Los días felices

El autor de Hombres hechos y Días de gracia lee y escribe sobre Hijo de este tiempo, de Klaus Mann.

Mariano Granizo

¿Puede la escritura de una vida ceñirse a la fábula? Creo que es la fábula la que determina el estilo, la forma de decir todo aquello que existe para ser dicho o no. En una autobiografía, el autor se refiere a sus progenitores, a su infancia, su incipiente juventud y lo que le ha ido sucediendo en tal o cual lugar, con tal o cual gente, en tal o cual año. En el caso de Klaus Mann esa autobiografía abarca unos pocos años, unos vividos recientemente, es el registro de un paso por la vida en un lugar y tiempo. Por lo tanto, hay fábula, porque no es otra cosa que una novela de una vida real en la que se narran hechos cuyo valor es el haber sido vividos por los miembros de una de las familias más importantes de Alemania. Porque, claro, Klaus Mann no es otro que el hijo de Thomas y Katia, y hermano de la escritora y actriz Erika Mann. Klaus Mann merece ser recordado por las novelas Mefisto y El volcán, dos de sus mejores libros, pero es en Hijo de este tiempo (Minúscula) donde las resignifica contando unos pocos años de su vida, los fundamentales en la vida de un miembro de una de las más importantes familias de la cultura alemana en uno de los tiempos más convulsionados y efervescentes del siglo XX; siendo así, la fábula, de por sí, suena interesante, sobre todo teniendo en cuenta que hoy solemos encontramos infinidad de novelas en las que el carácter imaginativo de la narración es casi nulo y se lo reemplaza por la capacidad de vivir de quien escribe, capacidad de vivir que obviamente debería prolongarse en la capacidad de registrar lo vivido que, de no ser plasmado, parecería no haber existido.

Publicado en 1932, el libro de Mann cuenta los episodios que considera importantes en su camino a Berlín,  en 1924, como incipiente crítico teatral. La presencia de su hermana Erika en estos episodios es central y constante. Con ella crean un dialecto para que su comunicación sea cada vez más íntima y convierten todo lo observado en breves historias o representaciones en la niñez. La primera escritura de ficción, para Mann, nace con el juego, con la posibilidad de contar algo rompiendo reglas enn alianza con los otros participantes: “La necesidad de escribir comienza antes de que haya un contenido. El impulso de escribir actúa como un fin en sí mismo, sin relación con una problemática moral o personal”.
“La materia no permanece, es transformada por el tiempo” escribe Klaus, refiriéndose a la casa en que crecieron los Mann, y son esos cambios, encarnados en él y sus hermanos, los que intenta dejar plasmados. Quien escribe unas memorias o autobiografía se considera centro. De hecho, es el único instante en que alguien puede serlo, dado que no hay otra circunstancia que se lo permita en el plano de la escritura. Si bien se considera hijo de su tiempo, Klaus no hace otra cosa que escribir para la posteridad suponiendo que, si en cierta forma se puede encarnar la época como resultado de ella, como víctima o actuante, se sobrevivirá de la mano de la presencia de la historia. Para Klaus parece no existir una posibilidad de futuro. Al menos para él, que desde niño, ya a los diez años reunía sus “pequeñas historias de juventud”. Hay poco para contar; y parece que el viento lo arrasará todo y no quedará nada, de él, o de nadie, en el futuro.

Hijo de este tiempo se publica cuando Klaus tiene apenas veinticinco años. El autor decide contar “solamente” cómo su familia (o ese grupo de chicos al que se reducen los personajes centrales, con su hermana Erika y él como centro del centro del mundo) vive en la Alemania previa a la primera guerra, la guerra en sí, y la posterior República de Weimar en sus momentos más difíciles. Con el ascenso de los nazis en el 33 el exilio de Klaus se hará inevitable, pero esto no está presente en el texto autobiográfico. La Alemania en la que crecen los Mann y que en cierto modo reflejan las páginas de este libro es la de la Primera Guerra, la Revolución de los Espartaquistas y la hiperinflación en la República de Weimar. Este tiempo, lo sabemos, es caldo de cultivo para lo que vendrá, y Klaus y los suyos observan lo ocurrido desde un costado, espectadores de lujo de los hechos, como el Christopher de Adiós a Berlín, el libro de Isherwood reeditado por Acantilado.
El afán coleccionista de los hermanos Mann es una marca de la posibilidad de la existencia de una escritura a futuro (pensemos en el interés, casi delirante, de Walter Benjamin por el coleccionismo); ese modo tan particular de ir clasificando el mundo, de ir parcelándolo e interesándose en él; esto permite describirlo todo, quedarse en rasgos particulares: un parque, un muñeco, una calle, un pueblo, una historia, una médica con elefantiasis, niñeras, otros niños, cosas, en definitiva, porque en la voracidad narrativa hay un personaje rodeado de cosas. Y ese ímpetu coleccionista de los pequeños contadores de historias choca con uno de los hitos de su infancia, lo que quizá los marque a futuro. Affa, una de las criadas que consideraban de la familia por estar desde siempre con ellos, avasallante y con una sexualidad muy presente, les roba; y es a partir de ese acontecimiento puntual que los hermanos experimentan lo contrario a lo que les da su coleccionismo: la pérdida de la propiedad. Aunque todo lo que se había “perdido” a lo largo de los años fue encontrado y devuelto a la colección luego de la acusación de una cocinera envidiosa de Affa: una tarde en su habitación dieron con los objetos perdidos (botellas de vino, manteles, cucharas de té, caballos de juguete, botones, lo que fuera), “apilados, amontonados en el armario y la cómoda de Affa”. Si coleccionar es una forma de narrar, acumular, apilar, reunir, amontonar indiscriminadamente es quitarle el cuerpo a la posibilidad narrativa; la acumulación es silencio, pura afasia de la que Affa sólo despierta al momento de ver que se le quita lo acumulado, comenzando así a inventar una serie de historias sobre el origen de los objetos. Al clasificarlos, en su recuento surge la narración en Affa. En ese inncidente con la criada que les de roba al niño Klaus se le presenta por primera vez la amenaza contra su clase, contra la burguesía de la que forman partede manera inconsciente, por parte de otra que comienza a verse, por esos años, a la vuelta de cada esquina, encarnada tanto en el comunismo como en el nacionalsocialismo que comienza a crecer con fuerza desde la tierra del campesinado germano que los odia.
La casi muerte del niño Klaus por un problema intestinal, el hambre (la falta de comida pero con personal doméstico) durante la guerra, la revolución espartaquista de 1919, las tragedias familiares y de sus amigos, los primeros escarceos homosexuales, todo se convertía en breves obras de teatros o anotaciones pretenciosas en su diario. Ese niño supo, tempranamente, que lo que vivía valía la pena ser contado, que debía dejar inalterado el recuerdo de ese tiempo que hizo al venidero, en el que llegarían el exilio, el éxito literario, las drogas y el suicidio.

Erika y Klaus Mann.