Goodbye, brother

La muerte de Carlos Busqued ayer, a los 50 años, conmocionó a la escena literaria. Un autor único y marginal.

FLAVIO LO PRESTI

Era difícil sentirse cómodo con Busqued. Yo no fui su amigo, pero teníamos un par de grandes amigos en común, como Leandro Aguirre y Eduardo Lacoste, y eso nos reunió muchas veces, al margen de las entrevistas y mesas que hemos compartido por ahí. Digo que era difícil sentirse cómodo con él porque era un tipo intolerablemente genuino, y todos tenemos algo que esconder. Todos, en el roce social, en algún momento, fingimos un tono, impostamos una frase, nos reímos de más, nos alejamos unos pasos de ese núcleo filosóficamente cuestionable que es nuestra propia identidad y nos volvemos, como dijo Borges, un caos de apariencias, una marioneta. Nunca vi a Busqued hacer eso: nunca lo vi correrse un centímetro de quien parecía ser, con la solidez estilística, la unidad de arte, vida y pensamiento que uno le imagina a los grandes artistas. Y eso era verdaderamente intimidatorio, porque a pesar de que no era un moralista, uno podía sentir que había en él una concepción peyorativa de la vida de sus contemporáneos que en un punto nos alcanzaba, y que tenía la garantía de su santidad. Una vez me dijo en una entrevista que él era un católico de la cruz: no esperaba el cielo, pero podía cargar el madero “hasta la concha del mono”.

Por eso quizás, por esa entereza ético-estética que lo llevaba a ser inflexible con el juicio sobre las consecuencias de sus selecciones artísticas, tuvo la suerte de que una de las grandes editoriales de lengua española rescatara ese agujero negro que es Bajo este sol tremendo de la lista de finalistas de un concurso y la publicara, no sin mediar un mail de Herralde que para Busqued significó un cambio “cuántico”. Sin agente, sin otro activo social que haber escrito un gran libro, puso su nombre en una lista que compartía con escritores admirados como Charles Bukowski. Antes de eso, en una Córdoba de adopción (Busqued era chaqueño) se había recibido de ingeniero metalúrgico y entre otras cosas había dirigido la radio de la Universidad Tecnológica, una gestión de la que queda el recuerdo (cada vez más tenue) de una extraordinaria renovación de contenidos, una anécdota con un arma que parece un anticipo de las leyendas urbanas sobre Guillermo Moreno y de un programa que le permitió tener a Vicente Luy en la emisora, bautizado con un nombre que los identifica a los dos: “Juan y Pinchame”. De ese tiempo le quedó un club de amigos queridísimos que se autodenominan, aún, “El círculo de la serpiente”, integrado originalmente por Alejandra Zurita, Alejandro Jallaza, Sergio Manzur, Leandro Aguirre, Nelson Specchia y el legendario Gustavo Echeverría. Con la muerte de Busqued, tres de ellos ya no están, y tampoco está Luy, de quien queda en Youtube un video filmado por Busqued en el que se escucha la voz meliflua del poeta cordobés hablando por teléfono mientras la cámara se queda con la órbita maníaca de una hormiga en la tierra del hospital Borda.
A Busqued le gustaban los perdedores hermosos, las armas, los aviones, le fascinaban los procesos en los que lo humano se vuelve extremo, por eso estaba obsesionado con el cuento de Ballard “Playa terminal”: cada vez que me lo encontraba hablaba sobre la experiencia alucinatoria de ese piloto afiebrado en un atolón del Pacífico. Compartía con Bolaño la idea de que la biografía de un escritor era infinitamente menos interesante que la de un torturador, o un asesino, en el sentido de que había algo obviamente fascinante en el mal, y por eso Bajo este sol tremendo es un noir infernal (en el sentido en que Borges lo dice de El corazón de las tinieblas) cuyo protagonista es una cámara subjetiva deprimida (un hombre sin trabajo, desmotivado y espiritualmente congelado, con un apellido que es un hallazgo artliano: Cetarti), quien tiene que ir desde Córdoba al Chaco a reconocer los restos de sus familiares: en el camino, para su desgracia y nuestra fortuna, se cruza con Duarte, uno de los personajes más espantosos de la literatura argentina (secuestrador, torturador, curador de pornografía bizarra y filósofo al paso).

Quizás por esa razón durante años mantuvo una larga conversación con Ricardo Luis Melogno, asesino serial de taxistas y místico en combate mágico con su propia y poderosísima madre, que es el protagonista de Magnetizado. Pero cada vez que traté de obtener de él una explicación sobre su fascinación con la oscuridad no obtuve otra cosa más que relatos que funcionaban como ejemplos de lo que quería ilustrar: la infinita superioridad de las historias del mal para volverse anécdota, relato, novela. Quizás este textual pueda funcionar como una punta para entenderlo: “Yo al bien no voy a entrar nunca. Nunca voy a ser funcional, nunca me van a salir bien las cosas, los beneficios de mierda que recibe cualquier escritor-verga de acá yo no los voy a cosechar, porque me falta algo. Hay una amputación que no sé bien cuál es, si supiera me hubiera conseguido una prótesis. Lo bueno que yo tenga lo tengo por una discapacidad que me incapacita para el resto de las cosas, por eso tengo sintonía con los tipos que hacen todo mal. ¿Qué me voy a llevar bien, con un tipo que hizo bien las cosas? Yo quiero que a ese tipo le amputen algo, que sufra mucho”. Busqued solía decir estas cosas que pueden sonarle mal tanto al consumidor del mainstream de lo que sea como al progresista paladar negro, y solía decir también que le tenía menos miedo a los “monstruos” del mal que a los hombres buenos. Su camarada Luy lo dijo en un poema breve: “lo que está mal está mal/ pero lo que está bien, también está mal/ charlalo con tus padres”.
Busqued tenía, según me dijo, un solo recuerdo feliz con su padre militar, un vuelo en un tembloroso avioncito civil. En lugar de charlar sobre el bien o el mal con él lo hizo con todos nosotros a lo largo de muchos años, en el inefable blog que funcionaba como un laboratorio de su escritura y de su delirio (borderlinecarlito.blogspot, un sitio activo desde 2004 que aún se puede visitar) y en una cuenta de twitter cuyo nombre era una declaración de principios: “un mundo de dolor”. En esta entrevista con Patricio Zunini se condensa parte de la persona pública que supo construir con mínimas intervenciones, porque era un tipo tímido y fóbico refugiado por años en un departamento que explotaba de memorabilia bizarra. Casi todo en ese departamento tenía un toque siniestro: una calavera grabada con la expresión “sic transit gloria mundis”, un poster del Clan Manson, una foto de niños de los cincuenta en pantalones cortos y protegidos con horribles máscaras de gas, un dibujo de Daniel Clowes en el que un hombre recibe a modo de terapia para sus ojos la acción de dos enormes langostinos. Usaba remeras de bandas de death metal con nombres malsonantes, y mi teoría (de la que se reiría con sorna y desprecio, porque si algo detestaba era el “pelotudeo” y las mariconadas) es que era un tipo herido y tierno con un enorme amor por la humanidad escondido detrás del odio particular hacia algunos hombres y mujeres.
Ya no aparecerán en twitter las bocanadas de aire fresco de sus dardos contra la corrección política, algo que podíamos interpretar como un recordatorio (en esta época tan atravesada por la sensación de estar en el lado de un bien absoluto, ahistórico y definitivo con la que viven tantas personas bien criadas) de que nuestras convicciones son el monstruo del mañana. Ya no tendremos la novela de los vendedores de militaria nazi por catálogo. En la entrevista mencionada, Busqued declara la esperanza de que sus libros sean, en la mente de un moribundo, el recuerdo agradable de algo bien hecho, hecho con el amor suficiente para suspender el ego a favor del arte, no el resultado de un lobby entre contemporáneos oliéndose el culo. Hoy que escribo esto, y pensando en los libros que estoy escribiendo en estos días, su muerte me recuerda que no tengo que dejar de vigilar ese peligro del que no puedo no considerarme una víctima: el de escribir para nada, para nadie, para mi propia vanidad. Es algo con lo que él puede descansar en paz. Para el resto, como decía su calavera-cenicero: sic transit gloria mundis.

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