Feminismo killjoy

El feminismo que impulsa la académica Sara Ahmed en “Vivir una vida feminista” es incómodo y ruidoso pero pensarlo de ese modo también resulta necesario.

LUJÁN STASEVICIUS

La paradoja es clara: si el feminismo está de moda, entonces no es feminismo. Una moda tiene lineamientos claros, específicos y totales. El feminismo no puede –no debería–, por definición, ser homogéneo, y huelga explicar por qué. Lo lamentable es que, al contrario de lo que decía el general Perón de los peronistas, cuando las feministas chillan no están haciendo el amor, sino midiendo quién la tiene más genuina. En este concurso constante, las que pierden son aquellas en nombre de las cuales se dice luchar. La sentencia es clara: el feminismo es interseccional o no es. El resto son chicanas en redes sociales.
En Estados Unidos, la buzzword del momento no es feminismo sino diversidad, aunque ambos conceptos están íntimamente relacionados. Con la pandemia regalándonos un arresto domiciliario que nos pega a la tele, muchos americanos se desayunaron lo que era el gatillo fácil. George Floyd y Breonna Taylor estuvieron en todas las remeras durante junio, ésta última incluso dinamitando el argumento miserable del “bueno, pero qué estaba haciendo”. Durmiendo, eso estaba haciendo. En su casa, y la acribillaron igual.

Casi como con el feminismo, aparecen en estos momentos los arribistas, los expertos en y los que lloran frente a una población diezmada por el estado que los debería proteger. Los que lloran de culpa son los blancos. Los afrodescendientes claramente no se enteran ahora, ni tienen ya lágrimas que derramar. Casi como con el feminismo, vuelven las modas, la corrección política masticable y los perfiles compungidos exigiendo cambio sin preguntar qué se puede hacer.
Entre quienes vienen hablando hace décadas de feminismo y diversidad se destaca Sara Ahmed. En el 2017, publicó su exitosísimo Living a Feminist Life Duke University Press lo declaró como el número uno de los más vendidos del 2019, y de la década– , que en Argentina se conoce como Vivir una vida feminista, editada por Bellaterra, sedimentando el entusiasmo que generó La promesa de la felicidad, de 2010.

Sara Ahmed (ph. Kottbusser Tor)

Es casi imposible no subrayar, marcar y anotar este texto, como es casi una falta de respeto leerlo de corrido. Este libro de Ahmed es arduo. No le da la bienvenida al lector ni se la hace fácil. No hay nada para colorear, ni tampoco un diario íntimo de venganza que cultive el morbo. Te incomoda, te manda a leer, más de una vez, aunque siempre te espera. Es este un libro que tiene destino de ajado, sucio y manoseado. Ya desde la segunda página destroza al feminismo gorra, explicándonos que entrar al feminismo para hacer de guardianas de lo que es – y de quién es – o no feminista lo único que logra es hacerle el juego a los que ganan cuando las mujeres pierden. En este sentido, lo que hace a Ahmed una feminista que sí es que piensa al feminismo no como una categoría cerrada sino como un movimiento nunca acabado. Vivir una vida feminista no es un manual de uso ni una lista de cosas que debemos tachar para ser, aunque incluya apartados más pragmáticos. Antes bien, lo que la autora hace es abrir el diálogo, compartir su experiencia y recordarnos, una y otra vez, que feminista se es siendo. Una suerte de dasein contextualizado y necesario.

Por supuesto, ser feminista á la Ahmed no es lo más amable ni mucho menos popular. La escritora acuña un adjetivo: ser “killjoy” o aguafiestas. La feminista, la que trabaja en diversidad, molesta, hastía, encuentra su objetivo en no complacerse. El concepto no es nuevo, sino que lo viene trabajando desde La promesa de la felicidad, y se remonta incluso al clásico americano de Betty Friedman de los sesenta, The Feminine Mistique, donde se diagnosticaba por primera vez aquel jenesequoi que hacía a las amas de casa infelices, y que podemos ver excelentemente visualizado en las primeras temporadas de Mad Men. En la actualización de Ahmed se redobla la apuesta y se hace de la figura de la aguafiestas una bandera, no algo a solucionar o medicar. La conciencia feminista, decía Ahmed en aquel libro de 2010, es una forma de infelicidad, y de hecho Vivir una vida feminista se lee mejor en tándem con su blog, bautizado, como no podía ser de otra manera, killjoy feministas 
Este feminismo así entendido, entonces, no descansa en frases pasteles o en paletas de colores obligatorias, como las modas. Nada tiene que ver con las mujeres que, ni bien asumió Trump, organizaron una simpática marcha con gorritos de lana rosa. El feminismo que propulsa Ahmed es desaliñado, sucio y ruidoso. No de otra manera se despiertan las comodidades de los sentidos comunes prescriptivos. Sólo resta esperar, ahora, que su libro sea tan leído como vendido.

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