Isabelita, el debate (in)esperado

Una casa sin cortinas, el polémico film dirigido por Julian Troksberg obtuvo el “Premio Flow al cine argentino” y despertó una discusión pendiente en el seno del peronismo.

Paula Puebla


Finalizó el BAFICI 2021 y picó en punta como la más vista. Mientras algunos se animan a arriesgar que es la película del año, otros la critican desde la lente cinéfila; y más allá —aunque bien cabría decir más acá o, directamente, aquí, en el frente— se libra una breve rencilla entre “peronólogos” por quién destaca mejor los puntos ciegos o lo que no aborda Una casa sin cortinas. El Enigma Isabel Perón. Como un clásico del ascenso, la escritura propietaria por el valor del documental dirigido por Julián Troksberg quedó en pugna entre encantados e indignados, lo que confirma que si hay grieta en el peronismo, ¿por qué no habría de haberla en la audiencia de un documental que aborda la zona más pantanosa del peronismo?
Sin embargo, la película tuvo un logro insoslayable: puso a hablar a todo un movimiento de aquello que apenas puede pronunciar. En ese sentido, y de manera inesperada incluso para su director, el documental sobre la memoria de María Estela Martínez de Perón constituye un hecho político en sí mismo: enuncia ahí donde siempre hubo silencio, ubica a la persona donde la historia prefiere que no haya nadie y ensaya el perfil de una mujer con múltiples viscosidades, dobleces y secretos, como si en Isabel se saldara el lado B de la santificación obligada que recae sobre la mitad femenina del mundo —y que, no por casualidad, cayó sobre Eva Perón, Santa Evita, detalle que vale apostrofar.
Una casa sin cortinas aparece en la pantalla en una época en la que la quebradura de los consensos o la mera indagación de un significante cristalizado —y tirado al olvido como una faja presidencial que cuelga de una percha de alambre— puede considerarse parte de la gallardía cada vez más olvidada en el mundo del arte al tiempo que la pizca de “negatividad” necesaria para atizar el fuego de los debates que no se quieren dar.
Julián Troksberg es también director de “Furia, las peleas de Carlos Monzón” (2019) y de “Simón, hijo del pueblo” (2013) y autor del libro de cuentos La ruta hacia acá (Tamarisco, 2011). Lo entrevisté a través de un Google Meet un martes a las dos de la tarde.

¿Por qué Isabel?
— Cuando cumplí cuarenta años, se cumplían también cuarenta años del golpe militar. Más, menos, yo cumplo años en diciembre y nací bajo el gobierno de Isabel. Ahí, te diría, que ya hay algo del orden de lo personal. Y cuando fueron los cuarenta años, que fue cuando estaba dando vueltas con el proyecto, me impresionó que Isabel no apareciera. Me acuerdo que hablé con mi primo, que es bastante más joven, y me dijo “ah, está viva”, como una persona que está totalmente borrada. Hay muy poco hecho, está el libro de Saenz Quesada que se reeditó con otro título como si fuera otro pero es el mismo, pero muy poquito. Eso me llamaba la atención y me parecía interesante meterme ahí.
También, durante un viaje, les conté del proyecto a un amigo que vive en Francia y a su esposa francesa. Esto es algo que me pasa a mí, que empiezo a contarle a los amigos como si estuviera haciendo un pitching para ver si funciona. Y me acuerdo de contarles a la pareja sobre esta bailarina, que muchos dicen que fue una bailarina de cabaret, que fue la primera presidenta de Argentina, de las Américas y probablemente del mundo. La historia es muy potente, ¿no? Lo raro es lo inverso, que no haya muchas cosas hechas de antes. 
La otra cosa también era lo poco que hay dicho sobre Isabel o lo poco que circula. Porque la película más que sobre Isabel es sobre la memoria sobre Isabel, y lo que me gustaba era tratar de correrme de los clichés, que era cabaretera, que era un títere, todo lo del oscurantismo. Tenía un interés en ese personaje que es peronista pero es incómodo, a quien los peronistas no quieren del todo, a quien nadie defiende. Me costó mucho explicarle el proyecto a mucha gente porque no entendían si era una reivindicación de Isabel o si la íbamos a hacer mierda.

Julian Troksberg, director.

Sobran las barreras. ¿Qué arriesgarías que sigue incomodando de Isabel dentro del peronismo? Viendo todos los contactos que tuviste que hacer, el mundo en el que te tuviste que meter, ¿por qué hay tanta separación de la figura de Isabel?
— Diferentes cosas. En lo político, entiendo que mucha gente no quiere hablar porque si se abre la tapa, nos vamos a tener que acordar que esa misma gente que hoy tiene cargos públicos o son personajes, por suerte, de la democracia argentina también apoyaron el golpe militar. En el 75, en el 76, la democracia no era ningún valor para muchos del peronismo, ni para Montoneros, para mi viejo. Eso es muy incómodo, porque hay gente que no quiere quedar pegada al apoyo del golpe. Eso por un lado. Por el otro, cuando existen esos consensos de que algo es una chotada o alguien es un personaje diabólico, cosa que yo creo sobre Isabel, no es que no lo crea, me parece que ahí todos piensan que lo mejor no meterse, como que “quedás pegado”. Lo pienso en la literatura, no sé si leíste Cuaderno del acostado, de Jorge Asís, que dice que la gente cruza la calle cuando ve al personaje. Pasó de ser el tipo de Flores robadas, el más vendido…

A ser el paria…
— Claro. Hay algo de eso también con Isabel.

¿Con qué criterio, si hubo alguno y no fue todo más librado al campo de la posibilidad, elegiste quién sí y quién no iba a formar parte de ese coro de voces que narrarían a Isabel? ¿Cómo fue esa búsqueda? ¿Elegiste, fue azar, fueron recomendaciones?
— No fue nada de azar. Empecé con una lista enorme, de cientos de personajes, de mucha gente que tenía algún tipo de relación de primera mano con Isabel, eso lo tenía clarísimo. No quería que apareciera el opinator, ni historiadores, ni politólogos; también me interesaban poco las figuras que podrían haber estado cerca de Isabel pero que ya son reiterativas, como Julio Bárbaro o Tata Yofre. Más allá de si me hubieran aceptado o no, son nombres detrás de los que no fui. 
Pero lo que pasa con Isabel es que no hay muchos que atraviesen su vida. Si hay que contar la tuya o la mía, tenemos parientes, amigos o parejas que nos siguen el relato desde que nacimos hasta algún momento. Isabel cambió mucho de piel, hay muchas Isabeles. Entonces yo también tenía que ir avanzando con personas que cuajaran en cada momento de su vida, por ejemplo, con alguien que me hablara de la danza. Sobre cada momento, tenía opciones, de las cuales algunas pude elegir. A Abal Medina, por ejemplo, lo perseguí durante años, era el tipo que estuvo en el regreso de Perón, cuando bajaron del avión, y sentía que tenía que estar. Del mismo modo Ruckauf, que era de los más jóvenes del gabinete de Isabel, también estuve años para que él me aceptara la entrevista. Otros fueron surgiendo. De esos, hubo quienes no me funcionaron o quedaron afuera por el tipo de relato. 

¿Cuántas horas de entrevista en crudo hiciste? 
— Cuarenta entrevistas, promedio entre una y dos horas. Ochenta, cien horas de entrevista. Además, algo que me pasa con los entrevistados, es que parte del proyecto es el placer que me da a mí hablar con ellos. No eran entrevistas de cinco minutos, sino de horas. Yo no soy periodista, no tengo acceso a esta gente en el cotidiano, entonces quería aprovechar para charlar todo lo que se pudiera. También por la cuestión, yo lo siento así al menos, de que cuanto más hablás con alguien, más posibilidades hay de que el cassette se diluya, la gente se empieza a relajar. Los políticos, por ejemplo, las mejores cosas y las más interesantes las dijeron fuera de cámara. Para mis amigos periodistas esto es una obviedad, la canchereada, el off the record, el que te cuenta intimidades, etc.

Son grandes actores, ¿no?
— Sí. Para mí algo importante de esto es que en ningún momento quise hacerlos pisar el palito o dejar la cámara prendida para grabarlos sin que supieran. Incluso cuando yo hubiera querido que dijeran bestialidades.
De hecho, nosotros llegamos a ver a Isabel saliendo de su casa, pero no la grabamos. Fuimos más veces de lo que se ve en la película a la puerta de su casa, estuve con su chofer cuando ella se iba a la peluquería, y fue una decisión no levantar la cámara para grabarla saliendo. Si ella no quería, no quería.

Algo así hubiera roto la política de la película, ¿no? Con respecto a la hechura misma del documental, ¿te fue difícil seleccionar que sí y que no quedaba adentro? Ahí hay una cosa medio creacionista y flashera en la posibilidad de cincelar “el mundo Isabelita” de acuerdo a los testimonios, tener la tijera en la mano. ¿Cómo es eso para vos?
— Es durísimo para mí y eso te diría que lo laburé con mi amigo Omar Ester, el mismo montajista que hizo “NK”, la película sobre Néstor Kirchner dirigida por Adrián Caetano. Si bien los dos somos guionistas, yo armé todo el guión, pero al final sentí que la película es lo que hicimos juntos y por eso el guión está firmado por los dos. Peleábamos un montón y yo jodía que laburar con él era como ir a una sesión de psicoanálisis lacaniano. Pero fue muy bueno, él es muy agudo para entender la narrativa.
Hay personajes enteros que nos quedaron afuera. Por ejemplo, entrevistamos al peluquero Miguel Romano en su peluquería. Pero cuando empezamos a montar nos dimos cuenta de que la presidencia de Isabel es muy oscura como para que aparezca alguien contando de la vez que se fue de vacaciones con Isabel a Chapadmalal y que, cuando jugaban a la canasta, ella se enojaba cuando perdía. Era un tono muy distinto y decidimos que no podíamos meter eso en medio del relato que veníamos sosteniendo. Así que sí, fue muy difícil esa parte. Porque además yo soy enamorado de las declaraciones de esta gente, la película podría haber quedado de cinco horas.

En el campo literario, hay mucha gente que hace crónica con el ojo convencido y puesto en una supuesta neutralidad, en la equidistancia, labran narraciones en las que nada está bien y nada está mal. ¿”Una casa sin cortinas” fue pensada desde ese lugar?
— Neutralidad cero. Me da gracia cuando me dicen que la película es “muy objetiva”, como me escribió Carlos Ruckauf. No sé qué esperan, supongo que por esta cosa muy militante que hay, peronista o antiperonista. Para mí es para nada objetiva. Me río un poco también cuando me dicen que es periodística, como si enfocara todo, de forma balanceada, y la película no es nada periodística: no busca declaraciones, es la anti noticia, tiene un tono.
Pensamos que la puesta de cámara no podía ser una puesta ordenada porque el personaje es desordenado y también la presencia en el sonido de mi voz. No podía ser una película en primera persona, con mi voz en off yendo a buscar a Isabel, pero al mismo tiempo tenía que estar de algún modo quien lleva adelante la búsqueda, ¿no?

Con el correr de la elaboración, de la tarea de escucha, de las discusiones con Omar Ester, ¿te acercaste o te alejaste del personaje?
— Me re alejó. Bueno, en realidad para seguir citando libros que me gustan, me acuerdo que cuando hace años leí Los detectives salvajes me llamaba la atención que a medida que avanzaba en la novela a los personajes centrales los veía cada vez más lejos, se iban, se diluían. El documental fue así, me acercaba pero no veía mejor. Eso aparece en la película y es una sensación totalmente real, no fue guionado, pasó. Pensé en algún momento que íbamos a encontrar lo periodístico, las “revelaciones”, pero el personaje que se me apareció fue más gris de lo que esperaba. El documental anterior que hice fue sobre Carlos Monzón, y él sí es un personaje más fácil de documentar, fue exitoso, hizo esa cosa espantosa de matar a su esposa, salió con Susana Gimenez. Esto es todo lo contrario, es para abajo.

En una entrevista que diste para Infobae, dijiste que este es un trabajo sobre el silencio. Trabajás sobre la presencia fantasmal de esta mujer, que está y al mismo tiempo no está, que se marca tanto en su distancia…
— Sí. Silencio. Quedó un poco diluido entre los entrevistados la cantidad de lugares a los que fui, que es donde también aparecía el silencio o lo que no está. Por eso empieza la película en la quinta de San Vicente, que es un museo, un lugar clave del peronismo, y a la vez fue una cárcel, y a la vez está muy deteriorada, y a la vez es donde está el cuerpo de Perón. El peronismo tiene esos tres lugares: el chalét de los setentas, la tumba y el museo moderno. También fui a Gaspar Campos, a Puerta de Hierro donde no hay nada, al Messidor al que no se puede ni pasar. Quizás la palabra no es silencio sino vacío, no sé.

Otro de los puntos altos del documental, son los testimonios que se animan a ir en contra del lugar común de Isabel. Como el del español, del encargado de finanzas de ella, que arriesga que Isabel en realidad no está del lado de los verdugos sino de las víctimas. Algo que por supuesto en Argentina no se dice y hasta te diría que no se piensa. ¿Qué te pasó a vos con esa declaración, por ejemplo? ¿Hubo discusiones sobre si dejarla o no? ¿Pensaste que con eso ibas a tener un problema, te iban a cancelar, se te iba a venir todo el peronismo encima?
— Lo que hoy se llama cancelación cambió mucho en los últimos cinco años, así que no lo hubiera pensado en esos términos al principio. Sí pensé mucho en cómo iba a ser leída la película a lo largo del tiempo, si me iban a matar o no. La repercusión por ahora es sorprendente, durante todos estos años cuando decía que  estaba haciendo una película sobre Isabel y la gente automáticamente decía “ah, una película sobre Evita”, como que no podían ni siquiera escucharlo. Por ejemplo, el primer año de laburo de montaje fue una pelea con el montajista para que él entendiera que yo no quería defenderla.
En un mismo día hice dos entrevistas, al vidente y al asesor financiero. Yo estaba exultante porque, efectivamente, sentía que en España podían decir cosas que acá no, y que además tenía esos dos mundos de Isabel, el vidente que es super conocido y publicado, y el otro que es como un personaje de la España realista. Para mí él entró como asesor financiero y se ve que se transformó en amigo. Cuando llegamos con el equipo a su oficina, ubicada en un lugar muy cheto de Madrid, cerca de la calle Serrano, nos dieron una sala de juntas, de reuniones, para que hiciéramos la entrevista. Era impersonal, la luz no era buena, no quedaba bien el tiro de cámara. Y entonces él nos dijo que fuéramos a su oficina. Entonces ahí vimos que no solo están las fotos con Isabel, sino que tiene enmarcado en la pared el documento en el que el Tribunal español rechaza el pedido de extradición de Isabel. Y si prestás atención, las carpetas que se ven donde están las fotos, todas dicen MEM: María Estela Martínez. Esa oficina es como un altar, es un tipo que se dedica a ella. Y eso no es algo que fue armado.

¿Y las repercusiones?
— Las primeras reacciones fueron de no peronistas, radicales, buena onda, les gustó. Entonces en un momento quise hacerla llegar más a gente del peronismo. La película está hecha con mucho amor al peronismo, no sé si se nota eso, pero no podía ser una película gorila, ni para reírme de Isabel ni para reírme de nadie, por más de que algunos entrevistados sean algo bizarros, ¿no? Ruckauf, por ejemplo, la vio enseguida y me mandó muchos comentarios sobre lo que él cambiaría. Lo tomé como buena onda. También a Papaleo, que lo primero que me preguntó fue “¿qué dicen los compañeros?”. Se la mandé también a Carlos Campolongo, y al día siguiente me dijo que le había encantado. Entonces una hora después me escribe Papaleo, que había hablado con Campolongo, pidiéndome que le pasara el link para verla. Porque después de todo la peli no deja de ser peronista, no sé cómo la ves vos…

Está tratada con un debido respeto y a la vez sin solemnidad.
— Esa era la idea. Que fuera seria pero no solemne. Porque Isabel no es solemne.Hay algo también generacional. La generación de mi vieja, de las amigas de mi vieja, peronistas, kirchneristas, les costaba mucho el personaje. Nosotros, los que somos un poco más jóvenes, la podemos mirar más desprejuiciadamente.