Natalia Rodríguez Simón

La autora de Era tan oscuro el monte, editada bajo el sello Mardulce, habla de su deseo de “pintar con la escritura”.

Paula Puebla
Natalia Rodríguez Simón

Era tan oscuro el monte es una novela de impacto. La prosa de Natalia Rodríguez Simón es al mismo tiempo punzante y aliciente, sabe alternar situaciones desgarradoras con contundentes mensajes de esperanza. Precedida por la nouvelle La vi mutar, publicada por Wu Wei, persiste en este texto la idea del cuerpo de la mujer como vehículo de aquello que no puede ser dicho. Era tan oscuro el monte, aparecida bajo el sello editor Mardulce, está llena de lugares, situaciones y personajes marginales, donde la atmósfera que se respira está viciada de opresión y brutalidad, de promiscuidad y lazos familiares algo más que enrarecidos. Para Rodríguez Simón, el margen no es la excusa para moralizar la historia de Aldo y su mujercita sino para construir un mundo donde las leyes que rigen son escritas con la misma levedad que son rotas. La autora narra el amor y la violencia ajena a las preocupaciones de los discursos imperantes.

¿Cómo pensás que dialoga esta historia de amor tan atravesada por la violencia, esa violencia estructural, con los discursos de amor de esta época?
— Es una pregunta difícil de contestar. Yo te puedo hablar de qué me pasaba cuando escribía la novela, es lo más sincero que te puedo decir. Para mí también es una historia de amor, y yo pensaba en cómo sentían el amor esos personajes. Yo no sé si esa forma del amor va en línea con lo que pienso o los modos que tengo de sentir o pensar el amor, o con las formas sociales de pensar y discutir en eso. Me parecía que sí era una forma de sentir de esos personajes en su contexto de vida. Me até mucho a lo largo de toda la novela, me ceñí mucho a lo que le pasaba a los personajes, como una forma de no tener que pensar en esto.

Me refiero a que ahora hay un discurso instalado de que las relaciones amorosas no duelen, una idea muy desapegada e higiénica del amor. Y esta historia que vos construiste, con estos personajes, atraviesan todo tipo de dolor, de opresión, de pérdida. Y lo hacen juntos. El contraste es muy grande entre este amor que se banca todo en una época en la que te dicen que no hay que bancarse ni media.
— Sí, lo que pasa es que también se pone en discusión el significado del amor en ese caso. Yo no tengo ni idea qué es el amor, mi experiencia es además muy corta, muy intensa para mí pero no tengo tanta idea sobre el tema. No sé si duele o no duele, sé que sí me dolieron un montón de cosas pero no sé si era amor o no lo era. Hay que ver en qué línea y bajo qué parámetros se mide esa idea del amor, no sé. Lo que sí puedo decirte al respecto es que, al atenerme tanto a los personajes, a cómo vivían y la relación que tenían entre ellos, me parece que había algo que no se elegía, ¿no? No sé si es amor o qué es. Ellos dos, los protagonistas, creen que se aman. Para ellos es amor.

Eso es importante. Si los personajes creen que es amor, entonces para ellos es amor.
— Yo creo que sí, al menos lo sentí así en el momento que escribí. No sé si es un amor bueno o malo, no sé qué calificativos tiene, pero para ellos había un sentimiento muy fuerte, una necesidad también de apegarse muy intensa, que quizás venían dadas por cuestiones que poco tenían poco que ver con el amor.

En Era tan oscuro el monte hay un intenso trabajo sobre el lenguaje de cada personaje en donde las palabras son caracterizadoras. Al mismo tiempo, la novela trata sobre un gran malentendido, sobre lo que no se dice. Todo el tiempo está muy presente lo inenarrable, el no poder hablar, lo que a la protagonista le pasa y no puede decir. ¿Qué lugar creés que ocupa la palabra en un mundo de tanta brutalidad y tanta violencia? ¿Qué es eso que se calla?
— Pienso ahora en lo que no se puede decir porque también es insuficiente, ¿no? No se puede decir porque duele demasiado, porque es imposible que una palabra llegue a representar tanto dolor, justamente. Sí me tomé el trabajo, y qué bueno que haya resultado, de darle una voz diferente a cada personaje. En el caso del personaje femenino, la mujercita, quizás ella no tenía palabras para representar todo lo que le pasaba, por lo menos me parecía que esa era su esencia como personaje. En el caso de Aldo, me parece que era de palabra más fácil pero a la vez sus limitaciones eran otras, para desenvolverse o resolver sus cosas en el mundo. Con respecto al equívoco o al malentendido, me parecía divertido que todo girara en torno a una mentira. En realidad, Alonso le miente a Aldo y eso origina toda una pelota de acontecimientos. Era algo con lo que yo quería jugar, me parecía divertido a mí como escritora.

¿El hecho de construir a partir de una mentira?
— Sí, porque es algo más simple también, ¿no? En un momento la historia se me había ido un poco de las manos. Yo tenía esa primera escena de ella y tenía que buscarle una causa, un motivo. En un momento había metido a la policía, no sé, se me había ido a cualquier lado la historia, con un mundo que se me estaba disparando y necesitaba volver a ponerlo en causa. Una de las formas más sencillas y divertidas que se me ocurrieron fue hacerlo todo en una mentira chiquita en un punto y que no implicara abrir ese mundo, sino era algo inmanejable para mí.

La novela pone en contraste dos escenarios bien marcados: el monte y la villa. Sin embargo, estos mundos se terminan pareciendo bastante porque en ambos hay opresión y violencia. Los protagonistas más que buscar el progreso mediante la inmigración pareciera que huyen de la tragedia o de sí mismos. ¿Cuál fue tu intención? ¿Qué pensás que buscaban los personajes en la ciudad?
— La idea de que la inmigración busca en su destino una especie de progreso económico o de forma de vida está buena. Pero a mí me interesaba que huyan de un lugar por algo que sucede. A Aldo le pasa algo en el campo en el que trabajaba, nada grave, pero de ahí surge algo más grande. Ellos vienen a la ciudad, migran, porque él tiene una pariente acá. Me parece que pasa eso, que la familia va siguiendo a la familia porque existe esa posibilidad. Y en un punto no sé si ellos progresaron, mucho o nada, aunque muy bien no la pasaron, ¿no? En ella sí hay una idea de progreso, en eso de ponerse a laburar en un local fuera de la villa cuando en realidad están en un lugar que la bordea, sobre la avenida. Hay diferencias en esos lugares. Me gustaba que no vinieran acá o se fueran a otro país a buscar simplemente el progreso material como si las oportunidades estuvieran siempre en ese otro lugar, porque la verdad es que yo que no creo eso. Sí creo que es gente que se tiene ir de un lugar a otro donde les puede ir mejor o peor. Y yo quería jugar con esa idea.

Hay un personaje secundario que es el que está ubicado, por sobre el resto, en una posición de poder. Alonso no solo tiene el poder para enderezar la historia malograda de Aldo sino también para torcer y arruinar la vida de su sobrina púber. ¿Qué pensás que motiva a un personaje tan viscoso, que baila tan en el filo? ¿Qué quisiste ponerle en la cabeza a ese personaje?
— La urgencia que tenía Alonso, lo que motivaba todos sus actos, esa era sobrina que vos mencionás y su necesidad de apropiársela. Para mí era eso. Esa es su única motivación y lo que en realidad le pasaba con Aldo era que lo molestaba, le hinchaba las pelotas, como el resto de las cosas de las que se tenía que hacer cargo. Él lo único que quería era, en definitiva, apropiarse de esta chica.

— Es un personaje muy poderoso. La sensación es de un tipo al que lo buscan y lo necesitan, al que incluso quieren, pero que al mismo tiempo sienta sobre su falda a una nena con mucha perversión…
— Sí, es un personaje muy oscuro. Lo que pasa es que Alonso lo salva de una deuda y Aldo le está re agradecido. Alonso es una figura te diría que muy paternal, en el sentido del orden, de proteger, de dar seguridad, entre muchas comillas. Una seguridad también muy débil, de sobrevivir apenas, y sin pasarla bien. El poder es tan relativo y tan pedorro, tan chiquito, que hasta me divertía ponerlo en ese lugar de poder. Porque el tipo no es que tiene mucha guita, o que le da laburo a todo el mundo, ni mucho menos. Tiene un poder muy acotado que por su oscuridad o su forma de manejarse lo lleva bien.

Era tan oscuro el monte tiene un final y un comienzo centrado en la mujer. Hay una vitalidad en la mujercita, a quien nunca le conocemos el nombre, pero también hay mucha muerte en ella. ¿Qué narra el cuerpo de la mujercita que no narra el cuerpo de Aldo, Alonso y Fermín? ¿Qué tiene ese cuerpo femenino?
— Creo que lo que le pasa a ella por el cuerpo está muy relacionado con su maternidad, con su hija. Todo está supeditado a eso. Puede ser un momento de mucha paz en su vida y puede ser una condena. Tener el cuerpo al servicio de su hija, digamos, de la tiranía de ese bebé que demanda alimento, ¿no? Más allá de que yo crea que la mujer tiene su cuerpo al servicio de otros, ya sea cocinando, lavando ropa, teniendo sexo, a veces, en el caso de la novela, me interesaba explorar la idea de que ese cuerpo y todo lo que lleva ese cuerpo adentro —la leche, la mugre, la sangre— esté muy pegado a su hija, tenga mucha relación con ella. Es su condena. Está todo el tiempo atenta al llanto de ese bebé. No la está pasando bien pero aún así se tiene que levantar y tiene que vivir porque hay una criatura que la está reclamando. Me parece que lo que expresa en principio es eso, hay una conexión muy fuerte y, amén de que yo tenga una relación fuerte con mi hijo, imagino que es así. Igual la novela la escribí antes de ser madre, pero no sé. Vos preguntabas por lo que expresa el cuerpo, no sé, un montón de cosas. Yo me concentré mucho en esta conexión corporal de fluidos con la hija.

En La vi mutar y en esta novela hay un trabajo sobre el tema del cuerpo de la mujer, que aborda las metamorfosis, los cambios, las pérdidas, las profanaciones. ¿Pensás que hay un proyecto tuyo como escritora que explora la corporalidad femenina como territorio político, como un lugar donde se debaten los grandes temas?
— Te digo la verdad. Tomando una cerveza podemos hablar un montón de cosas del cuerpo como territorio político y de otros temas. Quizás parezca una locura o una estupidez, pero cuando escribo me interesa mucho la capacidad que tienen las palabras —casi nula, pero la intención está en esa búsqueda— de darle forma a las imágenes que tengo en la cabeza. En el sentido literal. ¿Cómo pongo en palabras ese cuerpo que late? ¿Cómo pongo en palabras esa teta que larga leche, ese cuerpo que se deforma? Todas esas pequeñas cosas del mundo que tienen vida, ¿no? Me interesa eso. Cómo hacerlo desde el lenguaje sabiendo que es imposible, que nunca va a ser suficiente para representar nada. Pero intentarlo es lo que me gusta. En medio de ese proceso, se deben mechar un montón de prejuicios, ideologías y un montón de cosas que me pasan o me pueden estar pasando en el momento que estoy escribiendo, lecturas…bueno, en medio de esos procesos pasa la vida. Seguro que hay un montón de cuestiones para leer ahí, pero si me preguntás a mí qué es lo que yo quiero hacer, es buscar pintar con la escritura. Al momento de escribir no me puse a pensar políticamente en el cuerpo de la mujer.

¿Crees que en el cuerpo de la mujer hay más contradicción que en el del hombre?
— Mirá, está bueno pensar en las contradicciones. La protagonista que tiene esta cosa muy callada y muy sumisa, también tiene un vuelvo un poco erótico con su sobrino, con Fermín. A la vez, tiene una sexualidad bastante activa con su marido, quizás antes de tener a la hija. Porque está viva también, ¿no? Con Aldo, sí, es verdad, que va y quiere mucho sexo pero después no puede, no puede coger cuando se le da todo. Está pensando en otra cosa, también porque está vivo y siente otras cosas. Alonso también quiere estar con la sobrina pero no le toca un pelo, por lo menos yo no lo conté. Está siempre al filo pero no ocurre. En la novela, hay contradicciones en los dos casos. El más lineal es el personaje más chico, Fermín. Por ahí porque es muy pibe, qué sé yo.

Alberto Laiseca

Comenzaste a escribir en el taller de Alberto Laiseca, y luego continuaste trabajando la novela con tus amigos y compañeros. ¿Qué te dio el taller que no encontraste en otro lado?
— Arranqué el taller de Laiseca cuando tenía 22 o 23 años, era muy chica, y fui hasta que se murió. Yo ya escribía, pero tenía la necesidad de encontrar un camino de escritura, ¿no? Orientarme a tener distintas lecturas, una búsqueda propia. El taller me dio la posibilidad de hacer cualquier cosa, escribir sobre cualquier cosa. Me parece que lo que te da un taller es eso, el saber que no hay límites. Eso está buenísimo, y que a la vez podés ir por un camino muy personal, y vas a estar con gente que está en la misma que vos, lo que te da un sentido de pertenencia. Eso está buenísimo. Sobre todo si no hay una persona que te enseña a escribir de determinada manera, sino que te incentiva a buscar tu camino.

Que te potencia, digamos.
— Claro. En ese sentido el taller está buenísimo.

— ¿Qué es un libro para vos?
— Los mejores libros que leí no los tengo porque los presté. Viste que cuando prestás un libro, olvidate. A mí no me importa, presto libros y leo libros de cualquier manera. En los momentos de malaria he leído libros fotocopiados, no tengo problema con eso. El objeto libro no me interesa particularmente. Pero tengo la casa llena.