El libro “Relaciones ocultas” propone un recorrido por historia, textos y expresiones de los símbolos, la alquimia y el esoterismo en el arte.
MARINA WARSCHAVER

Recuerdo una álgida noche en el Canal Saint Martin, en una mesa circunstancial de La Marine con vista a la Quai de Valmy, en la que monsieur Díaz, uno de los mayores especialistas en Barroco de mi generación y un humanista por demás, advirtió –de seguro influenciado por su admirado Sebald y por cierto delirio de relación– la singular coincidencia de mi nombre y el nombre del lugar en el que estábamos. Como es habitual en ese tipo de charlas donde la chismografía académica tiene el mismo carácter sustancioso que las aventuras filológicas particulares, en algún momento Díaz relacionó a Carl Jung con el maestro toledano Domingo Gundisalvo. Hasta entonces yo jamás había oído nombrar a este último pero Díaz comentó que en su tratado sobre la División de la filosofía, inspirado quizás en algún manuscrito árabe para nosotros desconocido, Gundisalvo ubicaba a las ciencias ocultas dentro del conjunto del saber. Así, entre las ciencias naturales identificaba a la nigromancia junto a la física y ambas constituían una serie en la que confluían la alquimia, la medicina, la agricultura, la navegación, la “ciencia de los espejos” y la ciencia de las figuras astrológicas. No consigo recordar, más allá de eso, cómo llegamos a ese punto de la conversación ni tampoco hacia dónde nos condujo semejante hallazgo. Es oportuno recuperar los pormenores de esa charla y las anotaciones que hice a partir de ella.

Durante el Renacimiento, el ocultismo entendía la naturaleza como un organismo vivo. Heinrich Cornelius Agripa von Nettesheim, en su De occulta philosophia, consideraba al universo como un cuerpo: así como el movimiento de un miembro repercute en otro como si pulsáramos la cuerda de un laúd, cualquier variación de una parte del universo es percibida e imitada por las demás. Además postulaba que “quien capta su propio yo, capta todas las cosas. En el propio interior, dormitan todas las fuerzas”. Para el hombre renacentista, las transformaciones que se operaban de forma natural en el cosmos o bien artificialmente, gracias a las posibilidades de la técnica, venían presididas por ocultas armonías y enlaces. Estos determinaban no sólo el equilibrio que brillaba en la naturaleza, sino también el que se manifestaba en las obras de arte. Cosmos y psique, de Richard Tarnas, quizás sea un trabajo contundente para entender estas relaciones ocultas a lo largo de nuestra historia: ¿en qué posición se encontraban los cuerpos celestes para que, en una misma época, hubiera semejantes rupturas creadoras al nivel de Einstein y Planck, Freud y Jung, Cézanne y Picasso, Thomas Mann y Rilke, Mahler y Stravinsky?

Como en una especie de ritual conocemos aquello en lo que nos fundimos. Es decir que cuando se pasa de la unión del sujeto con el objeto, a la acción del sujeto sobre el objeto o incluso más, a la construcción de éste como si fuéramos artesanos o ingenieros se revela una nueva forma de entender las cosas y eso determinará un notable desarrollo en la historia del pensamiento. Quizás la gran renovación radique, justamente, en concebir la perfecta comprensión de los fenómenos de la naturaleza como si fueran un mecanismo. De hecho, si nos remontamos a los aristotélicos, el arte o la técnica imitaba la naturaleza. ¿Qué estudió Da Vinci para crear su máquina voladora? La manera de volar de los insectos. Leonardo fue el gran científico, y también el alquimista, el artista. En el siglo XVII, el filósofo francés Pierre Gassendi, en su Syntacma phylosophicum de 1658 señala que sólo llegamos a conocer de modo adecuado cuando podemos descomponer un fenómeno en sus elementos compositivos, como si se hubiera construido manualmente.

Jung atraviesa varios de los ensayos de Relaciones ocultas (Sans Soleil), un interesante recorrido por la historia, los textos y las tradiciones de saberes alrededor de los símbolos, la alquimia y el esoterismo en el arte. De hecho la editora del volumen, Marta Piñol Lloret, en “Hacer visible lo invisible”, subraya que Jung (autor de uno de los textos más enigmáticos de la historia como El libro rojo) no tenía ningún tipo de interés en la alquimia hasta que leyó un texto que le cambió por completo su visión sobre la misma: se trata del tratado chino El secreto de la Flor de Oro, una obra taoísta a propósito de la meditación. Señalo esto porque la faceta esotérica del poeta W. B. Yeats también se inicia con la lectura del Tao como si ese libro escondiera un secreto. El factor enigma es una constante en las expresiones mistéricas: tenemos la obra de la pintora Remedios Varo como ejemplo indudable y se relaciona, desde luego, con la tradición de ocultismo de la que hablamos al principio de estas notas. Me permito citar un artículo de este mismo sitio, titulado “La caja de Remedios”, donde Diego Erlan explicaba que el método de producción de Varo se basaba en la exploración como proceso científico, a partir del motor de la curiosidad, la sed de conocimiento y la comprensión del mundo. Dice: “En sus composiciones, Varo trata sobre la relación entre el ser humano y su propia singularidad (microcosmos) con el universo (macrocosmos). Para esto elaboraba un plan de acción, una metodología de estudio tanto teórico (con múltiples lecturas) como práctico (a través de expediciones, recorridos y búsquedas varias) y en este proceso observaba detenidamente, hacía levantamientos geográficos, clasificaba hallazgos (cosas, especímenes), hilvanaba pistas y establecía relaciones, constelaciones de sentido.” El conjunto de las ciencias en busca del enigma.