¿Qué es la portada de un libro?, se preguntó Peter Mendelsund. Dos artistas convierten canciones o películas actuales en tapas de títulos de otra época.

VICTORIA D’ARC

Nada más hermoso que encontrar un libro viejo. Esos ejemplares diseminados en los anaqueles de librerías de usados, libros a veces con dedicatorias, con páginas marcadas, subrayadas en lápiz, con hermosas tapas de otra época. Peter Mendelsund tiene un libro hermoso diseñado por él mismo junto al reconocido diseñador Pablo Delcan: se llama Cover. Recorrer sus páginas podría ser como recorrer los catálogos de Verso Books, Alpha Decay, Fitzcarraldo, MIT o incluso la editorial Sigilo, donde siempre se proponen cubiertas arriesgadas, inesperadas, fascinantes. ¿Qué es la cubierta de un libro?, se pregunta Mendelsund, y algunas de las respuestas que propone son: que la portada es una piel, una membrana, un resguardo, pero también un marco: todo libro requiere de un contexto o, lo que se llama en la jerga, un paratexto. La cubierta, dentro del paratexto, sería la obra plástica. Aquella que, en la difícil puja por conseguir visibilidad en librerías (espacios cada vez más acotados) o en las redes y en las plataformas, cada vez más requieren ser inolvidables. 

Existen portadas icónicas. Recuerdo haber visto cuadros con las tapas de los viejos libros de Penguin. Y además de cuadros, la memorabilia vintage para fans produjo tazas, posavasos, señaladores, postales, fundas de celulares y si uno busca hasta podría encontrar carteras. Hagamos historia. El editor británico Allen Lane (1902-1970) fundó Penguin Books en 1935 con el objetivo de ofrecer obras no abreviadas de escritores consagrados a un precio económico, diseñadas para el lector curioso. Todos los libros tenían el mismo diseño de tapa con el logo del pingüino y la misma tipografía para el título y el autor. Las franjas de color en la parte superior e inferior de la cubierta indicaban la serie a la que pertenecían: naranja para ficción contemporánea, verde para policial, azul para biografía, borgoña para viajes, gris para actualidad y amarillo para miscelánea. “Costaban seis peniques (menos que lo que costaba una pinta de leche) y no sólo se vendían bien, sino que además prepararon el camino para una revolución de libros en rústica en Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia”, cuenta Amaranth Borsuk en El libro expandido.

Pienso en la fascinación por las portadas antiguas cuando me entero de dos proyectos similares que existen en simultáneo. Hace un tiempo, cuando sucedían este tipo de cosas, el artista Ricky Crespo inauguró en la galería Elsi del Río la exposición “Bibliothèque”, donde se proponía tomar algunas canciones de su playlist personal y convertirlas en tapas de libros antiguos. “Fue la música. Fue a partir de pensar que una canción, que te cuenta una historia, bien podría ser toda una novela. Y si fuera así, ¿cómo sería la tapa de esa canción?”, se preguntó Crespo y así proponía tapas a partir de “Amor amarillo”, de Gustavo Cerati o “TV caliente”, de Sumo. “La obra – analizó Federico Platener– deconstruye para dar lugar a algo nuevo, vandalizando el enciclopedismo y poniendo el orden del conocimiento en el lugar de una utopía. En este recorrido aparecen guiños a la cultura pop, la literatura, la gráfica editorial de los años cincuenta y sesenta fusionados con una revisión de la obra del propio artista a modo de retrospectiva, generando un atractivo juego de muñecas rusas, de cuadros dentro de cuadros.”

La obra dentro de la obra es la propuesta también del diseñador e ilustrador Matt Stevens en la serie “Good Movies as Old Books” donde transforma cien de sus películas favoritas en libros gastados con portadas coloridas—algunos incluso tienen precio, como si los hubiera encontrado en una librería de usados. En estos libros, el director de la película se convierte en el autor. Así encontramos la portada de Parasite, de Bong Joon Ho, Fargo de los hermanos Coen, La La Land de Damien Chazelle o Gattaca, de Andrew Niccol. Algo interesante que sucede en esta serie es la interpretación: de qué manera la imagen, con todos los elementos, iconografía y recursos de una portada de los años cincuenta, logra reflejar la esencia de la película.