La traductora

Una conversación con Olivia De Miguel sobre sus exquisitas versiones de la Autobiografía de G. K. Chesterton (Acantilado) y el monumental Diario de Virginia Woolf (Tres Hermanas).

Maximiliano Crespi
Olivia de Miguel Crespo, filóloga y traductora

Olivia de Miguel Crespo nació en Logroño en 1948. Pasó su infancia y adolescencia en Miranda de Ebro hasta que, a los 17 años, viaja a Zaragoza para estudiar una tecnicatura en Turismo. Tras su primer matrimonio en 1971 se muda a Londres, ciudad en la que vive por el lapso de un año. En 1973 inicia los estudios de Filología inglesa y nace su hija. En 1976 se traslada a Barcelona donde acaba sus estudios de licenciatura y empieza su carrera docente en la enseñanza secundaria hasta 1984. Ese mismo año, viaja a Dublín con su hija y su segundo marido, ciudad en la que residirán durante los dos años siguientes y dónde enseña en el Instituto Cervantes de Dublín y en Kevin St. Technical College. A su regreso a Barcelona se doctora en Teoría de la Traducción por la Universidad Autónoma de Barcelona donde obtiene la calificación de Cum laude por unanimidad. En 1992 comienza a enseñar traducción literaria en la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y donde además es Directora del Máster en Traducción Literaria y audiovisual de la BSM/Pompeu Fabra. Actualmente dirige el Postgrado en Traducción Literaria y el Postgrado on line en Traducción Literaria de la BSM /Pompeu Fabra y participa activamente en el mundo editorial.
Ese apretado resumen de su itinerario vital y laboral resulta sin duda insuficiente si no se hace complementa subrayando la pasión y la entrega que Olivia de Miguel ha puesto en la práctica y en el noble oficio de la traducción. Es preciso decir que, junto a esa admirable trayectoria académica, tradujo a Henry James, a Oscar Wilde, a James Joyce, a e.e cummings, a Marianne Moore, a Joan Didion, a Willa Cather, a Edward W. Said, a W. H. Auden y G. K. Chesterton, por citar sólo algunos nombres. Recientemente, la prestigiosa filóloga, profesora de Universidad Pompeu Fabra acaba de presentar en sociedad una minuciosa y rigurosa traducción y edición del tercero de los cinco volúmenes de los Diarios completos de Virginia Woolf bajo el sello Tres Hermanas. Desde Cuaderno Waldhuter, aprovechamos la ocasión y la generosidad de la eminente traductora para conversar con ella sobre su pasión por ese trabajo entre lenguas, entre géneros, entre literaturas.

— En alguna ocasión en Buenos Aires la oímos subrayar la importancia de la captación de la “sintonía” del texto o del autor por parte del traductor. ¿Cómo se dio esa sintonización con relación a la escritura y la obra de Virginia Woolf? Pero, sobre todo, ¿cómo fue la experiencia de internarte y convivir con el desafío de traducir las más de 3000 páginas que en cierto modo cuentan la vida, el contexto cultural y el pensamiento de una autora durante más de un cuarto de siglo?
— La sintonía con la obra de Virginia Woolf venía de lejos, desde que era una estudiante de filología en los años setenta. Ella ha sido una escritora fundamental en mi formación literaria y personal. Una habitación propia fue para mí un descubrimiento y una ratificación de muchas de las preguntas que como mujer joven yo me planteaba sin encontrar respuesta en la España aún franquista de aquella época. Esta obra y Las olas, fueron dos libros decisivos para mí en aquellos momentos. Luego, mis intereses literarios me fueron llevando a estudiar el Modernismo anglosajón y a traducir a una de sus poetas más icónicas, la norteamericana Marianne Moore, una contemporánea de Woolf y otra revolucionaria formal del modernismo poético. En cuanto a la sintonía en términos musicales, de oír la voz de la autora y trasladar ese ritmo y ese tono al castellano, tengo que señalar que, dentro de la prosa, la traducción de unos diarios como estos, escritos a lo largo de veintiséis años (1915-1941), tiene unas peculiaridades que no son tan pronunciadas en otro tipo de textos. Una de estas peculiaridades es que, al ir escribiéndose a lo largo de un periodo largo de tiempo y ser reflejo de transformaciones personales y literarias, hay que encontrar el tono preciso en cada volumen, e incluso dentro de cada uno, porque la escritura varía a lo largo de los años. Mientras que en el primer volumen del Diario se lee a una mujer llena de dudas en lo personal y que, en lo literario, se interroga sobre casi todo, una escritora incipiente que todavía no ha encontrado su voz y estilo propios, en los sucesivos volúmenes asistimos a la evolución de una escritora progresivamente más segura de su voz, que no solo busca, sino que también encuentra formas eficaces para lo que quiere contar y cómo hacerlo. En este tercer volumen, Woolf ha encontrado esa voz que la convierte en una renovadora de la novela, en una vanguardista. El lenguaje, por tanto, es asertivo y ya no dubitativo como en los primeros Diarios. Por otra parte, en el cuarto volumen, con el que ahora me peleo y que va de 1931 a 1935, se aprecia una transferencia en el estilo de sus novelas a la escritura del diario. La escritura ya de por sí fragmentaria de un diario se trocea todavía más; se diluyen las voces que hablan en cada entrada e incluso los saltos temporales en la narración de los hechos o las diferentes intervenciones de los personajes suceden muchas veces sin marcas tipográficas que indiquen quién habla, lo que genera que los discursos  se entremezclen hasta hacer que casi desaparezcan las identidades de los hablantes. Así que, como puedes imaginar, la experiencia de traducir esas 3.000 páginas que se incluyen en esos cinco volúmenes de los Diarios, en la que aún estoy metida de lleno, está siendo intensa y apasionante, enriquecedora y, por qué no decirlo, a veces un poco agotadora.

— Pero, entonces, no habías traducido ninguno de sus textos literarios antes de emprender la edición y traducción del Diario? Leyendo la edición de los tres primeros tomos (recién llegados a Argentina) se percibe un cuidado y una atención generosa y singular tanto en las referencias a la obra literaria de Woolf como respecto a la época y al contexto en que se escribió el Diario. ¿Qué lugar ocupa en la traducción la reposición o el conocimiento del estado de imaginación de la lengua que dio marco y cuánto de eso puede sobrevivir en la traducción?
Como te decía antes, conocía la obra de Woolf desde mi época universitaria, pero nunca había traducido nada suyo. Recientemente he vuelto a leer sus principales novelas y ensayos, así como literatura secundaria sobre ella y algunas biografías como Virginia Woolf de Hermione Lee o La vida por escrito de Irene Chikiar Bauer. La verdad es que Virginia Woolf es inagotable, tanto es así que, al releerla, muchas cosas me resultaban totalmente nuevas, como si las leyera por primera vez. En cuanto a la segunda parte de la pregunta, yo te diría que una traducción es una reinvención, una ficción de fidelidad, casi un prejuicio, un ejercicio imaginativo por parte de la traductora, en este caso, para recrear un lenguaje, unos tonos, una sintaxis y un léxico que percibe y entiende en su lectura del original, para trasladarlos no solo a otra realidad sino a otro tiempo. Pero, ¿es realmente eso que la traductora lee ahora lo mismo que la lengua original decía en el momento de su escritura? La respuesta es compleja. La traducción es un ejercicio muy alambicado, lleno de matices y consideraciones a tener en cuenta, en el que, según mi experiencia, es esencial oír o imaginar la voz que habla en el texto, establecer una sintonía con ella y reformularlo en tu propia lengua de acuerdo a la sintonía establecida. De todas formas, cuando alguien nos dice que el texto traducido suena a Woolf no deja de ser una ficción, una construcción, habida cuenta de que ella jamás habló ni escribió en español.

— Y respecto de estos Diarios puntualmente, desde tu visión de filóloga, ¿cuál creés que es su singularidad y su valor específico dentro de la rica tradición de la prosa ensayística inglesa?
Los Diarios son una pieza fundamental del género diarístico y de la prosa inglesa del siglo XX, y su aportación es, como veremos múltiple y diversa. En primer lugar, porque nos permiten acercarnos en su cotidianidad a una autora que muchas veces ha sido considerada una escritora distante, neurótica y encerrada en su mundo. En los Diarios, asistimos al despliegue de un ser humano riquísimo, próximo, interesado en multitud de asuntos que van de la escritura a los amigos, los viajes, la ropa, la crítica a su obra, la naturaleza, el amor, su familia o sus colegas. Interesada obviamente en la literatura, pero también en lo que le van a pagar por un artículo, en los ejemplares que vende, en las reformas de la casa, en la comida etc. Es decir, Virginia Woolf baja en sus Diarios de la supuesta torre de marfil en la que algunos la colocan, al salón, a la cocina, a la modista e incluso al baño.
En segundo lugar, estos Diarios desmontan el cliché de fragilidad transmitido por el cine, el teatro y las fotos que hacen hincapié en su enfermedad y sus crisis. Es cierto que Woolf padeció graves dolores físicos y mentales a lo largo de toda su vida; pero la suya es una extraordinaria historia de superación y de valor, de autoanálisis y autoconocimiento de sus procesos mentales, de sus episodios de locura, como ella los llama, e incluso de su aprovechamiento literario, como muestran las descripciones de la locura del joven Septimus Warren en la Sra. Dalloway. Nada de eso le impide ser, como afirma en muchos pasajes de su diario, una persona feliz la mayor parte del tiempo y de extraordinaria valentía y coraje para terminar con su vida cuando considera que esta no merece ya la pena. «Siempre he creído que otorgamos a la vida un valor absurdamente alto», escribe el 5 de enero de 1915.
Por otra parte, en la lectura del Diario, asistimos con ella a uno de los periodos más terribles, creativos y decisivos en la historia moderna de Europa: el lapso que discurre entre las dos guerras mundiales casi coincide con el periodo que abarcan los Diarios (1915-1941). El círculo del que forma parte reúne no solo a escritores, historiadores, críticos literarios y de arte, economistas y pintores, sino también, por parte de Leonard, a reformadores sociales, sufragistas, políticos y miembros del gobierno laborista. Todos estos personajes desfilan por los Diarios y son objeto de sus comentarios, malvados muchas veces, sarcásticos e irónicos otras, siempre agudos, perspicaces e inteligentes.
Por último, para los interesados en su obra, los Diarios son un documento imprescindible por la luz que arrojan sobre la génesis y elaboración de sus novelas; sobre la conexión entre sus procesos emocionales y mentales en relación con su literatura de ficción; sobre sus reescrituras y correcciones o los cambios de título de un libro y sobre las reacciones de la crítica, o su valoración de sus contemporáneos. Es decir, resulta un texto indispensable para conocer no el resultado final y cerrado que nos ofrecen sus novelas, sino todo ese proceso de gestación, de las idas y venidas de una obra en construcción; de todo ese proceso previo y posterior a la escritura en sí; de las dudas y miedos sobre la idoneidad del tema o la forma elegidos, la alegría ante los hallazgos formales para plasmar lo que quiere contar y también sobre el cansancio de las correcciones, o el agotamiento que sigue al fin de un libro, y la expectación ante las opiniones de amigos y críticos. Todo un panorama minucioso y detallado de su work in progress.

— A lo largo del arduo trabajo de la traducción, ¿qué cuestiones fueron apareciendo como problemas o como desafíos particulares a resolver?
Las alertas que el traductor debe activar en la traducción de este tipo de textos son muchas, pero las más importantes al abordar la traducción de un texto que originalmente se escribió a lo largo de 26 años, es su temporalidad y, asociada a ella, su fragmentariedad. Una obra de ficción o un ensayo tienen un tiempo de realización de uno, dos o tres años en la mayoría de casos. La evolución del estilo y de los presupuestos estéticos e incluso ideológicos dentro de una novela no sufren grandes alteraciones a lo largo de su escritura y hay una cierta unidad, pero en una obra escrita a lo largo de más de 20 años, los cambios de estilo, los juicios sobre personas o asuntos diversos, el foco de atención y el modo de abordar los hechos van cambiando sutilmente. Los traductores no podemos limitarnos a escuchar la voz del texto y encontrar el tono y el ritmo en el que reescribir esa obra, sino que nos vemos obligados a sintonizar y encontrar el nuevo estilo, el nuevo léxico, las nuevas formas que el tiempo, la madurez y la experiencia van otorgando a esa escritura.
Además de estos dos aspectos, el mantenimiento de la coherencia es otra espina clavada en la sien del traductor en este tipo de textos. En una traducción de cinco volúmenes, realizada en un periodo de cuatro o cinco años, es difícil a veces mantener los criterios adoptados en el primer volumen. Hay decisiones que se toman al inicio y que no te parecen tan acertadas en los siguientes, pero que estás obligada a mantener, salvo que sea imposible hacerlo, en cuyo caso habría que advertir de ello al lector. Afortunadamente, eso no me ha sucedido aún.
Por último, hay otro aspecto relevante en la traducción de este tipo de textos: la referencialidad. Las referencias a la realidad cotidiana, a las conversaciones, las bromas, los cotilleos, los escándalos, o las referencias entre amigos sobre terceros es una información que se da por sentada, por sabida, y que se comparte por un grupo, en un tiempo determinado. Esas referencias se expresan en ocasiones a medias, por alusiones, con ironías solo comprensibles dentro de ese grupo en el que se emiten; estas referencias suponen uno de los escollos importantes a la hora de traducir y actualizar sentidos que en ocasiones resultan muy oscuros incluso para los lectores del original.

Virginia Woolf

— Durante el proceso de traducción y cotejando versiones previas, ¿pudiste apreciar aspectos o rasgos de la escritura y del estilo woolfiano que los trabajos de traducción parcial habían pasado por alto u omitido en su voluntad de síntesis?
La historia de los trabajos de los Diarios que existen en castellano hasta el momento es interesante. Dejando a un lado unos inconstantes diarios de juventud escritos entre 1897 y 1909 y publicados como A Passionate Appréntice: The Early Journals, que no son objeto de la edición inglesa de estos diarios y que tampoco se han publicado en castellano, entre 1977 y 1984, su sobrina política, Anne Olivier Bell, editó en Hogarth Press los Diarios de los treinta cuadernos que Virginia rescató del bombardeo de su casa en 1940 y los editó en cinco volúmenes con un espléndido y meticuloso aparato de notas. Casi en la misma época, entre 1975-1980, Nigel Nicolson, hijo de Vita Sackville West, y Joanne Trautmann publican una importantísima edición de sus cartas en seis volúmenes, lo que a A. O. Bell le da la oportunidad de cruzar la información de los Diarios con la que se ofrecía en las cartas. Unos años después, en 1990, la propia Anne Olivier Bell prepara una edición abreviada de los cinco volúmenes del diario anotado, con la intención de hacerlos más asequibles a un público menos especializado, y publica en inglés A Moment’s Liberty. The Shorter Diary, que supone sólo un veinte por ciento del material de los Diarios completos repartidos en tres breves volúmenes. Esta versión abreviada supone, como decía, una quinta parte del volumen total de los Diarios completos y es la que, entre 1992 y 1994, editó en España Grijalbo Mondadori, el primer tomo en traducción de Justo Navarro y el segundo y el tercero traducidos por Laura Freixas. El único intento de abordar los diarios en su versión completa es la traducción del tercer volumen, Diarios 1925-30, traducido por Maribel de Juan en 1993 para la editorial Siruela. No deja de ser desconcertante para el lector desprevenido que comenzaran la traducción de los Diarios completos por el tercer volumen y se quedaran ahí. Hace tres años la editorial Tres Hermanas y Cristina Pineda al frente de ella me propuso la tarea de traducir los Diarios completos en unas preciosas ediciones que han ido apareciendo año tras año y que esperamos completar en 2022. Así que, respondiendo a tu pregunta, no sé hasta qué punto podemos decir que la edición de los diarios abreviados fuera una edición necesaria, aunque se creyera que era más asequible. Lo cierto es que el texto queda mutilado y falto de referencias. La fragmentariedad impide muchas veces seguir el curso de los acontecimientos, y se eliminan todas esas digresiones que saltan del hecho concreto al relato de estados anímicos complejos en los que su escritura vuela y recrea el tono de sus obras de ficción.

— ¿Notas mucha diferencias específicas entre el régimen de producción de la notación del Diario y el régimen de enunciación propio de su prosa ensayística y narrativa publicada? ¿Y en los temas abordados en cada caso?
Los Diarios no son las novelas y no tanto en el estilo de su prosa como en el objeto de la misma. Quiero decir que mientras en su narrativa se aleja del modelo de «novela de hechos», como ella misma dice al menos desde La habitación de Jacob hasta Los años, en sus Diarios pretende, en un principio, registrar «solo hechos» que le permitirán sentarse a escribir unas memorias cuando cumpla sesenta años. Ella no concibe los Diarios como una escritura de andar por casa, sino que desde el inicio es consciente de que serán leídos, porque, aun en el caso de que ella no escribiera sus memorias tal como efectivamente sucedió, Leonard podría hacer de ellos un libro. En este sentido, está convencida de que trascenderán el ámbito de lo privado, por lo que desde la primera página, hay una clara voluntad de estilo. Sin embargo, como ya hemos dicho, los Diarios no son las novelas. Es cierto que hay fragmentos muy literarios en los que se nota más la cercanía a sus escritos de ficción, pero, por lo general, sus anotaciones tienen mucho que ver con su día a día, con lo que hace, con lo que lee, con la génesis y desarrollo de sus novelas, con las personas que conoce y con las que se relaciona. Sin embargo, a medida que pasan los años, su idea de lo que deben ser los diarios va cambiando y hay un momento en que se pregunta si acaso las vivencias más emocionales y/o espirituales no son en cierta manera, también «hechos». Resumiendo, en cuanto al tratamiento del material literario en su obra de ficción la evolución es inversa a la de los Diarios, pues en estos últimos va pasando progresivamente del registro de hechos concretos al registro de emociones, estados de ánimo, expresión de deseos, es decir, de lo más concreto a lo más abstracto. La importancia literaria de los Diarios es tal que críticos como la Dra. Francis Spalding, consideran que, a largo plazo, serán los Diarios y su Correspondencia las obras fundamentales de Virginia Woolf. Prueba inequívoca de la importancia que sus diarios tienen para ella es el rescate, entre las ruinas de su casa, en 1940, de esos treinta cuadernos que desde 1979 se conservan en la Biblioteca pública de Nueva York. Esos cuadernos fueron la base de la edición inglesa de los cinco volúmenes de Diarios editados por su sobrina política Anne Olivier Bell, y que son los originales a partir de los que realizo la traducción y edición de los Diarios que hoy nos ocupan.

— Uno de tus trabajos más reconocidos, junto a la también elogiada y premiada traducción de la Poesía completa de Marianne Moore (Lumen), es la Autobiografía de G. K. Chesterton, que llegó a Argentina editada por Acantilado. ¿Hay algún matiz especial o algún recaudo extra a tener en cuenta a la hora de encarar la traducción de textos producidos en el umbral genérico de lo autobiográfico y la llamada “auto-ficción”?
La traducción de la Autobiografía de Chesterton fue una de las experiencias de traducción que más he disfrutado y que más satisfacciones me ha dado (la traducción recibió el prestigioso Premio Ángel Crespo de traducción 2005). A esta autobiografía se le podría aplicar lo que T. S. Eliot decía de la poesía de Marianne Moore, que es «absolutamente personal en su negativa a ser autobiográfica». Es fantástico que después de escribir 400 páginas de una obra que se declara una “autobiografía”, el lector termine el libro y no tenga ni idea de la vida personal de Chesterton, salvo apenas algún detalle de su lugar de nacimiento y actividad profesional. La Autobiografía de Chesterton es el relato de una época en la que él es un simple actor, un personaje que narra lo que sucede a su alrededor y no tanto lo que le sucede a él. En el caso de los Diarios de Woolf se mantienen los presupuestos del pacto autobiográfico según el cual Woolf cuenta lo que le pasa a ella y supone una crónica minuciosa y detallada de sus actividades que se declaran como verdaderas, independientemente de si algunos de los episodios narrados no son del todo ciertos, según señalan algunas voces. La Autobiografía de Chesterton, en cambio, no es una crónica y estaría mucho más cerca del ensayo autobiográfico, en el que los hechos que el autor cuenta no son personales sino políticos, sociales o literarios, importantes sobre todo por las opiniones, los juicios y las digresiones que permiten hacer al narrador.