Poesía de los estados de ánimo

La libertad de los bares (Mansalva) ajusta y sintetiza las líneas fundamentales del singular proyecto poético de Cecilia Pavón.

Sebastián Hernaiz

Algunos libros siguen protocolos generales relativamente esperables; solemos tramitar esas expectativas bajo el rótulo de géneros (discursivos, literarios, etc.). La obra de Cecilia Pavón se articula hace una veintena de años jugando con libertad para no ser previsible en ese mundo de expectativas. El proyecto creativo desplegado por Pavón desde sus iniciales plaquetas en Belleza y Felicidad es notable —entre otras cosas, por la sutileza y consistencia con el que es llevado adelante— y su nuevo libro de poemas, La libertad de los bares (Mansalva, 2020) ajusta y sintetiza gran parte de las principales líneas de ese proyecto.
La contratapa de este libro de Cecilia Pavón son dos párrafos escritos por Tamara Kamenszain, poeta y crítica que trabajó la obra de Pavón en su libro Una intimidad inofensiva (2016). En esos fragmentos de la contratapa leemos:
“¿Qué tipo de magia hace Cecilia Pavón para escribir como si no escribiera? ¿O será que realmente —como ella misma insiste— no escribe? ¿Y si no escribe qué hace? Porque algo hay que hacer para llenar una página que después le va a llegar a un lector que espera recibirla como literatura.
Cecilia se abre al lector en un gesto de intimidad éxtima con el que parece decirle: ‘mirá, yo estoy adentro de mis cosas que están fuera de mí’. Y si el lector acepta la consigna, se encontrará frente a frente con la literatura. Porque salirse de los límites del yo para no escribir escribiendo es salirse de los límites de la literatura para que los otros la reencuentren en cada acción, en cada objeto”.

Las tensiones que Kamenszain sintetiza en la idea de “no escribir escribiendo para salirse de los límites de la literatura” son la clave del modo en que la obra de Pavón fue leída y sobre la que construye su dispositivo de trabajo: ¿es literatura? ¿es poesía? Una ácida pregunta recayó sobre autorxs como César Aira o Fernanda Laguna: ¿son o se hacen? El combo lxs incluye a lxs tres y quienes leen desde los protocolos clásicos en busca de profundidad y sentidos que descifrar en el poema tal vez no tengan siquiera esa duda frente a libros como el de Pavón y resuelvan pronto: Pavón no escribe, o no escribe literatura, o no escribe poesía. Sin embargo, Pavón escribe. Y si de algo escribe es sobre la literatura —sobre arte, sobre poesía—, que circula en todos sus poemas como elemento alrededor del cual se articulan los textos.
Hace unos cinco años, una reseña de Marina Yuszczuk proponía con inteligencia un modo de leer la obra de Pavón que sintetizaba varias de las líneas generales desde la que había sido leída. Cinco años después, los ejes que la reseña proponía para leer el entonces último libro (un conjunto de cuentos), se actualizan palmo a palmo y sirven para leer la propuesta de este nuevo texto. Anotaba Yuszczuk: “Escribe mucho, pero siempre está pensando en el arte”. El arte —la poesía, en este libro— como centro al que retorna siempre en los textos de Pavón vuelve esperables algunos elementos que reaparecen: los procedimientos, los ejercicios de taller de escritura, los y las poetas anónimxs y los nombres propios de poetas, las anotaciones de pensamientos, de ideas para textos, las reflexiones teóricas sobre poesía y capitalismo, definiciones rápidas de qué es la literatura o qué es la poesía o qué son lxs poetas.
Podemos leer un poema para ver el modo en que entran estos elementos y cómo se despliega el texto:

Supermercado mayorista

Es un día hermoso
y voy al mayorista a comprar productos de limpieza.
Gabriela me dio la consigna de escribir como un animal
(tenemos un ejercicio que es darnos consignas de escritura).
¿Qué pensarán los animales de este sol que hay
hoy en Buenos Aires?
Cada vez que hay un día como este,
con el cielo perfecto y un azul,
casi cian
pienso qué suerte, ¿cuántos años más durará?
¿Cuántos años más durará la atmósfera?
Voy en bicicleta a un bar que está frente a Parque Patricios
y miro los árboles que son como venas.
Hoy voy al mayorista a comprar jabón para lavar la ropa,
amo el mayorista
con sus góndolas multiplicadas por tres hasta el techo,
góndolas cubriéndolo todo hacia los costados.
Me encanta sentir que todo ahí es barato
mientras agarro seis botellas de jabón marca Ariel
calculo hasta cuándo me durarán.
Después tomo un café en el barcito del mayorista
que también es mucho más barato
que cualquier café del barrio.
¿Hasta cuándo durará la atmósfera?

La libertad de los bares parece ser una máquina de producir poemas a partir de la cotidianeidad de un yo que se expande hacia las cosas, un yo que es el centro sobre el que se articula todo el libro. Un yo en el que se mezclan (la yuxtaposición de escenas y pensamientos es otro de los pilares sobre los que se construyen los poemas) las amigas, la escritura y la cotidianeidad de la compra de ofertas de jabón para el lavarropas. [Para otra lectura: queda pendiente seguir el entramado de ofertas y compras cuidando el mango y esa presencia material que consigue la poesía en este libro; el precio de las cosas, los lugares donde conseguirlas, el dinero en general y las historias que se entretejen a su alrededor traman una ecología donde productos disimiles, ir de compras y escribir son partes de una misma y compleja secuencia].
¿Cómo escribe Pavón? Citábamos a Kamenszain antes: “algo hay que hacer para llenar una página que después le va a llegar a un lector que espera recibirla como literatura”. Contracara del famoso poema de Fabián Casas (“Era uno de esos días en que todo sale bien./ Había limpiado la casa y escrito /dos o tres poemas que me gustaban.”), podemos leer algunos versos de Pavón: “No escribir un poema es estar adentro del infierno /porque estás en la bañera pensando en que el día pasó /y no escribiste nada”. Para salir de ese infierno, Pavón pone en funcionamiento un dispositivo de escritura sencillo que se expone en su repetición. Los inicios de los poemas del libro insisten con frecuencia en indicaciones temporales a partir de las cuales se despliega la percepción o la asociación de ideas de ese yo. En orden, copio algunos —¿demasiados?— comienzos de poemas: “A veces…”, “A veces, cuando…”, “A veces, cuando…”, “Recuerdo cuando…”, “Recuerdo exactamente esa mañana”, “Todas las mañanas…”, “En la clase de gimnasia…”, “Mañana tras mañana”, “Es un día hermoso”, “Hoy no fui a pasear”, “Hoy las vi…”, “Alguna vez tuve un…”, “Los domingos floto…”, “Era un sábado…”, “A veces pienso que…”.

Si no en el primer verso, otros poemas postergan al segundo o tercer verso la indicación temporal desde la que el yo percibe, piensa o siente (“¿La poesía de los estados de ánimo es la forma de arte /de lo que viene después del capitalismo?” se pregunta en un poema) y otros directamente incorporan la marca temporal desde la que se despliega el yo en el título del poema: “Mi poema de hoy”, “Poema del martes (2011)”, “Ayer”.
Este último texto —el más extenso del conjunto— cierra el libro y subraya el mecanismo en un paréntesis que se intercala en cursivas entre el título y el “cuerpo del texto” propiamente dicho: “(Recién fui a comprar una lamparita para cambiar la de mi cuarto que estaba rota y empezar a escribir un poema que se llama Ayer)”. El yo, la cotidianeidad, las prácticas de la escritura, lo que le pasa al yo, lo que el yo hace, su percepción y comunicación de estados de ánimo como materia y mecanismo de producción del poema. Este último texto está compuesto mediante la acumulación sucesiva de fragmentos breves (de una o dos líneas por lo general) que comienzan con la indicación temporal “Ayer…”:

“Ayer le escuché a una artista decir que drogarte te altera el cuerpo astral.
Ayer Claudio me dijo por chat que confundo el maltrato y la autodestrucción con el amor porque son lo único que conozco.
Ayer me lastimé un poco los pies.
Ayer me subí a un bote”.

El mecanismo (no en vano puede resonar a los “Je me souviens”, “I remember” o “Me acuerdo”) permite a Pavón cerrar el libro con un texto potente que expone la ficción de ese tiempo sobre el que se escriben los poemas del libro (¿cuándo es ayer? ¿cuántas cosas pasaron ayer? ¿qué cosas no pasaron ayer? ¿cómo incluirlas todas en un poema, por qué incluirlas?), reconcentradas sobre lo que hace el yo (ayer pensé, ayer comí, ayer fui; ayer me alegré, ayer me sentí, ayer escribí), al tiempo que no recae ingenuamente en los lugares remanidos de la autoficción. Escribe en otro poema: “Es raro recordar; es como escribir un poema muerto. /Un poema que empieza con la palabra recuerdo /de alguna forma ya está muerto /¿Existe el arte del recuerdo? /Solo creo en el presente puro”.
El último verso de “Ayer” se susurra nuevamente entre paréntesis y tematiza la opaca transparencia que las cosas adquieren en el libro: “(Ayer la vida traslúcida se derramó sobre mí y me envolvió en un cristal acuoso)”.

Cecilia Pavón