El maestro beat
Gary Snyder tal vez sea uno de los nombres menos conocidos de la Generación Beat pero es un poeta de una potencia sofisticada, un exponente de la vida salvaje, un ambientalista sin ley y un monje budista de la costa oeste.
FERNANDO KRAPP

Resulta difícil no endiosar a los beatniks. Un movimiento literario que, visto a la distancia, fue una verdadera ensalada, ¿quién no ha salido a la ruta como mochilero bajo el influjo narcótico de Kerouac? ¿Quién no ha subido a su instagram esa frase de influencer que dice que “la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse”? ¿Quién no ha fantaseado con ser yonqui al menos unos minutos luego de meterse en ese pantano lingüístico que es El almuerzo desnudo?
Las fotos de la época contradicen nuestras fantasías. Los muestran como lo que realmente eran: apenas un grupito de chicos que se juntaba a tomar café cerca de la Plaza Tomkin en el Downtown, luego iban a escuchar jazz para seguir la parranda en alguna casa. Eran chicos y chicas que querían vivir su juventud y no adelantar la vida adulta. Celebraban el tiempo perdido de sus padres quienes vivieron la experiencia de la Segunda Guerra Mundial demasiado jóvenes. Los beats fueron los hijos rebeldes de El hombre en el traje gris de Sloan Wilson.
Pero la referencia literaria no era para nada Wilson, mucho menos los escritores de la Generación Perdida (Hemingway, Steinbeck, Faulkner). On the road se lee en tándem con En busca del tiempo perdido de Marcel Proust (Neal Cassidy viaja desde California hasta Nueva York en trenes de carga leyendo los siete tomos). Walt Whitman tiene mucho que ver con el Aullido de Allen Ginsberg. Kafka y Artaud respiran en la obra de Burroughs. Y por supuesto, el zazen que un poeta había traído luego de una larga experiencia como monje budista en Japón, Gary Snyder.

Como Lawrence Ferlinghetti o Gregory Corso, Gary Snyder es uno de los tantos poetas y escritores que pulularon alrededor del movimiento sin convertirse en sus portavoces, quizás porque su sede fue California y no Nueva York. El nombre de Snyder tiene algo más de reconocimiento a nivel mundial. Kerouac lo convirtió en un personaje en su segunda obra célebre, Los Vagabundos del Dharma. Recordemos: Jack Kerouac había terminado de escribir On the Road pero no encontraba un editor que se animara a publicar el famoso rollo. Se sentía un fracaso, y no hay nada peor para un norteamericano que ser un looser. Ese sentimiento de fracaso lo llevó a una de las frases más conocidas del budismo (que podríamos aplicar a cualquier tipo de doctrina): “La vida es sufrimiento”. En las novelas de Kerouac siempre hay un encuentro. Alguien le revela algo desconocido al narrador, un viejo vizcacha. En este caso el personaje principal Ray Smith conoce a Japhy Ryder quien le enseña la comunión entre el hombre y la naturaleza, el lazo que une a un espíritu con una montaña, y el verdadero y auténtico significado de la búsqueda, es decir el Dharma. Ryder era por supuesto Snyder.

La editorial española Varasek –que publicó The dharma beats, una antología que funciona como namedropping de la beat generation de San Francisco– tradujo tres libros clásicos de Gary Snyder. Un viaje a la India de seis meses que hizo junto con su amigo Allen Ginsberg (otro fascinado por el orientalismo) en donde terminaron por discutir con el Dalai Lama sobre el uso de alucinógenos. Su imprescindible libro de ensayos sobre la naturaleza en la línea de Emerson y de Henry Thoreau, La práctica de lo Salvaje. Y El gran magma, un libro que reúne dos de sus obsesiones: la naturaleza y Asia. En su prólogo, Snyder dice que la génesis del libro fue un viaje trunco a Hokkaido, la gran isla al norte del archipiélago japonés, que los japoneses conquistaron con prácticas similares a las que Argentina usó para sumar la Patagonia a su territorio. Contratado por una revista, Snyder viajó a Japón junto con un fotógrafo para hacer un relato sobre su experiencia. Había vivido casi diez años en tierras niponas, y aún así, al volver, Snyder no pudo escribir ni una sola línea sobre la experiencia.
Snyder, vale decir, aún vive. Tiene 90 años, y su casa queda en los bosques de California, lugar que eligió para recluirse y abrazar el activismo ecologista. Es una verdadera rareza para la cultura norteamericana: un poeta inmenso, ganador del premio Pulitzer por su obra, cuyo trabajo es tomado en serio por otros poetas. Es un exponente de la vida salvaje, un ambientalista sin ley y un monje budista afincado en la costa oeste. Su poesía combina el paisaje del norte de Estados Unidos con una mirada de la poesía zen. En su voz se reconoce la idiosincrasia de William Carlos Williams, la erudición de Ezra Pound y la precisión de Robinson Jeffers. Ahí, en donde Allen Ginsberg eleva la voz como un aullido para hacerse escuchar en los sótanos de Nueva York, Snyder tejía una voz como un susurro potente, lanzado a las montañas, al viento y al mundo de la naturaleza.

Snyder nació en San Francisco en 1930. Poco tiempo después se mudó al norte del Pacífico, en donde trabajó en la granja de sus padres. Más tarde trabajó como leñador en las montañas, oficio que repartió con otros como el de marinero y bombero. En 1951, estudió Literatura y Antropología en la Universidad de Indiana, para luego pasarse a Berkeley, en donde empezó sus estudios en Lenguas Orientales. En 1955, trabajó en el Parque Nacional de Yosemite y empezó a escribir sus primeros poemas. Y finalmente en el año 1956 dejó los Estados Unidos para embarcarse en un exilio de doce años en Japón.
En Kioto comenzó su práctica como monje zen. Durante este período también trabajó en un barco, viajando por todo el pacífico. Su primer libro de poemas Riprap fue publicado en Japón en 1959, y tiempo después salieron otros libros como Six Section from Mountains and River Without End y Turtle Island que le valió el Premio Pulitzer.

El gran magma hace un recorrido breve e histórico por la historia de China y se pregunta por la relación que hay entre el mundo natural y el artificial. Lo hace con una mirada externa y poco orientalista; se pregunta por qué en una cultura en donde el mundo natural juega un rol central ha llegado a esos niveles de industrialismo. Por otro lado, busca en la poesía y en la pintura los rastros de aquellos artistas que hicieron del caminar por las montañas y los lagos del norte de china un arte. Esa forma de abordar la práctica poética se pierde, dice Snyer, cuando los pintores de la dinastía Ming empiezan a ver el pasado a través de sus representaciones y no a partir del contacto directo.
Snyder intentó llevar adelante una vida con esas características; habitar el mundo natural sin las mediaciones del artificial. Era consciente, sin embargo, de su imposible; no hay modo de representar, sin pensar ni trabajar dentro de una una tradición. Aún así, buscó vivir, como dice Raúl Gonzalez Tuñón, aspirando a un equilibrio entre arte y vida. Y hoy, a sus noventa años, se lo puede considerar como el primer poeta, desde Thoreau, que intentó pensar distintas formas de vivir y al mismo tiempo hacer, con su propia vida, un modelo posible.