Esquema aéreo de supervivencia

Carlos Ríos lee el nuevo libro de Paloma Vidal como un ensayo que se escribe mientras se vuela, como “una tentativa de vuelo ante la experiencia de tres mujeres que vuelan hacia nuevas vidas”

Carlos Ríos
Ensayo de vuelo, Paloma Vidal.
Estructura Mental a las Estrellas

El punto de convergencia de Ensayo de vuelo, relato de Paloma Vidal (Buenos Aires, 1975) es un texto que la protagonista escribe en el bloc de notas de su celular, durante un vuelo de regreso a la ciudad donde reside, con el propósito inicial de entender una drástica decisión que ha tomado su hermana. Si pudiéramos imprimir esa página electrónica siguiendo el orden de escritura, nos daría una larga tira o cinta de papel semejante a la de las máquinas calculadoras. Y la referencia, aunque aleatoria, no es equívoca porque la protagonista saca cuentas: “si escribo 55 palabras por minuto, como las que acabo de escribir, tendré, al final de las dos horas, un texto de cerca de 6.600 palabras. calculo que serán unas 15 páginas”. El cálculo, que se reproduce en otros pasajes del relato, no es gratuito porque el vuelo propicia un momento extraordinario de la experiencia humana en el que todo, de repente, habla de lo mismo y la protagonista, consciente de ese episodio único y providencial, no quiere perderlo (ella vuela, lleva dos libros de mujeres que han volado, su hermana ha volado). La escritura aprovecha ese tiempo y también vuela, se expande y precipita porque esa apertura total y acaso mágica tiene un comienzo y un fin establecidos por la duración exacta del vuelo. De ahí la urgencia de poner en palabras la espina en el pecho que se lleva en el aire: en la escritura hay marcas fuertes de borramiento, dudas, repeticiones, el no saber cómo seguir, las condiciones intermitentes que impone el próximo vencimiento, una sombra de descenso y clausura. La que se lee es una escritura arrastrada por un vendaval de tiempo y el empuje de una pregunta que viene de muy atrás, aquella interrogación fundacional que ha dado tanta letra: ¿por qué?

Hay, en las novelas y relatos de Paloma Vidal, aviones y vuelos; no digo nada nuevo si afirmo que esa madeja familiar de idas y regresos se entrevera de tal manera que llegar y partir son vividos como experiencias simultáneas que de tanto intervenirse ya son otra cosa. En este punto, me aferro al epígrafe de su novela Algum lugar (7Letras, 2009): “Se llega a un lugar sin haber partido/ de otro, sin llegar”, pasaje tomado de Invenciones del recuerdo de Silvina Ocampo y que refracta las crepitaciones autobiográficas que atraviesan sus libros que van del portugués al castellano en traducciones ajenas. Ese “llegar sin partir” deja paso a una certeza: siempre se escribe en el aire. Esta figuración, metáfora contradictoria y surreal sobre las condiciones de dicha práctica, es llevada por Paloma Vidal hacia la más pura materialidad: la persona que escribe está, literalmente, suspendida en el aire. Hay, en ese gabinete de escritura que atraviesa el espacio aéreo, un propósito finito –el de abismar una pregunta para clausurarla– testificado por las condiciones exteriores (hagamos foco en la figura de la azafata, otra mujer que vuela y complejiza, desde su aparente no saber, la experiencia de las demás mujeres). Hasta el extremo, dichas condiciones operan sobre la necesidad de fijar algo que irremediablemente se escapa y de manera excepcional, casi por accidente, podría ser revelado antes de que aparezca el diminuto redondel tipográfico del punto final, administrado por las condiciones exteriores, el aterrizaje y fin del vuelo.
En el ensayo de vuelo se postula una doble acepción. Un ensayo que se escribe mientras se vuela y una tentativa de vuelo ante la experiencia de tres mujeres que vuelan hacia nuevas vidas: dos mujeres narradas en los libros que acompañan el viaje de la protagonista –libros-amuleto, salvaguardas–, y su hermana que ha tomado la decisión –en apariencia incomprensible– de migrar; el desplazamiento de estas mujeres por distintas razones que pueden hacerse una, constituye una errancia como herencia, errancia como condición en estas “realidades ficcionales”, siempre a un paso de la invención. Mujeres que escriben, despegan, se aventuran, escapan de una previsibilidad. ¿Qué buscan? Escribe su propósito la protagonista que narra interferida por el concierto protágonico de dichas mujeres: “hablar de las chicas, de sus partidas, de por qué se fueron, quiero a través de ellas imaginar la partida de mi hermana”; y en las otras experiencias la imposibilidad de la propia, de no haber avanzado un poco más allá, como ellas, “una valentía en esas chicas que tiene que ver con contradecir el mundo”. Atrapada en su propio vuelo, la protagonista se pregunta por las razones de esas otras mujeres, la búsqueda de una libertad sin restricciones; la pregunta está en el aire y podría regresar con la potencia de un boomerang.

Aquella imagen poderosa narrada por Tamara Kamenszain después de leer –levantar la vista de las páginas ajenas para inclinarse en los propios papeles de trabajo– aquí se multiplica: quienes hacen el libro con Paloma Vidal también levantan su mirada de aquel texto para continuarlo en los procedimientos expansivos de un trabajo que se torna colectivo: la traducción, el diseño, la intervención gráfica. En el epicentro de esa escritura –ficción, ensayo y memoria familiar– hay operaciones de orden estético que modulan el discurrir de esa narrativa; basta observar cómo al abigarrarse y cambiar de tamaño, el relato en minúsculas y dispuesto en las páginas impares materializa los ritmos dramáticos del texto y recrea la aceleración o desaceleración de la escritura –intensidades amparadas por la traducción–, movimiento a su vez que se perpetúa en las ásperas aguas oceánicas del arte gráfico del libro contrastadas por el espacio vacío y circular, ojo de buey o ventanilla de avión, las capas de papel que superponen al espesor de lo que se cuenta sus texturas. Al decir esto, pienso que estamos en los umbrales de una nueva experiencia de lectura donde la inestabilidad del objeto ya es fractura expuesta; se revitaliza aquel programa de Ulises Carrión que consiste en producir bookworks capaces de suprimir la escición abrupta entre elementos materiales y formales de un libro, más propia del sistema editorial “conservador”. Un proyecto que hace pie en acciones compositivas de otros tiempos y que recupera para sí las formas del libro que a contramarcha de la industria explora la síntesis, la unidad de objeto, el regreso a una alineación, las formas materiales indivisas. En otro siglo, César Aira imaginó un futuro donde fueran publicados esquemas de libros –como si fueran ejemplares para colorear– que orientaran la concreción de un ejercicio privado de escritura. Hilvanado en el porvenir, Ensayo de vuelo de Paloma intensifica los efectos de estas dos prácticas.