Sobre algunos enamorados de los libros (Munúscula), el nuevo trabajo del narrador y cineasta francés Philippe Claudel es un intento de redención y reivindicación poética de los parias y los derrotados de la Literatura.

Maximiliano Crespi

En sus enigmáticas “conversaciones” con el novelista y ensayista francés Franck Maubert (publicadas por Acantilado bajo el título de El olor a sangre humana no se me quita de los ojos), Francis Bacon subraya la diferencia fundamental que existe entre los grandes maestros y los artistas menores a partir de lo que han experimentado en sus obras: “¿Qué se puede decir de las grandes pinturas de Velázquez, de los pasteles únicos de Degas, de Cézanne, de las increíbles obras maestras de Van Gogh? Que los hicieron tocar de cerca la verdad”. Unos años antes, en una larga entrevista concedida a Maurice Nadeau a comienzos de 1973, Roland Barthes afirmaba siguiendo esa misma línea que, conforme pasa el tiempo, las zonas intermedias de la literatura, los escritores menores y aun los medianos están llamados a desaparecer.

Medio siglo después, los argumentos de uno y de otro no pueden desmentirse. Más aún: Sobre algunos enamorados de los libros, el último trabajo del narrador y cineasta francés Philippe Claudel publicado por Minúscula en traducción de Lluís Maria Todó, presenta un curioso catálogo de la persistencia de ese llamado en el curso de la historia.
Armado con una prosa tersa y elegante que no escamotea ironía ni crueldad en el corazón roto de sus relatos, el celebrado ganador de los premios Renaudot y Goncourt pone en escena el implacable desfile de los fracasos de aquellos hombres y mujeres olvidados que, empeñados en hacer una magna obra literaria, acabaron convirtiéndose en víctimas del infortunio o de la desgracia. Retratados en tan sólo un puñado de líneas que dan cuenta de su desventura, los personajes se articulan sobre un discurso general que constituye una épica de la derrota.

El nombre de Marcel Schwob y los imborrables antihéroes de sus Vidas imaginarias pueden consignarse como antecedentes notables. Y es cierto que, aunque libro del autor de El archipiélago del perro (Salamandra) parece acotado a un proyecto mucho más modesto, no por ello resulta menos estimulante ni menos atractivo: contar las vidas de personajes trágicos, enamorados que abrazan apasionadamente un destino que los condena sin compasión al desprecio más amargo y al aturdidor silencio del olvido.
El resultado es una encantadora ficción de sintaxis sumamente compleja, que recupera —con breves, hirientes pero también poéticas pinceladas— el agrio rosario de decepción que cargan esas experiencias malogradas que en sus páginas oscilan entre el morbo de la realidad y la verdad confiscada en el mito. Dicho de otro modo: el bello y despiadado libro de Claudel es un trabajo de redención y reivindicación, un intento de devolver algo de dignidad literaria a la desdeñada caterva de los parias, los marginales y los derrotados de la Literatura.