El viejo mundo
Científico, escritor y militante ecologista, Tim Flannery se aboca a reconstruir los orígenes de Europa desde su flora y fauna para entender la influencia del continente a lo largo de la historia.
RAFAEL S. CRUZ

Cuando uno piensa en Europa quizás se le imponen imágenes de castillos medievales, de estrechas callejuelas de piedra, de zigzaguentes caminos de tierra que atraviesan la campiña inglesa o las interminables veladas etílicas de la bohemia parisina en la Rive Gauche. Por tanto, es difícil imaginar el paisaje del viejo continente al final de la era de los dinosaurios: es decir como un arco insular dinámico cuyas masas terrestres individuales estaban formadas por diversos tipos geológicos, incluidos antiguos fragmentos continentales, segmentos elevados de corteza oceánica y tierras recién formadas por la actividad volcánica. Sin embargo, ya en esta época el territorio que hoy se conoce como Europa ya ejercía una influencia desproporcionada en el resto del mundo. Hace unos cien millones de años, la interacción de tres continentes — Asia, América del Norte y África — formó el archipiélago de islas tropicales que se convertiría en la Europa de hoy, un lugar de excepcional diversidad, cambios rápidos y alta energía.

Cualquier paleontólogo sabe que para reconstruir la historia de la humanidad y de sus territorios debe recuperar los fósiles diseminados por los rincones del planeta. En esa suerte de capas de información, muchas veces convertida en piedra, la historia nos habla. Peter Ackroyd lo supo muy bien después de escribir su biografía sobre una ciudad como Londres: en lo que permaneció oculto se descubre el verdadero poder. De hecho por eso escribió su impecable London under (Londres bajo tierra, Edhasa). A veces hay que excavar y sumergirse en las profundidades del mundo e imaginar un paisaje insólito. Por eso quizás sea tan extraño pensar un mundo donde deambulara un animal que tuviera cabeza de caballo, cuerpo de gorila y afiladas garras en sus miembros. Se llamaban los calicoterios y era una de las especies más singulares que habitaron el suelo europeo en épocas primigenias. Hallazgos como esos son los que abundan en un libro como Europa: una historia natural (Biblioteca nueva) del escritor y militante ecologista australiano Tim Flannery.

“La historia de las guerras y los monarcas europeos se me repitió hasta la saciedad cuando era niño”, dice el autor. “En cambio, no me enseñaron casi nada sobre los árboles y los paisajes australianos. Quizás esta contradicción disparó mi curiosidad”. Una de las cosas que más le asombró a Flannery fue descubrir que en Europa hay criaturas igual de antiguas o primitivas que, a pesar de ser familiares, son poco apreciadas, o también la cantidad de ecosistemas y especies de importancia global que se crearon en Europa pero que desaparecieron del continente hace tiempo.
Flannery entiende que mucho de lo que dio forma a nuestro mundo moderno se originó en Europa: los griegos y los romanos, la Ilustración, la Revolución industrial y los imperios, también fue el epicentro de las dos grandes guerras y de miles otras batallas que estudiamos, una y otra vez, para entender los designios de las sociedades tal como las conocemos. Sin embargo construye una oda europocéntrica, para poner en perspectiva la relevancia de este continente no sólo a nivel político sino también ambiental. ¿Podrán los europeos liderar el camino de la restauración de la vida silvestre? Esa pregunta todavía tiene una respuesta pendiente pero Flannery le pone sus fichas.