Coordinado por Luis Gusmán, el Álbum Ilustrado de Personajes Literarios Rioplatenses es un claro muestreo de la riqueza y la complejidad de nuestra imaginación narrativa.
Enrique Robledo

La reciente aparición de la edición digital de la segunda parte del Álbum Ilustrado de Personajes Literarios Rioplatenses ratifica el perfil de un proyecto sin precedentes. Los apartados titulados “Bestiario” y “Pasiones” completan el primer avance primer avance y dan cierre a la primera etapa (digital) de trabajo que, coordinado por el escritor Luis Gusmán, y apadrinado por la editorial Club Burton, se materializará en papel en una versión completa y ampliada antes de fin de año.
Si, como alguna vez escribió Pizarnik, la pintura es espacio y la literatura es tiempo, en el cruce de esas coordenadas el canon de la literatura rioplatense vuelve a cobrar vida en la lectura de autores y artistas plásticos. Las pintoras María Pinto, Marcela Motta y Noemi Spdaro aceptaron el desafío planteado y tomaron el riesgo de no situarse en la cómoda disposición del retratista y se dieron a la tarea de interpretar, desde una perspectiva gráfica, los humores y temperamentos de aquellas figuras imaginarias que marcaron la literatura argentina. En una decisión análoga, los escritores que retomaron y elaboraron las siluetas optaron también por un estilo lacónico y agudo: iluminando los personajes a través de rasgos, actitudes, detalles.
Es cierto que el género “Álbum” se instaló en el espacio literario durante el siglo XIX. Y, como apunta el propio Gusmán en su prólogo, hasta en Rubén Darío la brevedad ha sido uno de sus rasgos fundamentales. Pero lo que este trabajo colectivo viene a corroborar hasta qué punto su eficacia está íntimamente ligada a una configuración que trabaja más en la connotación que en la denotación.

En el prólogo que abre “Bestiarios”, Gusmán comienza afirmando que, según la noción clásica de la fábula, los animales fundan un género. Y lo primero que sospechamos es que, eludiendo con astucia la denotación, nos quiere sugerir esos personajes ejemlpares hacen a la literatura porque hacen al género. Acaso por eso, en la situeta sobre “Yzur” de Leopoldo Lugones, Marcelo Gargiulo se siente en libertad de decir que, “para convertirse en animales, a ciertos animales sólo les falta hablar”.
Y como el género está hecho de pasajes, de cambios pero también de continuidad, Eduardo Grüner imagina a la mosca lectora que sale de El horla de Maupassant metiéndose en el oído de un hombre en “La mosca verde”, el perturbador cuento de Nicolás Olivari. El género trabaja la suspensión; por eso es posible que Gusmán inmovilice animales en la piedra para describir el bestiario de Manuel Láinez. Pero también se dispersa y permite a Fernando Fagani, ocupándose de “Los donguis” de Juan Rodolfo Wilcock, advertir que el relato fluye hacia la alegoría en razón de su anomalía estilística y su composición fantástica. Y por esa razón también Grüner, en su silueta del bestiario cortazariano puede afirmar que, como en tantos otros relatos del autor, emerge la sombra tensa de los movimientos políticos o religiosos.
Los animales hablan y lo que tienen para decir nos concierne como animales humanos. Por eso Jorge Jinkis en su epílogo puede afirmar que los animales son como espejos: inquietantes y siniestros, es decir, verdaderos portadores de lo que anida en nosotros mismos.

El tomo titulado “Pasiones” comienza con un breve prólogo de Maximiliano Crespi. Sorteando el lugar común de leer las pasiones desde Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes o El erotismo de Georges Bataille, los dos libros que monopolizaron el tema de la pasión en los últimos años, Crespi se remonta a Baruch Spinoza para pensar la cuestión con un aire nuevo. En ese desplazamiento, la pasión se vuelve fundamentalmente tensión y en cierto modo ése es el cariz que toman las siluetas reunidas a continuación. La lectura que Hugo Savino hace en Nosotros dos de Néstor Sánchez crea un lazo con el final del prólogo de Crespi, donde la pasión se funde en el abrazo del tango que la tensión pasional trama como llamado de los cuerpos.
Ciertamente, la pasión aparece sometida como en una calle de dirección única en las siluetas que refieren a El pasado de Alan Pauls y Las hortensias de Felisberto Hernández, como si la fuerza misma de la pasión quedara ssubsumida a una esclavitud del objeto amado. Pero la pasión sse vuelve desafío y riesgo cuando, en su abordaje de Némesis de Sara Gallardo, Beatriz Pustilnik se pregunta con acierto si el personaje evoca en realidad a una Diosa de la venganza oscuramente gobernada por el deseo. Y cuando Claudia Melnix lee la pasión estallada en Rabia de Sergio Bizzio como una reunión que condensa amor, celos, venganza. La pasión quema porque arde: aparece tensada por un fulgor y por un deseo que es casi siempre contardictorio y fatal.
La frase que mejor describe a este tomo y al Álbum Ilustrado de Personajes Literarios Rioplatenses en general es sin duda la idea de Boileau que Silvana López cita en su epílogo: “Cada pasión habla un idioma diferente”. Como bien muesstra este proyecto, la pasión de los personajes está también reinventando su lengua.
