan escribir en su presente. Este viaje en el tiempo lo devuelve al momento en el que se embriagaba de una confianza ciega en su capacidad de amar al conocer Hélène, confianza quizás también exacerbada por haber sobrevivido un tsunami horas atrás. Tal vez por ello sea la única referencia textual su obra anterior –menciona al pasar todos sus libros, pero no los cita– porque ahí se encuentra con ese que fue en un principio, antes de todo esto que es Yoga. Terminado el fragmento, añade, lacónico, sobre el amor: “Yo pensaba triunfar donde tantos otros fracasan. No ha sido así”

Los duelos en el libro son varios, y de hecho el más conmovedor no es el de su matrimonio sino el de la muerte de su editor, narrada casi al final de la novela, en el apartado titulado “Cómo le brillaban los ojos”. Aquí el narrador está, nuevamente, frente al precipicio de una nueva depresión; el amigo íntimo, aquel que ha leído con fervor todos y cada uno de sus manuscritos, no revisará este libro en curso y es, definitivamente, el momento más triste y humano del libro. Como un ejemplo práctico del “Duelo y melancolía”, de Freud, dice “nunca más lo que yo escriba será deseado por alguien tanto como por Paul”. La muerte nos condena a reconciliar no volver a ver al fallecido, pero también no encontrarnos en ese otro que se nos ha arrebatado. Este es el verdadero amor al que renuncia forzadamente el Emmanuel protagonista. Imposible no conmoverse con esta intimidad guillotinada limpia e intempestivamente por un ataque cardíaco. Imposible no conmoverse con ese nunca más que abre una nueva vida después de la ausencia, con la ausencia de manera ominosa. 
Ante la remanida pregunta sobre la auto ficción y sus licencias, Carrère define  “Hay tanto narcisismo en cubrirse de elogios como en escupirse y patearse”. Dice también en el libro que “puede calificarse de yoga todo aquello a lo que uno se dedica con seriedad y amor”. Quizás Yoga no sea su mejor libro, pero sí un texto debió atravesar, para hacer lugar a lo que viene, y, definitivamente lo ha hecho con seriedad y amor.