Ascenso y caída de Proceso a Ricutti, la banda cordobesa que compuso un hit en los ochenta y que, al borde de la gloria, se desplomó junto a la ilusión de la democracia.

FLAVIO LO PRESTI

Cada vez que uno pone foco en los años ochenta lo primero que salta a la vista es la pobreza de la tecnología, sobre todo desde la perspectiva actual. Lo que les costó a los músicos de una ciudad relativamente grande como Córdoba crear, sostenerse y llegar a grabar en esa década contrasta tanto con lo que se intuye en la experiencia presente que todo tiene un aire indisimulablemente épico y al mismo tiempo lastimoso, y es lo que se siente mientras se leen estas memorias escritas por Dirty Ortiz (un gran periodista de rock de una ciudad que no es Buenos Aires) sobre la banda Proceso a Ricutti, que grabó el legendario Danza mogo después de firmar el ansiado contrato con BMG en el peor momento posible.
Con habilidad en la composición, Ortiz va recogiendo los muchísimos hilos que confluyen en la creación de una banda que alcanzó la máxima ambición posible para un músico popular: estar en el oído de la multitud. De forma conjunta, sin movimientos esquemáticos, Ortiz reconstruye por un lado las trayectorias biográficas de los cuatro integrantes originales (Tincho Siboldi, Paco Ferranti, Hueso Horsmann, Claudio “Pilón/Phil” Damicelli, y del quinto Carlos Mazzoncini), la compleja toma del dominio de la escena joven (ejercido por un lado por la cultura de la trova y la canción de protesta, y por otro por el rock progresivo) a manos de un nuevo movimiento impregnado por la new wave; finalmente, el complejísimo proceso de asentamiento de la democracia, con las marchas y contramarchas tanto en lo que hace a los avances de las libertades y la sensibilidad (por ejemplo, el retiro paulatino de la férrea cultura represiva de la dictadura, afincada hasta en la concepción de la sexualidad) como en los complejos movimientos de la puja por la economía que derivaron en el fracaso estrepitoso del alfonsinismo. 

En ese panorama surge, a los ponchazos, la cultura confusa que hizo posible el sueño de una renovación musical en Córdoba y que se estrelló contra el mismo paredón que el primer presidente del “regreso democrático”. Hay un juego entre la historia del rock cordobés y el título de un libro de Martín Zariello que el libro de Ortiz explota bien: si para Zariello 1988 fue “el fin de la ilusión”, para la Córdoba de Proceso a Ricutti 1987 fue el año en que todas las ilusiones eran posibles. La banda había compuesto Relator de salto en alto (un hit juguetón lleno de desenfado y absurdo que concentra bastante bien lo que el grupo intentó hacer y que cualquier cordobés de mi edad tiene tatuado en algún rincón del cerebro, pero que también tarareaba el manager de Soda Stereo en los 80), había firmado el contrato con BMG y tocado en un Chateau Rock que coreaba el nombre del ignoto actor partenair de Tato Bores, Raúl Ricutti,  que terminó por darles nombre a partir de la misma lógica absurda con la que Siboldi generaba los títulos de las canciones.

Relato de un salto en alto hace la crónica conmovedora de toda esa gesta cultural que terminó al mismo tiempo con un suspiro y un estallido, y lo hace con el encanto de haber sido parte. Ortiz aventaja al alter ego de Cameron Crowe en Casi famosos en que no solo fue un periodista de rock acompañando el proceso de creación de la escena rock en Córdoba (y de una nueva cultura universitaria democrática, y un circuito de difusión y experiencias renovado): fue también la cabeza que estuvo detrás de muchas de las letras de Proceso a Ricutti. Por eso, el libro es una crónica del proceso creativo desde adentro, un proceso especialmente tortuoso cuando los instrumentos son caros o inaccesibles, cuando el mundo no está interconectado ni las ejecuciones pueden simularse con computadoras ni las voces retocarse con autotune ni los demos tener una calidad aceptable para reproducirse en Spotify: la crónica de cómo unos músicos de formación voluntariosa, nacidos en la periferia de la periferia de la periferia, en el interior de Córdoba, acariciaron el cielo de la fama y tropezaron con su propia época, dejando un puñado de discos que todavía (como reza el cliché: a un par de clics de distancia) pueden escucharse.

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