Seis libros para el verano
La escritora Paula Puebla recomienda tres libros de cuentos y tres de poesía para leer en estas vacaciones.
Paula Puebla


Desencuentros, de Edmundo Paz Soldán
(Páginas de Espuma)
El celebrado Desencuentros reúne los dos primeros libros de Paz Soldán, La máscara de la nada, publicado en 1990, y Desapariciones, en 1994. El lenguaje poderoso y eficiente —ciertamente erudito y mordaz— del cochabambino se vuelca en el centenar de historias que rompen las formas y quedan, suspendidas, pendulares, entre el cuento breve y el microrrelato. Los personajes fantasmáticos, traumados, tiernos y misteriosos abren una paleta de voces disímiles y particulares pero que en su conjunto componen una música acompasada, por momentos pegadiza. Ideal para una lectura entrecortada, de esas que no exigen continuidad, Paz Soldán narra en apenas diez líneas la vida de un escritor prolífico que duerme “pero no puede soñar”; o en media docena, el destierro de un hombre que cree que se lo obliga a dejar su tierra por lo controversial de sus poemas; o con ínfimos cinco versos, la historia de toda princesa que cree a ciegas en el amor.

Amarillo sobre amarillo, de Pablo Natale
(17grises editora)
La exploración de lo cotidiano, de lo inadvertido, de lo fácilmente olvidable es donde Pablo Natale planta bandera. A través de los seis cuentos de Amarillo sobre amarillo, toda la maquinaria de sensibilidad del autor de Un oso polar y Los Centeno está puesta sobre personajes —los principales, sí, pero con especial énfasis en los secundarios— que oscilan entre lo corriente y lo heróico tanto en escenarios de familiaridad como de completa extrañeza. Con un lenguaje aireado y alejado de todo juicio moral, Wilson Ulises Torre Alta maneja un taxi doce horas al día mientras un cáncer de páncreas lo devora por dentro; dos seminaristas fuman y “hablan de sus vidas, de su vocación, hablan de lo que han estado estudiando, hablan de las chicas que los han marcado, de las dudas, de aquellas que ahora, acompañadas casi mágicamente por una débil luz, ven pasar”; el Ruso de “El amigo oficinista”, un cincuentón de bigote espeso, da tips a un compañero de trabajo que le aseguran todo éxito con las mujeres.

Ministerio de Desarrollo Social, de Martín Rodríguez
(Mansalva)
En una aguja, la poesía; en el ovillo, la política; Martín Rodríguez pasa los puntos de izquierda a derecha con la misma complejidad —y cercanía— con la que teje sus análisis políticos o sus reflexiones sociales en clave periodística. “Entre lo mesiánico y lo deceptivo”, como constata Alejandro Rubio en la contratapa, Ministerio de Desarrollo Social aparece en el año 2018, a veinte años del inaugural Agua negra y a diecisiete del estallido social de diciembre del 2001. A partir de la historia de amor asexuada entre una trabajadora y un trabajador social —que “está hecho con la cera de las velas / por si no se hace a tiempo / por si no hay luz”—, Rodríguez inicia un paseo por la burocracia estatal y la desventura de la pobreza marca registrada de la argentinidad. La fe y el trabajo social, ese “lento armisticio del cuerpo hasta que los pobres lo queman”, son parodia y chicana, son su peor es nada, son el verdadero lazo amoroso contado en estos versos.

El Indio Salario. Trabajos reunidos 2005-2018, de Carlos Godoy
(17grises editora)
La patria, el estado, el trabajo —y las condiciones materiales de producción— son las preocupaciones que fundamentan y atraviesan la obra íntegra de Godoy. El Indio Salario compila y pone al alcance del lector un set de problemáticas que se entienden y revivifican dentro del marco social e histórico actual. Poesía reunida, que comprende la producción entre los años 2004 y 2018, la lectura de los versos del autor de Escolástica Peronista Ilustrada funciona como un aliciente y como un látigo, en tanto señala nuestros puntos comunes a la vez que pone en evidencia nuestras decepciones y fracasos, nuestro disciplinamiento y resistencia. Una abuela que dice a su nieto de 17 años “Es hora de que consigas tu propio dinero”, un obrero al que se le cae su único alimento del día pero igual mastica y traga lo que queda con astillas de vidrio, un padre que lleva por primera vez a su hijo a cazar, un tipo que de noche “zurce su ropa/ en calzoncillos / junto a la mesa sin levantar”.

En guerra con la piel, de Nicolás Mavrakis
(Azul Francia)
La potencia satírica leída en No alimenten al troll y El recurso humano encuentra cauce una vez más en los cuentos que comprenden En guerra con la piel. No aptos para los enamorados de la corrección política —aquellos que están a favor de todo lo bueno y en contra de todo lo malo—, los cuentos de Mavrakis raspan las capas de pintura de las verdades progresistas para revelar aquello que la época se empeña en ocultar, en silenciar, en eliminar. El autor nombra lo que ya no es nombrado, desnuda la lógica del poder y pone sobre la mesa la tiranía de la víctima a través de personajes sumergidos en realidades que pueden bordear el absurdo. De prosa astringente e impiadosa, la historia de Piro Ziz en “El cuerpo” se conecta desde lo anodino con la de un hombre que debe cuidar un departamento en el barrio de Palermo en “Ruido blanco”; el golpe de suerte de Martín en “Namibia” no es sino aquello que se descubrirá, tarde, como la crónica anunciada de su propia muerte. Mavrakis prolonga su trabajo periodístico y ensayístico en ficciones con un alto nivel de crítica.

Últimos poemas en Prozac, de Fabián Casas
(Emecé)
Hace mermelada Fabián Casas mezclando dolor, realidad cruda y pastillas. Los versos de Últimos poemas en Prozac son las supuraciones de un matrimonio que avanza como tromba hacia la ruptura definitiva. No hay grandes pasajes de autocompasión, sino pinceladas cargadas con los colores de lo inevitable, en una tercera persona luminosa. Experiencia pura, el retorno del autor de Los Lemmings y los otros y Ensayos bonsai a la poesía es rutilante aunque viscoso, en tanto trenza sentencias de gran poder existencial con observaciones de las más triviales. “La familia es una patología / que te acompaña toda la vida”; “Todo el tiempo piensa en la ucronía / Que no pase lo que pasó / Siguen juntos, criando a los niños”; “tratando de producir / con la meditación / clonazepam humano”. Los poemas de Casas nombran todo aquello que la época prefiere sofocar bajo rótulos de toxicidad y se zambullen de cabeza a las aguas turbias que quedan luego de lo que ha sido y ya no es.