Los artistas chilenos Pedro Lemebel y Francisco Casas conformaron las Yeguas del Apocalipsis, un arriesgado grupo de intervención estética en la oscura dictadura pinochetista.
VICTORIA D’ARC

No tenían nombre cuando empezaron sus intervenciones artísticas. La primera fue en diciembre de 1987 durante la presentación del libro A media asta de la poeta Carmen Berenguer durante la Feria Chilena del Libro. Pedro Lemebel vestía completamente de rojo, Francisco Casas un pantalón blanco, una camiseta azul y lucía una estrella bordada en el pecho y otra en la espalda. Juntos conformaban la bandera chilena. Y caminaron tomados de la mano, descalzos, arrastrando un velo negro en señal de luto, augurando el fin de la dictadura. Queda un pequeño registro fotográfico en blanco y negro de aquella performance seminal. En agosto de 1988 volvieron a aparecer con una acción titulada “Refundación de la Universidad de Chile” con motivo de la intervención en la Facultad de Artes para acompañar la movilización estudiantil. La foto es conocida: los artistas desnudos sobre un caballo que va desde la avenida Macul hasta el interior de la Facultad. Recién en la tercera acción (titulada “Coronación de Espinas”) es que el colectivo adquiere su nombre. Fue durante la entrega del Premio Pablo Neruda al poeta Raúl Zurita en la Casa-Museo La Chascona. El lugar estaba repleto de personalidades, entre escritores y periodistas, y Zurita era la figura más importante de la poesía chilena de entonces. Lemebel y Casas irrumpen ofreciéndole a Zurita una corona de espinas, gesto que aludía a la coronación de Cristo, en un contexto político cultural en el que un plesbiscito había dictaminado que el pueblo quería el fin del gobierno de facto. Una vez que bajan del escenario, como cuenta Sergio Parra, un periodista se acerca para preguntarles quiénes son ambos escritores anuncian a dúo: ¡Somos las Yeguas del Apocalipsis!” Así hicieron historia. Según la académica Jean Franco, el colectivo se esforzaba por representar todo lo que el puritanismo pinochetista rechazaba y cada espectáculo provocaba escándalo porque chocaba por lo irónico, lo bello y hasta lo sentimental.

En 1989, las Yeguas del Apocalipsis podían ubicarse en aquello que la ensayista Nelly Richard denominó “Escena de Avanzada”: un cruce de géneros donde se utilizaron la performance y la intervención urbana como herramientas para alterar la sintaxis del orden ciudadano durante la dictadura pinochetista. Resulta interesante cruzar dos lecturas para entender el factor radical tanto de Lemebel como de Casas: una es Lemebel oral, un volumen que reúne las entrevistas al autor de Tengo miedo torero, entre 1994 y 2004, seleccionadas por Gonzalo León; la otra es La noche boca abajo, inversión emocional al cuento de Cortázar y una nouvelle que se enfoca en un amor del cual el protagonista se fascina como puede fascinarse uno hasta la adicción por la locura.
Hubo otra performance de las Yeguas del Apocalipsis. Fue un domingo, en noviembre de 1989. En el estudio del barrio Patronato del fotógrafo Mario Vivado, al que conocían de las fiestas del under, Lemebel y Casas llevaron prendas recolectadas del mercado persa y de amigos travestis, máscaras, muñecas, maquillajes. Entre las seis y las diez de la noche, ambos escenificaron un modelo de belleza estadounidense transfigurado en la cultura pop con poses supervisadas por la bailarina Magaly Rivano. “Mi objetivo era iluminar para que fuera lo más teatral posible”, dijo Vivado. El domingo, día de la performance, el lugar explotaba de gente. Rodeados por esas imágenes de Vivado, Lemebel y Casas se ubicaron en el centro de la sala y empezaron a inyectarse con jeringas. El título, en ese contexto, terminó siendo provocador e icónico. Se llamaba: “Lo que el sida se llevó”.