El goce y la radicalidad de la lengua es lo que se encuentra en la poesía de Néstor Perlongher. Una muestra de su ambición se advierte en la antología “Rivales dorados”.
DIEGO ERLAN

Néstor Perlongher nunca pasaba desapercibido: la ropa estrafalaria, el pelo largo y la manera de caminar eran elementos provocativos en los años de dictadura. Interesado en el trotskismo, había pertenecido al Partido Obrero Argentino, hasta que fue expulsado, según adujeron, por sus posturas radicales, pero al parecer más que nada fue por sus preferencias sexuales. Entonces decidió unirse al Frente de Liberación Homosexual (FLH) fundado por el escritor Manuel Puig en 1971. Era reconocido por su gran capacidad de oratoria y discusión. Había empezado a estudiar Filosofía pero en seguida se pasó a Sociología. Desde que cursaba en la Facultad de Derecho, entre el 74 y el 75, Néstor escandalizaba en un ambiente donde la etiqueta de los hombres era vestir saco y corbata. Él no. Él nunca. Un abrigo de falsa piel blanca era una de sus marcas identitarias. Queda en evidencia, de ese modo, que su forma de circular por la vida era distinta. Hablaba siempre, le tocara o no, y en su manera de hablar tenía algo arrogante, sobrador, y en los exámenes los profesores ansiaban que se equivocara, que respondiera de manera incorrecta alguna de las preguntas. Imposible. Siempre respondía con seguridad. Y cuando la nota era nada más que un ocho, pedía explicaciones indignado.
“Lo valioso del lenguaje escrito estriba en su capacidad de despertar ecos, resonancias, recuerdos…”
Néstor Perlongher, en carta a un amigo
Vivía en Avellaneda, proveniente de una familia de clase baja. Su padre era taxista y su hermana trabajaba en un Laverap. Nadie sabía nada de la madre y él nunca la mencionaba. En una carta de mayo de 1976, Perlongher le escribe a un tal Esteban, que: “Lo valioso del lenguaje escrito estriba en su capacidad de despertar ecos, resonancias, recuerdos, imágenes de un espacio imaginario que se construye a partir del intercambio entre personas que se leen y se escriben.
Así se crea un plano de la realidad, que no es exactamente el de la realidad concreta, agobiante, rutinaria.
Es un plano distinto donde se proyectan fantasías, expectativas, donde lo irrealizable se realiza. En ese plano se ubica la literatura, la poesía y, de un modo general, toda comunicación que aspire a escapar de los restringidos marcos del ‘decir algo’.”

En 1978 ya había participado en un concurso de poemas inéditos organizado por la SADE. Perlongher, sus amigos y el ambiente atildado de la institución hizo que reflexionara: “Suelo ser escenario de confusos contrastes y desastres”. En ese año, según sus cartas, trabajaba a la mañana en una escuela como asistente social y, por la tarde, haciendo encuestas. Será a principios del año siguiente que deje la escuela y se dedique a viajar por las provincias para investigar “los vicios tabacales de los nativos”, un trabajo que lo llevaba por aeropuertos atestados de viajantes de comercio y hoteles de conserjes inexpresivos. “Ya estoy harto de tanto nomadismo puesto que no puedo emprender ninguna actividad sistemática”, decía y ansiaba viajar e instalarse en Brasil.
Perlongher escribía preguntándose “¿qué hace que una escritura pueda ser llamada sensual? No es solamente cierta acumulación de palabras, sentidos y significantes sino, más bien, cierta acumulación de sonidos que pueden producir la sensación de ciertos flujos.” El crítico Roberto Echavarren, a cargo de la edición y el prólogo de la antología Rivales dorados (Varasek), entiende con acierto que en la poesía de Perlongher la seducción de lo monstruoso (crossdressing, mezcla de modas, motivo vergonzante o fuera de la ley) despliega un fondo pretendidamente inconfesable que no es sino la excusa para una investigación desenfrenada de las posibilidades de gozar en la entretela de la lengua, con una estrategia micropolítica, compatible con el doble o triple sentido, la aliteración y la deformación de las palabras. Abre y exhibe un poder insospechado de decir y un frenesí del estar fuera.” Toda la obra poética de Perlongher (incluso también, si se analiza con detenimiento, su correspondencia) traza un arco virtuoso donde se percibe la inmersión de la lengua hacia lo que se conoce como neobarroso. Esta antología, que toma poemas centrales de sus libros Austria-Hungría, Alambres, Hule, Parque Lezama, Aguas aéreas y Chorreo de las iluminaciones, es una puerta de entrada indispensable para descubrir esas torsiones, manifestación cierta de las posibilidades del lenguaje: una sustancia viscosa que se tensa sin romperse y adquiere la belleza y deformidad que el artesano se arriesgue a probar.