En los ensayos que integran Un accidente controlado, Francisco Bitar revela una descarada lucidez para pensar la escritura y la lectura.
DIEGO ERLAN

Pareciera que siempre hay que volver a The Volturno Poems. Como si ese libro fuera una síntesis de los problemas estéticos que plantea Francisco Bitar en su obra. Hace unos años, cuando presenté Teoría y práctica en Buenos Aires, me referí a uno de los poemas de ese libro (“La novela de tu vida”) para aproximarme a una lectura posible de ese proyecto que consolidó, según dice Bitar, una manera de decir. Y esa misma consolidación fue lo que lo llevó a desviarse, a buscar nuevos caminos: una manera de escapar de ese núcleo de poder que lo atraía hasta agotarlo. En “La novela de tu vida”, una pareja recién mudada empieza a escuchar de noche una música que viene del patio. Es el sonido de una caja de música que la chica trajo del pueblo de sus padres. Y entonces Bitar escribe que la pareja había pensado que se había roto con tantas mudanzas y viajes y años en la familia “pero esta noche, mientras dormías,/ la cajita se puso a sonar/ desde las bolsas de basura.” Bitar describe un artefacto sencillo pero alucinante, que bien puede adquirir resonancias diversas: despertar la nostalgia o conducirnos al espanto. De la misma manera, la literatura de Bitar consigue provocar ese efecto.

No había advertido en aquella oportunidad que esos artefactos suelen exhibir su mecanismo: los cilindros con remaches que giran a una velocidad constante llegan hasta una lengüeta y las levantan para dejarlas caer. Algo simple. Algo que puede ver cualquiera que los agarre. Y así de simple también perfecto. En Teoría y práctica había una necesidad de teorizar el procedimiento narrativo. En los cuentos de Acá había un río, encontramos la metáfora del esqueleto para entender que su búsqueda era la de roer hasta el hueso mismo, hasta conseguir el primer motor inmóvil narrativo.
En algún momento del diario que cierra Un accidente controlado, Bitar admite que con Teoría y práctica concluye un proyecto de escritura, que se desvía a cierta autoliteratura cuya prueba son la serie de ensayos y el diario escrito desde el cuerpo que componen este libro”. Es curioso: porque alguien que se proponga leer la obra de Bitar desde el principio encontrará un corpus orgánico que fluye hacia una exploración particular: la construcción literaria de la vida cotidiana, de la intimidad, del fracaso. Los desvíos que menciona son el único camino posible para nunca llegar a destino. En definitiva, de eso se trata la literatura.
Decía al principio que siempre se vuelve a The Volturno Poems. Y es que en ese libro Bitar tiene otro texto donde un hombre vuelve a la casa de su madre para bañarse ya que un caño de agua roto obliga trasladar a toda la familia (el hombre, su mujer y su hija) hacia donde todo empezó. Allí, el hombre, otra vez, debe enfrentarse a su reflejo en el espejo de cuerpo entero del baño. Lo más interesante quizás sea la reflexión final: cuando el hombre se enfrenta desnudo a ese espejo, nota que frente a él se miraban con su hermano, que frente a él se probó el traje de casamiento y también el traje para el velatorio del padre y después se alejó de esa imagen:
“y durante un tiempo largo
fui para mí mismo
una cabeza flotante
en el botiquín del baño,
alguien separado de su cuerpo
por lo que cada mañana
se apoderaba de la mente.”

Esa escisión resulta interesante para pensar la creación y Un accidente controlado es, justamente, una conjunción de cuerpo y mente: la puesta en teoría de la práctica literaria de Bitar.
Cuando analiza el ensayo de escritor, Bitar pareciera un cazador oculto agazapado tras las cristalizaciones de las ideas. Cristalizaciones que no son tales, desde luego, porque en la opacidad de la certeza está el misterio, la clave, la sustancia. Bitar entiende que la forma de ensayo se traza a partir de un movimiento circular que rodea la intensidad de lo que se trata, una escritura que cambia de lugar, que se distorsiona, que se pierde por caminos alternativos para exigir a ese núcleo que late dentro. Esa es la estrategia del cazador para capturar ideas paralelas, perdidas, detrás del lugar común del sentido. El ensayo de escritor como el que propone Bitar (teoría y práctica en un mismo movimiento) es el “género dandy por excelencia, porque crea la ilusión de vivir por encima de sus posibilidades, con gracia en el desorden: devuelve la impresión, a lo sumo, de un accidente controlado: fracasa pero con estilo”. A partir de este libro podemos imaginar a Bitar como un monstruo bicéfalo donde confluyen la cabeza de Saer y la de Aira, por nombrar dos figuras antagónicas de la literatura argentina. Cabezas que no admitirían pertenecer a un mismo cuerpo pero que en Bitar conviven y se potencian formando una criatura hambrienta que asimila sus ideas, sus miradas, sus atributos. Incluso Bitar pone a discutir a esas dos cabezas en una arena donde la victoria es el misterio, la falla, la imposibilidad de conclusión. Eso es clave: Bitar se fascina con la falla, quizás porque es la única manera de pensar la literatura. Por eso el cierre del libro resulta significativo: plantea un diario pero desde el cuerpo porque, como desliza Bitar, “el cuerpo es el secreto del escritor”. En definitiva, lo que hace un escritor siempre es fagocitarse a sí mismo. Y la escritura es el ejercicio de roer hasta llegar al hueso, que es lo que más duele con los años, y así exhibirnos en nuestra fragilidad, en nuestra declinación y en nuestra ruina.
Antes de terminar, cabe una aclaración. En las dedicatorias al libro, Bitar menciona mi nombre y me llama amigo. Detesto la endogamia literaria pero reconozco que la ética de esa amistad, justamente, está fundada en la literatura. Esa amistad literaria primero se consolidó después en las escasas veces que pudimos vernos en persona (me separan kilómetros de esa tierra de humedad y cerveza que él habita), y por fortuna crece texto a texto. Eso me deja tranquilo porque como dije hace un tiempo: Bitar es uno de los buenos y en este libro lo confirma.