Ernest Shackleton relata las aventuras y dificultades de la Expedición Imperial Transantártica, una de las travesías más impresionantes hacia la Antártida.

MARINA WERSCHAVER

La denuncia del robo de la cerveza artesanal que un grupo de productores había sumergido en el mar cerca de las costas de Mar del Plata me llevó a pensar en aquella historia de las once botellas de whisky de malta que Ernest Shackleton sepultó en la Antártida en 1909 junto a otras veinticinco cajas del single malt de McKinley & Co –una de las empresas escocesas más importantes del siglo xix– destilado entre 1896 y 1897. Nunca se supo las razones por las que Shackleton y sus hombres tuvieron que abandonar las botellas en ese lugar pero habría que recordar que en 1907, luego de haber alcanzado el punto más austral que alguna vez pisó un hombre con la expedición del Discovery comandada por Robert Falcon Scott en 1901, Shackleton emprendió el desafío de un nuevo viaje al continente blanco, a bordo del Nimrod. El frío extremo y el hambre implacable hicieron que a tan sólo 180 kilómetros del objetivo tuvieran que desistir de lograrlo. No se daría por vencido. Algunos años después, en 1914, Shackleton publicó un anuncio en prensa que decía lo siguiente: “Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de absoluta oscuridad. Peligro constante. No hay seguridad de volver con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito”. Con semejante optimismo, cualquiera pensaría que nadie respondió y sin embargo recibió cerca de cinco mil solicitudes y, de éstas, eligió sólo a cincuenta y seis hombres. Ese viaje se lo conoce como la Expedición Imperial Transantártica y es el tema del libro Sur. Historia de la última expedición de Shackleton 1914-1917 (Südpol).

Al estilo del Narrative of the Surveying Voyages of his Majesty’s ships Adventure and Beagle de 1839, pero con una prosa precisa, sólida y a la vez atrapante, el mismo Shackleton narra en este libro las aventuras, los días extenuantes, las noches solitarias, las experiencias únicas, pero más que nada registra “una resuelta determinación, una lealtad suprema y una generosa abnegación” por parte de sus hombres. Es impresionante adentrarse en los miedos y sensaciones de recorrer ese continente helado. Y resulta inquietante, además, entender que mientras Shackleton cuenta las vicisitudes de esa historia de fracaso, como admite, el mundo estaba sumergiéndose en la Primera Guerra Mundial.

De la serie Antártida negra de Adriana Lestido.

Se me ocurre que, a pesar de la distancia, podría leerse este libro en tándem con el diario de la fotógrafa Adriana Lestido, Antártida Negra.
Entre febrero y marzo del año 2012, la fotógrafa Adriana Lestido aplicó a una residencia artística para viajar por primera vez a la Antártida. No quería llevar ninguna idea preconcebida sobre lo que podría encontrarse allí sino ir al blanco del fin del mundo con la imperiosa necesidad de cerrar un ciclo y pasar a otra cosa. Ese territorio lejano, helado, irremediablemente blanco, se percibía, en el imaginario de Lestido, como un lugar de pureza, de pasaje. Quiso acercarse a lo que sentía más parecido a la nada y escuchar lo que el espíritu del fin del mundo podía decirle. “Volver a soñar. Escuchar el viento. Ir al blanco”, escribe en los diarios de esa travesía que dio lugar también a una serie de fotografías donde cualquier prejuicio se desbarata y cualquier lugar común se quiebra y así, en esa aparente contradicción del título de esa serie, la artista compone paisajes donde la bruma, la tierra, la nieve derritiéndose o las olas desatadas en la orilla protagonizan una serie de horizontes inciertos y misteriosos. Quizás la aparente contradicción del título de estos diarios sea la clave para entender y dejarse emocionar por estas imágenes. La fotógrafa buscaba el blanco y llegó al negro. Como una forma de lidiar con las expectativas impuestas. Lestido admitió que aunque al principio ese encuentro con el negro resultó decepcionante finalmente fue lo mejor que pudo haberle pasado. “La Antártida es un lugar donde la muerte y la transformación están muy presentes, y por eso mismo el aprendizaje vital es enorme”, entendió Lestido y podemos advertir todos esos elementos en el libro de Shackleton que no deja de lado los datos ni las dinámicas cotidianas para poder sobrevivir en circunstancias adversas pero no descarta tampoco la sensibilidad del hombre frente a la soberbia de la naturaleza.

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