Escribir sin ocupar toda la hoja
El nuevo libro de Osvaldo Bossi mira la infancia y dialoga con su pasado a partir de preguntas por las potencias de la imaginación y las formas poéticas.
Sebastián Hernaiz

Se puede leer el reciente libro de poemas de Osvaldo Bossi, Agüita clara (Gog & Magog, 2020) como contrapunto y complemento de su novela Yo soy aquel (editorial nudista, 2014). En Yo soy aquel, Bossi ordenaba una historia de infancia alrededor de un fragmento del acaso más famoso verso de la poesía latinoamericana: “Yo soy aquel que ayer nomás decía”, con el que Rubén Darío abría su libro Cantos de vida y esperanza. El poema de Darío se había publicado anteriormente como autobiografía para presentar al autor nicaragüense en la revista Alma española (1904). Bossi retoma ese modo autobiográfico en el título de su libro para articular en una novela de aprendizaje una serie de precisas y sensibles escenas de una infancia pobre y díscola en términos de género, rehuyendo de las formas de la masculinidad hegemónica. La novela contaba el nacimiento del poeta (o los modos en que las fantasías poéticas salvaban la vida de un chico), aunque la poesía no tuviera una presencia explícita más que en contadas excepciones del relato. El nuevo libro de poemas complementa esa autobiografía pero poniendo en el centro del texto las preguntas por el lugar de la poesía en esa vida y recurriendo a la forma poética como modo de mirar a ese pasado y dialogar con él.

Desde el primer poema del libro, “Iglú”, se retoma al personaje de Yo soy aquel, pero para reponer las escenas de escritura y el vínculo entre el niño y la poesía: “Un chico solitario / y miope, riega el patio / de tierra, y escribe”. ¿Para qué escribe? ¿Qué pasa cuando escribe? ¿De qué sirve escribir? Alrededor de esas preguntas los poemas se desgranan en escenas sentimentales, sensibles, sensitivas, en las que se configura una infancia signada por la pobreza, un padre abandónico, una madre divina y una red familiar de tías y amigos que sostienen la vida del niño, ese que otro poema llama el “niño delicado”.
El poemario de Bossi se articula en dos tiempos: el presente de un poeta con una trayectoria de a poco reconocida y la infancia del poeta sobre la que los poemas y la novela vuelven y vuelven (“No soy tan viejo / pero tampoco joven. / Aun así, una famosa editorial // publicará mi poesía reunida. / Todos los libros, todos / los versos que escribí / en un solo volumen. ¿Oíste, / mamá? Tu niño miope, tu niño / solitario: ahí lo tenés…”). ¿Pero qué significa una trayectoria de poeta reconocida, qué es un poema en un mundo donde la poesía poco importa? ¿Sirve para comer, para saciar la sed, para que el granizo no destruya una casa que añoraría ser de material? ¿Sirve para no estar solo, para ser amado o para amar? Son preguntas que el libro de Osvaldo Bossi se hace en cada verso, respondiendo con tenacidad pero sin optimismo, con ternura y construyendo una mirada –“la sombra de un yo lírico deseante y fantasioso”, podría insinuar otro poema del libro- que se ampara en lo hermoso de la solidaridad en medio de la pobreza estructural, en lo hermoso de “decir no” en medio del cansancio de vivir.

El libro Agüita clara propone algunas líneas ideológicas que enhebran los textos en una posición estético política sólida, directamente filiable a la tradición de la poesía social: la solidaridad, el verso sentido, el desprecio por los mausoleos de los ricos que “suelen ser (no quiero / que se ofendan) bien mezquinos, cuidando sus tesoros // noche y día, contando / como esclavos sus / monedas… En cambio // mis vecinos decían “donde comen dos, comen / tres” y nunca nos faltaba // el pan, ni el resplandor /de un guiso humeante, cuando / llegaba el frío. No señor”. El libro escande poemas que no esquivan, incluso, la directa filiación partidaria: “Anoche mamá se me apareció / en un sueño. Alegre como una muchacha / de veinte, y ya había pasado los setenta. / Me dijo: Vine a decirte que estoy bien. (…) // Yo ya no limpio casas, mugre ajena, para / sobrevivir, pero abro todos los días / una cocina de luz donde amasamos / el pan. Es que en el cielo no hay injusticias. // Se terminó. Acá en el cielo somos todos / peronistas, Os. Creeme. Ni los ricos ni los gorilas, / como dice la profecía, entran. Solo los de buen / corazón. Los de buen corazón… repetía”. La filiación se sintetiza en programa estético en otro poema: “Que vuelvan los versos humildes, // descamisados”.
Agüita clara está compuesto de una veintena larga de poemas de diversa extensión, sin métrica ni rima, pero familiarizados todos con una marca de estilo del autor: la composición estrófica. Si cada poema es de métrica irregular aunque con cadencias armoniosas, los poemas se organizan en una férrea estructura de versos ordenados en estrofas regulares que parece subrayar la potencia formal de la poesía para construir el mundo que Agüita clara retoma -y expande y potencia- de la novela Yo soy aquel. Estrofas compuestas de dos, de tres, de cuatro, de seis versos estructuran el libro en ritmos que reafirman la definición más concreta de la escritura poética que aparece en el libro: reordenar los sentidos del mundo, estar en cosas raras, habitar la realidad en disidencia, escribiendo “sin ocupar / toda la hoja”.