La publicación de ese extraño y fascinante poema narrativo que es “El libro, la mola, el monstruo” (Club Hem) es la excusa para rescatar las ideas de Mario Bellatin en torno a su Escuela Dinámica de Escritores, una lúcida reflexión sobre los detonantes de la escritura.
MARIO BELLATIN

La Escuela debe servir solamente como una suerte de detonante capaz de hacer que cada quien se enfrente, de manera solitaria, con la propia creación. Esto se practica con la intención de que el trabajo resultante no se encuentre bajo la tutela más que de su propio autor. Me parece que una obra ejecutada bajo estas condiciones hará más evidentes sus particularidades (…).
No se puede enseñar a escribir puede ser la premisa de una escuela semejante y –quizá precisamente por eso- es imprescindible su creación y mantenimiento (…).

La escultura, la pintura, la arquitectura, la danza o la fotografía trabajan con elementos narrativos que, de alguna manera, están fuera de lo que en sí se narra. En la literatura ocurre lo mismo, a pesar de que una serie de ideas algo románticas, y lamentablemente presentes más de lo que se desearía, digan lo contrario cuando afirman que se debe escribir siguiendo una serie de preceptos que escapan a la propia escritura. No se puede enseñar a ser escritor, sea quizá la premisa más importante de esta experiencia (…).
Pero sí es posible acompañar a algún futuro autor que no tenga los elementos necesarios para sobrellevarse pulsión por escribir. Es posible asimismo otorgar los elementos necesarios a quien ya lo es para que ejerza su oficio de una manera plena (…).
Que adquieran una conciencia, lo más clara y objetiva posible, de cuáles son sus potencialidades narrativas, de los modos particulares de conformar sus textos y, una vez advertidos de estas formas, sean capaces de construir discursos lo más personales posible (…).
Para ser alumno es necesario tener el deseo de organizar la escritura dentro de un determinado sistema (…).
No importan los temas, no importan los conocimientos, no hay avance alguno, sencillamente se forma parte de una dinámica creativa (…).
Los contenidos tratados no son importantes en sí mismos sino que, por encima de ellos, se debe dar excesiva importancia a la forma de abordarlos. Conlleva cierta dificultad que se entienda, por ejemplo, que en una escuela de escritores se puede tratar tanto a Faulkner como a Kafka, sin que tenga la menor importancia lo que se dice de ellos… En estos intercambios, el autor o el tema no son sino meros pretextos para construir un discurso.

Estoy convencido de que las formas de construcción narrativas son casi imposibles de mostrarse desde la misma literatura. Por eso creo importante acudir a las formas de reconstrucción de otras artes para, desde la visión que ellas presentan, tener una perspectiva adecuada del oficio de narrar (…).
Las obras son sencillamente manifestaciones de un sistema, y los temas tratados sirven sólo de pretexto para señalar realidades, supuestamente más importantes, que las nombradas (…).
¿Qué es lo que define a un escritor? Creo que una definición semejante puede tener que ver con la conciencia que se tenga de lo que se está escribiendo, con la posibilidad de advertir los distintos elementos que conforman determinados sistemas de escritura, y con la opción de discernirse se está siendo fiel a las reglas que emanan del discurso o si se están poniendo en práctica una serie de ideas que tienen que ver más con un “deber ser” literario que con la escritura en sí misma (…).
Un texto debe estar fuera de cualquier categorización. Allí es precisamente donde reside su gracia (…).
Hay universos paralelos que hacen que se esté en varios lugares al mismo tiempo. La escritura muchas veces es capaz de develarlos. Es curioso cómo el juego de inventar realidades, de recrear mundos imaginados, haya sido precisamente un método para reconocer y formar parte del universo de lo concreto (…).
Un texto debe estar fuera de cualquier categorización. Allí es precisamente donde reside su gracia.
Lo más impresionante de determinado proceso de escritura es que después de levantar fronteras para todo, de crear una serie de sistemas que permiten entender el mundo como una gran maquinaria, se advierte que no existe ningún límite. Ese es el punto donde se abren todas las posibilidades, y no queda otro recurso sino el de cobijarse bajo un orden trascendente. Esto puede estar cercano a la experiencia mística, en la que después de una serie de privaciones y luchas contra la libertad individual se encuentra el infinito… y quizá también la profecía (…).
El interés final de la escritura no es la creación de ninguna forma de literatura, sino que el milagro se encuentra instalado en la formulación de las palabras por la palabra misma. Ver cómo sobrevive, después de tantos años, la pulsión por verla seguir fluyendo (…).
No sé lo que significa realmente escribir sin escribir. Quizá hacer que las palabras, que muchas veces no existen en su forma física, hablen por sí mismas. Que se expresen tanto las letras congeladas en los libros que he publicado como las que se abren dentro de mi historia personal. Que se haga evidente el ejercicio de escribir sin escribir y que la literatura nos demuestre que se encuentra sitiada un punto más allá que las simples palabras.
Este ejercicio, de comparar la escritura con la propia escritura, no sé qué finalidad concreta pueda tener (…).
Ninguna de las dos acciones, tratar de compararme conmigo como hacer notar que toda la escritura es parte de la propia escritura, tienen una razón de ser. Como no lo tiene tampoco el hecho de escribir y ni siquiera el de estar vivo. Es por eso que ahora, estando al borde de todas las experiencias, me atrevo a ver qué sucede practicando los dos ejercicios de manera simultánea.
Que se expresen las palabras congeladas en los libros como las que se abren dentro de mi historia personal.
El libro, la mola, el monstruo (Club Hem) es una lúcida reflexión sobre la escritura, el acto de escribir, la necesidad de hacerlo y también su monstruosidad. Como escritor, Mario Bellatin es conocido por algunas novelas que ya son clásicos de la literatura latinoamericana como Salón de belleza, Damas chinas y El gran vidrio, entre otras. En 2001 ganó el Premio Xavier Villaurrutia y, en 2002, recibió la beca Guggenheim. Cuando fundó la Escuela Dinámica de Escritores se propuso “la creación de un espacio en el que se le descubra a cada quien las leyes de una escritura personal”. Los métodos aplicados por Bellatin enfatizan la relación que guardan entre sí las distintas formas de arte, señalando el origen común de todas ellas. Toda obra de arte –afirma- debe poseer una retórica propia que permita alejarla de su autor con facilidad.